La provincia de Aysén fue durante mucho tiempo azotada por tragedias aéreas, a tal punto que se comenzó a creer que vivíamos en una zona maldita y execrable. A continuación, La Última Esquina, sección del escritor Óscar Aleuy.
El domingo 16 de Junio de 1963, un avión C-47 de la Fach se precipitó sobre el cerro Pérez a minutos de haber despegado de Balmaceda. Eran cerca de las 15 horas cuando un rugido de motores anunció que algo no andaba bien. Cuando el avión se fue contra los faldeos del cerro Pérez, cayó por una de sus laderas, se llevó follaje y árboles y dejó una estela de tierras abiertas y un reguero de surcos. El punto justo del desastre está ubicado entre Puerto Aysén y Puerto Aguirre y el viaje estaba programado para llegar a Puerto Montt en horas de la tarde. Iban veinte personas a bordo y no fue sólo un pasajero el que sobrevivió, sino a lo menos una decena.
Entre las víctimas se encontraba el obispo de Aysén César Vielmo Guerra, la madre Antonia Vicente de las Siervas de San José, una nutrida delegación de deportistas de Lucha Libre de Santiago y conocidos vecinos coyhaiquinos. Media hora después del accidente, muchas personas comenzaron a movilizarse para iniciar el rescate de sobrevivientes y cadáveres, en una acción que duró muchísimo tiempo por las condiciones climáticas adversas y una zona boscosa que hacía casi imposible la búsqueda por tierra.
COMIENZA EL INFIERNO
La aciaga jornada presentó variadas aristas y asombrosos detalles. Carlos Hein el avezado piloto de Coyhaique, nos permitió saber que el avión cae luego de un intento desesperado por planear en la playa, se arrastra y desintegra en medio de la selva y permanece ahí por largas ocho horas, entre alaridos de dolor, gritos y ayes de sobrevivientes que intentaron todo para escapar de la muerte. Ésta llega a causa del congelamiento en unos casos, las graves heridas por el impacto y remata cuando los motores explotan. Alguien deja deslizar la teoría de que entre los sobrevivientes encendieron una fogata cerca de los restos de combustible, convirtiéndose el sector en un infierno. Pero eso no fue comprobado.
LOS PRIMERAS PATRULLAS RESCATISTAS
El puertoaguirreño Moisés Figueroa Saldivia, estuvo metido como buey hasta la tusa en el rescate. También estuvo ahí siendo parte de la misión junto al Teniente Hernán Merino Correa, el querido padre Victorino Bertocco y muchos otros grupos de patrulleros. En la noche, cerca de las 23 horas Moisés se hallaba en su casa de la isla cuando recibió la visita del jefe del retén de Carabineros Manuel Montiel para avisarle lo del accidente y que vaya a integrar los grupos de rescate durante la madrugada. Montiel tuvo que obedecerle y a los quince minutos después se encontraba cabeceando un sueño antes de partir en la madrugada.
El detalle salta brutal entre nosotros, y creo que siento la piel erizada al escribir estos párrafos llenos de horror, especialmente al conocer más detalles sobre un sobreviviente, a quien Figueroa logra escuchar entre los restos calcinados del avión. Al día siguiente el isleño tiene que coordinarse con el chilote Melipichún, jefe de la cuadrilla de buzos, el mismo que había entrevistado cierta vez que estuvo en Coyhaique junto a un tropero de Cochrane en la sala principal del Colegio de Profesores.
El puerto Pérez estaba convulsionado, con puntitos de hombres avanzando penosamente por selvas, laderas y bardales. El miedo se había instalado ahí junto al centro de la desesperanza, mientras la niebla cerrada dejaba entrever los humos del incendio de los motores del avión, a unas tres horas de navegación desde el puerto Chacabuco. Hacia allá iban todos los grupos de exploración y rescate. Los más temerarios prefirieron escalar en línea recta a través del entorno selvático, tardando ocho horas en llegar a los restos humeantes del avión cuando ya asomaba la noche.
