El legajo que tengo en mis manos se nota muy desgastado, tal vez porque la humedad se ha quedado ahí y parece difícil alcanzar a leer lo que está escrito. Hay manchas que nunca se irán, arrugas propias de los viejos papeles y muy poca visibilidad. Los ratones han mordisqueado varias líneas, pero se rescatan los primeros signos y se leen con esfuerzo.
Ramona Jara se ha casado con Nicanor Schoenfeldt y construyen más allá del barullo de la plaza y sus carreras y hotelillos. Se instalan bien lejos, incluso más lejos que las últimas casas de López que es el alambrador de confianza de los ingleses.
López tiene una primera disputa por las alambradas con Rodríguez, a tal punto que permanecen largo tiempo peleándose los espacios, hasta que en la estancia alguien sabe de esta triquiñuela y llega el jefe a separarlos e informa que las vallas son jurisdicción de la estancia y que no pueden ponerse a pelear dos particulares como ustedes, así, claro y fuerte.
SE TERMINA LA CASA BRUJA
Estando en el hotel, doña Ramona escucha el rumor de que se está levantando una casa de brujas. Eso suena como una declaración de chilenidad entre peones y trabajadores. Su marido va a conformar la cuadrilla de carpinteros. Esa misma noche le redobla la ración de pan y tortas fritas a su marido, le prepara incluso unas empanadas con un botellón de tinto Pommard para que pase la noche contento. Al otro día, trasnochado y con los ojos fijos, Nicanor vuelve a casa sin dormir y le dice a su mujer:
—Al menos, por fin vamos a tener un pueblo. Y la abraza con una especie de devoción.
Tomás Anderson, el mandamás de la estancia, informa con pelos y señales al Intendente todo lo que ha pasado en las confluencias. No es habitual que aparezca una casa de la noche a la mañana con una bandera chilena flameando en un mástil de coigüe.
La casa la ha ocupado Juan Carrasco Noches, un capataz de la estancia Ñirehuao que siempre había querido vivir cerca de los ríos. Lo supo por un pequeño grupo de amigos, tal vez también mujeres e hijos pequeños. Con el informe se determina oficializar un poblamiento en ciernes. Reina alegría y aroma de triunfo entre las lides de primeros pobladores. Los campamentos alrededor de la cancha de carreras simbolizan la reunión en las grandes áreas de la Pampa del Corral buscando la unidad de los futuros vecinos. Bailan, beben, juegan, se aman, como un fruto que despierta después del largo sueño germinal.
Cuando las autoridades deciden la fundación del pueblo, se quedan tranquilas y esperan el momento preciso. La remodelación del plano está lista y ya empiezan a notarse ordenamientos naturales de esquinas y edificios en lugares que corresponden al plano de habilitación de la pampa por unos cuantos kilómetros a la redonda. En toda el área hay campamentos improvisados que a la larga serán manifestación de habitancia y entornos.
LOS PREPARATIVOS
Por eso cobra jerarquía esta especie de resaca de la ola del recuerdo que se instala para pensar a este pueblo de Baquedano, tan nuestro y luminoso, tan ventarrón y silencio, como ínsula de octubre en medio del eco de los fundadores. El hecho se resalta con luces de colores. Baquedano estaba listo para empezar a funcionar un día después de la fundación. Una veintena de habitantes y ciertos invitados especiales se movieron de aquí para allá en grupos o solos, ya sea para comprar verduras en las carretas de los chacareros o carne en el hotel.
Todo el principio de octubre de 1929 se han estado moviendo los emisarios de Anderson, quien, por orden del gobierno territorial, se hace eco por fin de las aspiraciones de tantísima gente. Cuando falta poco para el 12, día elegido para la primera ceremonia inaugural, se percibe un incondicional ambiente de jolgorio.
Por fin llega el día señalado. Se efectuaron desde muy temprano los preparativos para la ceremonia de la firma del acta de fundación. Semanas antes, las autoridades, encabezadas por Marchant, han estado escogiendo los nombres de los firmantes. Deberá ser gente arraigada a la tierra, nombres de personas carismáticas, reconocidos vecinos que puedan integrarse de inmediato a las tareas. Su representatividad tiene que ser la más alta posible.
ANDERSON Y KÄLSTROM
La noche antes de la fundación, Thomas Anderson, se ha tomado su tiempo para reflexionar sobre lo que viene. Junto a Kalström ha logrado hacer prevalecer sus ideas y ambos comprenden que no sería algo tan fácil. El día de la ceremonia de la fundación, Zúñiga se levanta muy temprano. Sabe que todo depende de él. Pero sabe además que cuenta con poco tiempo para hacerlo. Sólo hasta el mediodía debe estar lista la mesa para depositar el acta, las plumas de palo para las firmas, la tinta, la bandera y el mástil para el izamiento. Ningún detalle olvidado.
