Cuando la primera etapa del camino entre Coyhaique y Puerto Aysén fue entregada, ya habían pasado 75 años. No era la actual carpeta de hormigón sino un trecho de compactación ripiosa lleno de ojos de agua que hacían imposible el avance. 1901 fue para los pocos primeros habitantes una ocasión de máximo esplendor, ya que la Comisión de Límites se había instalado en varios lugares cercanos a los muelles donde muchos cuadrilleros vivían dentro de carpas y rodeados de campamentos.
IMÁGENES QUE HABLAN
Hay algunas fotos que me acompañan ahora mismo. Son las maravillas de Raúl Rabah durante sus constantes viajes, y que pretenden trazar con fuerza todos los detalles de las aperturas, despejes y destrucción del entorno donde se ubicarían los envaralados sobre las tembladeras. Algunas escenas me regalan siluetas de trabajadores en sus paradillas de carpas de campaña, mostrando actitudes relajadas con inmensos corvos en sus manos para atacar asados parados en plena selva.
Otro cuadro en sepia me regala un generoso poema visual, los desolados refugios de las cuadrillas del camino con un grupo de unos cuarenta hombres esperando la paga de su jornal en medio de la potente furia de una naturaleza desatada. Los primeros planos son impresionantes, con puentes a medio terminar y una exuberante naturaleza despejándose. Las tres construcciones levantan humos verticales de color azul. Uno se pregunta con qué amor se tomarían esas fotos el año de 1901 en esta parte del mundo. Sobreviene entonces la estupefacción, una especie de doblez del paisaje y de la historia, que se niega a revelar un secreto contenido.
LLEGA LA COMITIVA REAL
Ya se estaban delineando los límites territoriales para que el delegado de su Majestad Británica pudiese transitar por estos parajes y entonces había que hacerlo avanzar unos cincuenta kilómetros por entre la selva. Los de la Comisión vendrían en una fecha próxima a descubrir los trayectos delimitadores. Unos tres meses pasarían para eso, por lo que, en marzo de 1901, la senda de penetración para jinetes estaba medianamente despejada hasta las inmediaciones de la pampa del río Coyhaique, la friolera de unos sesenta kilómetros. Por algo se debía empezar y aquella apertura se transformaría en precursora de una huella que unió a dos futuros poblados.
En las inmediaciones de esos pueblos los diseñadores se esmeraron en ensanchar un poco más el camino, y hasta pudieron construir puentecitos y refugios para los cuadrilleros. Menuda obra que aprecio en silencio en la fotografía que me trae la imagen de la lluvia que cae sin pausa en medio de la selva. En verdad se trata de trabajos planificados para permitir el paso por ahí del delegado de Su Majestad. Una vez cumplido el cometido y cuando se retiró de aquella célebre comisión, se acabó todo y el camino se quedó como veintiocho años completamente dormido. Para no creerlo.
POR DÓNDE SE PASABA
La senda prestó servicios apenas visibles para los que desembarcaban en medio de la lluvia de los molos. Si encontraban alojo, podían descansar para recuperar fuerzas y organizar un raid rumbo a la Argentina, en viajes de sesenta kilómetros que duraban cuatro días. Se cruzaban selvas y cañales de la Pampa del Corral, hasta endilgar por Valle Simpson y El Blanco, tratar de llegar a lo que era entonces Balmaceda y respirar tranquilos cuando desensillaban en la Estancia Huemules. Ahí era otra cosa, pues podían integrar cuadrillas de esquiladores hacia estancias argentinas.
Lo que viene después parece historia conocida. Se iniciaba la instalación de un negocio que les había salido a pedir de boca, el arrendamiento por una cantidad de años de los gigantescos territorios ayseninos aptos para la ganadería a gran escala. La misma Compañía Ganadera se encargaría de ensanchar, arreglar y acondicionar una ruta para jinetes, convirtiéndola en un camino mayor para el paso de dos vehículos, pero no solamente en el tramo ése de 70 kilómetros entre Coyhaique y Aysén, sino también a Coyhaique Alto, Ñirehuao, Valle Simpson, Huemules y Balmaceda. Si me permiten decirlo de una vez, a los lugares estratégicos donde ellos mismos tendrían que trabajar el acarreo y la comercialización de animales y bolsones laneros.