Vieron venir a otra patrulla que integraba el padre Luna junto al sargento Enrique Stange, el jefe Montiel, el sargento Barría, el carabinero Lautaro Rodríguez y el poblador Moisés Figueroa. Mientras tanto Melipichún se había embarcado a las siete de la mañana en la lancha Divina de Vialidad, cuyo capitán Gumercindo Pérez se encontraba en Puerto Aguirre.
Una hora y media después el grupo encontró los restos calcinados cerca de una de las islas de las Cinco Hermanas. Melipichún casi brincaba sobre los árboles y era el que avanzaba más cerca del impacto, sorteando barrancones, quilantales y tupidos tepuales. A la mañana siguiente se podían escuchar disparos de localización.
Ahora entiendo por qué a Melipichún nunca le gustó hablar con la grabadora enfrente, no era hombre de verbos o palabras, era de acciones y trabajos brutales. Me lo demostró aquella tarde de lacónicas expresiones. Fue el capitán Machuca quien les iba informando a los rescatistas sobre la situación. Al llegar comprobaron la magnitud del desastre: tierra apisonada, barro a discreción, restos calcinados, alas, fuselaje, selva abierta, troncos quemados. Incluso cuerpos sobre los árboles o enterrados en el barrial.
SOBREVIVIENTES Y OTROS SUCESOS
Uno de los sobrevivientes fue un jinete del Club Hípico de apellido Ayala. Dicen que venía en el baño cuando ocurrió el accidente y que por eso se salvó. Moisés Figueroa comenta que desgraciadamente falló la orientación del punto de búsqueda por la cerrazón de la neblina, entonces fueron a salir unos trescientos metros más lejos y eso fue decisivo, pues tuvieron que esperar veinticuatro horas hasta que pase la neblina, la nieve y el frío. Al llegar, sólo encontraron con vida a ese Ayala y adivinaron por lo que vieron, que el mecánico del avión también se había salvado, aunque perecería pocas horas más tarde por hipotermia. Lo encontraron semienterrado en el fango, cerca de un sitio rocoso, suponiendo que había intentado guarecerse ahí. Al consultarle a Ayala, confirmaba que había escuchado los gritos de dolor del mecánico hasta pocas horas antes de que nosotros llegáramos.
TESTIMONIO DE WENCESLAO NOVY
Wenceslao Novy era marino de la lancha Divina y le tocó vivir muy de cerca el accidente, porque iba en un viaje entre Puyuhuapi y Cisnes. Debió pernoctar en Puerto Aguirre junto a otros funcionarios de Vialidad y aquella noche se encontraba de copas con el jefe del retén y sus colegas, cuando recibieron el aviso de que debían embarcarse para integrar grupos de búsqueda porque había caído un avión en Pérez. Eran las 5 de la mañana, a poco de amanecer, por lo que la noticia no les cayó muy en gracia. Para entonces no habría posibilidad de dormir dada la emergencia. Cuenta Novy que llegaron a las Cinco Hermanas a eso de las diez de la mañana y que como estaban ahí les correspondía la difícil misión de localizar un avión caído para dar aviso a las autoridades.
La gente de Vialidad llevaba entre sus instrumentos un taquímetro, el que usaron para buscar lo que sea, lo que les llame la atención entre la densa área selvática que tenían al frente. Dicen que no pasó mucho tiempo cuando de pronto alguien de los que inspeccionaba en la lejanía (las imágenes se ven al revés) visionó los colores del escudo chileno apenas sobresaliendo entre la jungla allá arriba, en las laderas del cerro Pérez. De inmediato Novy se fue a la radio y estableció contacto con la base en Puerto Aguirre anunciando el avistamiento de los restos del aparato. Acto seguido recibió la orden del sargento de carabineros para subir de inmediato al cerro y ver qué había pasado ahí.
