Un añejo volante casi demolido por el tiempo, con una portada que dibuja esos días memorables, ha llegado a mis manos casi por milagro. Parece una postal con mensajes muy lejanos, como si todo se viera lento a través del vano de una ventana. Una hoja tamaño oficio tiene la virtud de informar a un pueblo entero sobre un encuentro conmemorativo de la fiesta patria de 1944, tan sólo quince años después de que se fundara el poblado de Baquedano.
La portada conserva los antiguos retoques de la época y se nota alguna impericia en lo referente a diseño e impresión: Estancia Aysén, Coyhaique, República de Chile, Programa Oficial de Fiestas Patrias, 18 de septiembre de 1944. En la parte superior izquierda, una franja tricolor, y un poco más abajo del título, el colorido escudo de Chile. Pero aquella proclama que habita y respira en el suelto, revela la fuerza misma de la esencia del caserío. A los habitantes de la Estancia Coyhaique de la Sociedad Industrial del Aysén, comienza la proclama. Y luego el contenido en cuestión: He aquí el programa que la Sociedad presenta a los habitantes de la Estancia, en celebración del 134º aniversario de la Independencia Nacional. Cumple a todos cooperar al éxito y feliz realización de este programa, que el comité entrega confiado al fervor patriótico de los habitantes de esta estancia, y en esta fecha tan trascendental que en estos días encierra la más gloriosa tradición. Firma, el Comité de Fiesta Patrias.
La estancia albergaba gran cantidad de peones, casados y solteros, con y sin hijos. El recinto se había convertido en toda una ciudadela y bastaba con un acicate como éste para comprometerse sin muchas palabras. Aquel año hubo juegos populares para todos y los infaltables concursos de cuecas y carreras. Se constituyó un jurado de lujo, representado por Ancaguay, Solís, Novoa, Burns y su esposa Modesta. No faltaron las señoras Finlez, Cárcamo, Igor, Hodgers, Serrano, Verdugo, Gutiérrez y el doctor. Una verdadera pléyade de gentes de selecta procedencia, que se constituía en el alma y motor de los primeros arrebatos ciudadanos. Eran (como me imagino), las ánimas de un día claro: unas sugestivas presencias de espíritus visionarios que, pasado el tiempo, serían capaces de llevarnos a acariciar las obras concluidas.
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Algo se movía en los lejanos tiempos, como si una turbulencia extraña convocase a la acción. Para eso existía la ciudadela, y todos los que estaban ahí en medio del tráfago de la vida y la producción. Creo que ni cuenta se darían del enorme efecto que causaban. La contratapa del flyer proponía una visión rotunda del programa completo, acompañado por el símbolo plenipotenciario de la estancia: un logotipo con tres círculos concéntricos que encerraban la letra A mayúscula, los recordados marcarruedas, la yerra para la marcación de animaladas y, por antonomasia, la alusión al aguerrido grupo de futboleros que eran como seres invencibles, dirigidos por el polaco Puppo Landusch. Más que profundizar sobre los detalles de estas fiestas, sólo me adscribo a lo elemental de esta invitación a través de un suelto, aunque no está demás confesarles que los detalles de la fiesta son bastante atractivos.
Ya que estoy en esto, permítanme referirme a esos aposentos estanciales, de estilos anglicanos e idiosincrasia británica severamente marcada. No es del todo inútil conservar las emociones que me produjeron mis largas estadías en la Estancia, algo que no esperaba y que había sido capaz de colmar todos mis sentidos.
Todo el recinto era una puerta a la vida, entreverada con los soles que transformaban a los vientos en una especie de blanca indulgencia. Cuando se terminaba el terror, llegaba algo distinto, cómodo y mullido, el grito del sol frente a las tranqueras. Los terrenos colindantes con la casa central de la administración se habían rozado, limpiado y sembrado con pasto miel en una superficie de alrededor de 500 hectáreas, pudiendo entonces entenderse por qué las empastadas lucían tan bien en las décadas siguientes. Incluso en nuestros tiempos se aprecia esa lindura de tierras fértiles y colores vegetales que provocan muchísimo agrado.
Se había construido un puente de luz de 25 metros sobre el río Coyhaique, aproximadamente a un kilómetro al Noreste de la estancia y había además puestos ovejeros cerca del mismo río y otro frente al cerro La Gloria, que nosotros dimos en nombrar después como El Escudo. Un tercero se levantó, aledaño al cerro Baguales.
Si vivió esos tiempos y está siguiendo el relato, advertirá finalmente que dichos puentes son los que hoy marcan presencia en Tejas Verdes, el de la confluencia de los dos ríos y el bypass, al bajar del regimiento al puente Baguales. Había gran cantidad de puentes y, desde luego, proliferación de alambradas, y todas lucían el típico alambre liso de siete hilos con postes cada doce metros, siete piquetes intermedios y otros siete de cercados de madera con tranquillas.