Cerca de las once de la mañana llegó la comitiva intendencial desde el puerto. Habían partido dos días antes desde Dun y atravesado el Balseo, con paradillas en El Correntoso, la Casa de Piedra y el 56. Fue ese último tramo el que les mantuvo ocupados toda el alba, a ritmo más o menos veloz. Los caballos aparecieron por el alto del Baguales y levantaron el fino polvo de la huella, lanzándose por la pendiente a trote moderado y enarbolando banderas chilenas. Vítores y brazos agitando sombreros anunciaron la llegada de la comitiva. Cerca del mediodía, el solemne escenario montado por Zúñiga recibía al grupo de firmantes del acta, mientras los carabineros junto a unos cincuenta vecinos entonaban con ojos llorosos el himno patrio.
LA CEREMONIA FUNDACIONAL
Alguien comenta que la ceremonia fundacional fue sencilla y rápida. Tal vez no es tan así. La sencillez ha quedado demostrada en los precarios elementos a disposición, esto es, un cajón de antisárnico para la mesa, una rama de coigüe para el mástil, una pluma R y un pergamino.
Estoy detrás de los firmantes. Los veo escribir sus rúbricas sobre el pergamino con un poco de viento en contra, luego de que el teniente Zúñiga ordenara a su subalterno, el capitán Gómez, que leyera el documento en voz alta. La ceremonia concluye media hora más tarde, cuando el cielo encapotado amenaza lluvias.
Hay una especie de voy y vengo por aquella histórica mañana mientras reviso palmo a palmo a los jinetes que acuden de todas partes. Distingo en las cercanías algunas familias sentadas frente a sus casitas, muy bien vestidas y emperifolladas, mateando algunos, bebiendo otros o fumando. Los saludo. Me preguntan quién soy. Hay muchos gauchos tan elegantes como los mismos futuros habitantes. Se han reunido cerca de la cancha, lugar de la ceremonia, pero bajo unos árboles ubicados a unos cuarenta o cincuenta metros del lugar. Algunos, ya apeados, se dan en seguir practicando tiros de taba. Otros barajan mazos para el truco y los menos, bordonean cerca del arroyo.
Me acerco lo que más puedo a un estrado construido con buenas maderas, algo que está enclavado como si fuera el centro mismo de todas las miradas, con unos peldaños que permitirán subir a una altura de metro y medio y que ocuparán los declamadores. Y este señor Zúñiga es el primero, por su descomunal responsabilidad y por la importancia de su cometido. Lo acompaña el capitán de carabineros Emeterio Gómez.
ZÚÑIGA Y EMETERIO GÓMEZ
Zúñiga se ve sereno, aunque incesante, un hombre con gran sentido práctico, conocedor de sus dotes, ordenado y metódico. Alguien que ha llegado de Traiguén, y que se declara enamorado del campo y del paisaje.
Sonrío al capitán Gómez que permanece con el cuerpo rígido frente a su general Marchant. Noto una postura formal y rigurosa cuando pronuncia el esperado discurso, exaltando el alma de los colonos y el nombre de Baquedano. Habla de casas brujas, aunque no recibe muchos aplausos. La conocida naturaleza de esta gente patagona influye para que parte de sus emociones queden guardadas y en secreto.
La instantánea cuelga de una pared del fondo del taller donde ahora escribo esto. Gómez está de pie y pronuncia un discurso con el cuerpo rígido y lee más por cumplimiento que por fervor personal. Desde el pequeño proscenio, parece que su cuerpo se fuera a caer sobre el pasto raleado de la pampa. A su alrededor, vecinos tempranos, los más valientes. Los que se atreven a aceptar la propuesta silenciosa de una casa bruja construida por Juan Carrasco y sus carpinteros cerca de las confluencias.
Ha nacido el Coyhaique de los cuatro nombres: La Cancha, la Pampa del Corral, Baquedano. Cuatro designaciones para una aldea que crecería en torno a la figura de su plaza pentagonal y sus diez esquinas, con un plano que obligaría a seguir la misma dirección de sus calles en torno a ese espectacular pentágono. Algo de lo cual hablaremos próximamente, ya que está inspirada en la Place de l’Etoile de París.
Oscar Hamlet Aleuy Rojas es coyhaiquino, Profesor de Lenguaje de la UCV, casado, padre de 5 hijos, radicado en Viña del Mar, donde escribe, diseña y edita sus propios libros y revistas sobre Aysén. Trabajó en varias agencias publicitarias en el boom de los 80, incluso fue Asesor de correcciones de estilo en La Revista del Domingo en la época de Ganderats. Pasó por Coyhaique destacando como productor de programas radiales de corte histórico, posee el banco de voces de pioneros más completo de la región y una nutrida colección de fotografías antiguas. Su legado para el mundo: preservar las historias de los hablantes tempranos, crear un mundo potente de testimoniales, enredado en lo real maravilloso de su región.
OBRAS DE OSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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