La llamada que Wenceslao Novy realizó a la base, movilizaría a decenas de personas, tanto vecinos y habitantes, como familiares y gente relacionada con la tripulación y los pasajeros del avión. Inmediatamente aquel lugar comienza a generar un ambiente integral de convocatorias. Se veían campamentos improvisados, grupos, gente que venía a mirar, otros a ayudar, operativos de búsqueda de todas partes, lanchas y religiosas, monjas y curas que obstinadamente querían ir a rescatar a su obispo y a otras madrecitas.
LA LLEGADA DE OTRAS PERSONAS AL LUGAR
El Intendente y otras autoridades también llegaron. Llegó Walter Joost, el marino Enrique Stange, el teniente Merino, el padre Victorino Bertocco y una gran cantidad de militares. Mientras tanto, sobrevolaban toda la zona otros aviones de rescate, periodistas de Puerto Montt y provincias lejanas. Novy cuenta que se quedaron abajo esperando noticias de los rescatistas, hasta que llegó la noche y nada se supo por un tiempo largo. Pero entonces oyeron llegar a un sargento de carabineros de Aguirre que venía escapado del grupo para refugiarse abajo, absolutamente extenuado y sin ganas de seguir, recibiendo la reprimenda de su superior.
El grupo pidió víveres y un barco de Empremar que los descargó cerca de las dos de la tarde. Un hidroavión de la Fuerza Aérea pidió amarizar en la zona y prestar asistencia sanitaria y de primeros auxilios a toda la gente que lo necesitara. En ese momento llegó una información vital: había sobrevivientes cerca del avión agitando los brazos y la gente de aviación informó que tirarían frazadas y alimentos. Sin embargo, no era muy fácil llegar hasta el lugar, así que tendrían que pasar un tercer día de incertidumbre.
DETALLES MINUCIOSOS DEL FINAL
Se imaginará el lector cómo se solucionaban los problemas en esos tiempos. Se cuenta y opina que la verdadera tragedia no es la caída del aparato, ya que hubo más o menos una decena de sobrevivientes. La verdadera causal de la muerte de todos es que aquellos sobrevivientes junto a su piloto buscaron refugio en los restos de un avión siniestrado, impregnado de combustible por todos lados y en un instante de necesarias alternativas para protegerse del frío, ardieron fogatas, y se produjeron letales explosiones minutos después.
Cuando llegaron los patrulleros exhaustos y desfallecientes por el tremendo esfuerzo, se conoció la desgracia de sus dos noches sin alimentos en el monte, y el haberse encontrado con el espectáculo más terrorífico de todos, los cuerpos quemados, mutilados, enterrados en el barro o colgados de los árboles. Al parecer el piloto vio el cerro en el último instante, cuando era imposible enfilar la trompa del avión, y trató en vano de evitar el choque, pero la nave decoló y siguió avanzando por la selva hasta detenerse. Chocó con los árboles, se desprendieron sus motores y cincuenta metros más adelante se detuvo, arrasando árboles y arbustos. Al final de su carrera se incendió y la mayoría de los pasajeros, inconscientes por el impacto, se quemaron. Pero los sobrevivientes, heridos graves y sin alimentos ni frazadas, algunos no soportaron las bajas temperaturas y finalmente los últimos fallecerían por la explosión ya comentada.
Una tragedia que se resiste a irse de las retinas de los ayseninos por el impacto que provocó y por el cariño que se profesaba a las víctimas. Este hecho influenciaría a los poderes centrales en la capital para la constitución del recordado cabildo ciudadano al que llamaron Primer Cabildo Abierto Provincial, y que fue convocado un mes después bajo un intenso frío, con temperaturas bordeando los 18° bajo cero, en la plaza de Coyhaique. Cabildo inolvidable, por los acuerdos que se tomaron y por la presencia activa del periodista Mario Gómez López de Radio Minería, medio que cubrió completamente la noticia, dándole un vigoroso y enérgico impulso al concepto de zona olvidada a la entonces provincia de Aysén.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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