La parte trasera de la Estancia mostraba volteadura de árboles para limitar los sitios. Ahí solía ir con mi padre a cazar zorzales con esos rifles Winchester que él vendía en la antigua Casa Sandra de la calle Horn y que antiguamente mucha gente acudía a buscarlos y a llevárselos como jactanciosa adquisición. Las comunicaciones telefónicas se encontraban funcionando bien, especialmente para lograr puentes de contacto inter estancias, Ñirehuao, Coyhaique Alto, Coyhaique Bajo, y sectores que seguían la ruta hasta Puerto Aysén, especialmente el 56, Correntoso, el Balseadero y el kilómetro 20 de Los Torreones, hasta entroncar con el último eslabón comunicativo en Puerto Dun.
Los teléfonos se habían instalado y funcionaban desde el año 1918 y ya en esos tiempos había una decena de aparatos telefónicos con sistema de magneto que generaban su propia corriente eléctrica tras girar una manivela colocada a un lado del aparato, y que a su vez enviaba el toque de llamado a los receptores. Había dos de estos en el puerto Aysén y el Dunn, cuatro en Coyhaique y cinco dispuestos en el Puesto El Zorro, el Balseadero, Ñirehuao, Coyhaique Alto y Baño Nuevo. En forma paralela se instaló un tendido eléctrico de 180 kilómetros que cubría todos estos puntos con postes rollizos cada 30 metros en la ruta Coyhaique Aysén y cada 50 metros entre Coyhaique Alto y Ñirehuao.
Mientras tanto, el servicio de telégrafos por sistema morse, seguía esperando su oportunidad, aunque ése momento llegaría sólo hasta mediados de los años cuarenta cuando las oficinas postales debieron aceptar la llegada, implementación y uso, teniendo que escuchar el estrambótico bipbip de los electroimanes que más tarde se batió en retirada por la llegada de medios más sofisticados. Sólo hasta 1920 se inician los primeros trámites para lograr la instalación de una Estación de Radiotelegrafía de cuarta clase con carácter de militar en Puerto Aysén y sólo tres años después un barco por todos conocido, el romántico Inca a carbón, llevaba hasta el puerto un mástil, un motor y una enorme cantidad de implementación física para instalar la radioestación de telegrafía inalámbrica, vital para lograr hacer funcionar un sistema de comunicaciones entre los centros de operaciones.
El mismo año 1920 el administrador MacDonald de Coyhaique Bajo ofrecía al Estado oficinas ya implementadas para colaborar con los procedimientos fronterizos y dar facilidades a los Registros civiles y Cajas de ahorros. En ese entonces los empleados contratados por la compañía ganadera Aysén eran 205 en febrero de 1920. Trabajan ahí el contador Temme, el doctor Schadebrodt que se encontraba instalando una estación meteorológica, José Vera Márquez, encargado de la tranquera de entrada y salida para la estancia, ubicada en la misma y actual casa verde de frente al monumento al Ovejero de la calle Baquedano. Mientras tanto, Eleodoro Novoa Barrientos, el calificado herrero, atendía desde caballos y mulas hasta ruedas de carretas y cuchillos, corvos y facones. Era conocido como el zapatero de los caballos.
A propósito de esta mención, no debo olvidar jamás a su hijo, que fue capaz de mantener sobrevivos recuerdos de esos primeros tiempos de estancias, especialmente ésta de Coyhaique Bajo. Elbaldo Novoa se llamaba, pero también muchos le decían Ubaldo o simplemente Baldo. Todos los veranos en la Estancia era un vendaval de gente cuadrillera, esquiladores, jinetes, carreros, gauchos trabajadores.
En medio del gruñido de las sierras, el ronroneo de motores de los Buick, los talleres del herrero y el canto de las manijas de esquila, se diría que surgía desde el fondo de los corazones una melodía viva que respondía a una especie de señal sensitiva de miles de fervores. Aquel año era jefe de los Talleres de maestranza Francisco Colomés, a cargo de un selecto grupo de trabajadores, Camilo Olave el mecánico y Elbaldo Novoa el ayudante del mecánico de esquilas. En esos aires imprecisos del primer Coyhaique Bajo, otra comparsa a cargo del jefe mecánico Guillermo Cayún levantaba los vellones de los piños y en El Coyte esquilaba la tercera cuadrilla a cargo de Miguel Ancaguay con su ayudante Luis Petizo Sáez.
(Sírvase esperar la segunda parte)
Por Óscar Aleuy Rojas
Antecedentes biográficos del autor:
Óscar Hamlet es Oscar Hamlet Aleuy Rojas, coyhaiquino, profesor de Lenguaje de la UCV, casado, padre de 5 hijos, radicado en Viña del Mar, donde escribe, diseña y edita sus propios libros y revistas sobre Aysén.
Trabajó en varias agencias publicitarias en el boom de los 80, incluso fue Asesor de correcciones de estilo en La Revista del Domingo en la época de Ganderats.
Pasó por Coyhaique destacando como productor de programas radiales de corte histórico, posee el banco de voces de pioneros más completo de la región y una nutrida colección de fotografías antiguas.
Su legado para el mundo: preservar las historias de los hablantes tempranos, crear un mundo potente de testimoniales, enredado en lo real maravilloso de su región.
Su fecunda producción literaria lo lleva más lejos aún. Son 19 libros que él mismo construye y edita en sus talleres de Viña del Mar y que se exhiben en librerías de Coyhaique. Tiene otros cinco en carpeta.
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