VINIERON 500 HOMBRES
Desde que tengo memoria, casi todos los testimonios referidos a caminos y sendas hablaron de la contratación de quinientos hombres para trabajar la huella. En el caso de este pre-camino, la historia vuelve a sucederse y quinientos representa un número que prevalecerá como cantidad de hombres necesarios para dicho propósito. En dos años de trabajos ininterrumpidos, la senda se transformaría en un camino en su primera etapa, un airoso camino un poco más parejo de lo que estaba y mucho más ancho para permitir el encuentro y el paso fácil entre dos vehículos, dos carretas o dos carros en medio de la huella.
Conviene agregar los trabajos de enzanjamiento, con alcántaras laterales, que drenen las aguas lluvias y hasta algunos desagües difíciles. Por ahí comenzaron a usarse algunas piezas de ciprés superpuestas sobre zonas mallinosas y blandas que todos llamaron envaralados, copia feliz de la usanza chilota con esos terrenos plagados de ciénagas y marismas. Pronto empezaron a aparecer construcciones de madera de dos o más aguas destinadas a covachas para alojar a la multitud de obreros o simplemente lugares de refugio y de calefacción. Hubo algunas construcciones de esas en los altos del Baguales, Correntoso y El Balseo y, desde luego, en el primer puerto del territorio denominado Dun.
Las fotos me siguen sugiriendo imágenes gloriosas de los capataces a cargo de esas misiones. Son escenas perdidas, olvidadas, pero que renacen con el primer golpe de vista y se entregan a uno como latigazos. Destaco a Abraham Sanhueza y su hermano Florencio y también, cómo no, al futuro herrero de la Estancia de Coyhaique Bajo, don Eleodoro Novoa Badilla, que entonces andaba por estos avatares de rutas camineras.
PUENTES Y ENVARALADOS, EL MAESTRO MAYOR
En 1914 el camino se entrega, y se detiene la faena, hasta recuperarla tres años después en El Pangal durante casi cuatro kilómetros de envaralados en 1919. Era la primera vez que se construía un puente colgante en el km. 20, aunque un año más tarde los avances fueron destruidos por una feroz riada, volviendo a activarse los servicios de la balsa. En 1930 llegaron los Maestros de Obras Víctor Rodríguez y Abraham Bórquez. Por el mismo año hizo su entrada oficial a la escena Rudecindo Vera Márquez, que con los años sería el segundo Alcalde de Puerto Aysén. El corpulento chilote fue asignado a los lejanos caminos de Ñirehuao y Coyhaique Bajo sin dejar de lado en ningún momento el difícil trámite caminero hacia Valle Simpson. Tiempo después Vera renunciaría al servicio público para volverse empresario hotelero.
EL HOTEL RÍO AYSEN Y EL DE DON CHINDO
No hay quien no conociera el Hotel de Chindo Vera. Van mis ojos a posarse sobre las monumentales escenas de fotografías de papel en sepia y con la firma de Raúl Rabah. Aparece esa fachada del hotel de dos pisos de terminaciones muy simples que da la espalda al mar mostrando su abierta galería entalonada con vigas de seis en el piso bajo de la entrada. En los techos hay media docena de ventanas frontales que son los dormitorios del piso superior y que suman unos dieciocho por lo menos. El hotel, a pesar de darle la espalda al mar, se ve radiante y señorial frente a los paseos floridos y cuatro caminitos que rodean el mástil para ceremoniales en una especie de centro cívico de recepción de pasajeros.
Ahí se quedan peones y bestias en absoluto refocilamiento mientras hombres fuman, chismorrean en voz baja o se reúnen para esperar los actos oficiales con bandas y fanfarrias. El letrero del frontis, es grande y tosco. Muestra difusas letras capitales muy desordenadas e irregulares, pintadas con simples brochas gordas y con espacios que casi se meten por las ventanas y las recorren para que se lea con dificultad Hotel Vera. Al frente, a la izquierda, se ubica la construcción de un piso que luce un letrero donde se lee Hotel Río Aisén, Almacén y Ajencia de Vapores. Es un lugar grande como un albergue acaso de menor pompa que el de don Chindo, ya que posee un gran varón pintado de blanco, donde los jinetes atan cabalgaduras y pilcheros cargados de enseres y provisiones que van acarreando hacia sus pagos.
Veo dos fotos y mis dedos no terminan de estremecerse para palparlas y moverlas en un grato placer secreto. Lo más importante del famoso hotel Aisén no es sólo el punto de convocatoria para pasajeros, tanto para los que llegan como para los que zarpan. Mucha más virtud tiene el hecho de que en ese lugar se vendan los pasajes en barco a Puerto Montt, con una oficinita de venta de boletos en una mesa con un funcionario sentado que atiende a los viajeros. Los mismos pasajeros ocupan las pocas acomodaciones para servirse una taza de té, un mate con punta o una gaseosa. No hay platos de comida en ese lugar, ni mucho menos bebidas espirituosas. El hotel y otras propiedades del chilote Vera fueron asolados con frecuencia por incendios brutales, al descuidarse la mantención y limpieza de los ductos de humo. Casi todas las casas comenzaron a quemarse. La gente lloró y enloqueció de impotencia.
LOS HERMANOS SANHUEZA,
ABRAHAM Y FLORENCIO
Es poco lo que se supo de ellos. No era tan usual ver periodistas, cronistas o memorialistas por esos tiempos y todo se quedaba en el oído cuando se contaban las historias. Muy pocas huellas quedaron para siempre ahí. Por eso partí corriendito a la casa de Abraham Sanhueza Jara una mañana de sol por arriba en los altos de Coyhaique. Y me habló de su papá Abraham Sanhueza Chamorro y de su mamá Aurora Jara. Era capataz general en la estancia junto a su mujer que le ayudaba y en esos mismos tiempos llegó Juan Carrasco desde El Bolsón a ocupar el cargo de Capataz General en Ñirehuao. En esos años se comenzó a trabajar el camino hasta Puerto Dun, lugar donde nació este segundo Abraham en 1906. Él me contó triste y en susurros que llegó había llegado el tío Florencio en esos días: Todo estaba lejos y era difícil. Había una cuadrilla de cien hombres abriendo, paleando, limpiando para meter la carpeta de ripio y empezar a avanzar. Y estaba lenta la mano ch! No era fácil, muy mal tiempo, mucha selva, mucho calafatal y esos cañaverales que no dejaban avanzar. También se quemaron algunas partes para despejar y dejar todo listo para cuando lleguen los ingenieros. Pero mi papá Abraham era el que organizaba toda la faena. Y cuando llegó su hermano Florencio, nos sentíamos como en familia.
Oscar Hamlet Aleuy Rojas es coyhaiquino, Profesor de Lenguaje de la UCV, casado, padre de 5 hijos, radicado en Viña del Mar, donde escribe, diseña y edita sus propios libros y revistas sobre Aysén. Trabajó en varias agencias publicitarias en el boom de los 80, incluso fue Asesor de correcciones de estilo en La Revista del Domingo en la época de Ganderats. Pasó por Coyhaique destacando como productor de programas radiales de corte histórico, posee el banco de voces de pioneros más completo de la región y una nutrida colección de fotografías antiguas. Su legado para el mundo: preservar las historias de los hablantes tempranos, crear un mundo potente de testimoniales, enredado en lo real maravilloso de su región.
OBRAS DE OSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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