A las 13:30 del jueves 21 de abril se confirmó la noticia que todo Futrono y la Región de Los Ríos esperaba, rescatistas confirmaban vía radial que Pablo Guajardo, joven de 26 años extraviado durante tres días en el cerro Pico Toribio, había sido encontrado con vida.
Y es que las esperanzas comenzaban a agotarse debido al intenso temporal de viento y lluvia que azotaba a la Región de Los Ríos aquella semana.
El día de su rescate el viento alcanzó ráfagas de más de 90 kilómetros por hora y la lluvia se estimó en alrededor de 40 milímetros, solo esa jornada.
Grupo Diario Sur conversó con Pablo, quien a un mes de ocurrido el episodio, narra en detalle cómo logró sobrevivir a la experiencia más extrema de su vida.
Pablo Guajardo cuenta que aprovechando que el día (martes 19 de abril) estaba soleado decidió conocer la cima del famoso Pico Toribio, cerro del que tanto le hablaban sus amigos de Llifén, dónde reside desde hace dos años.
“Siempre me dijeron que tenía la dificultad de ser muy empinado, pero que estaba señalizado y no era complejo subir y bajar en un mismo día. Además me habían dicho que no fuera solo. Pero decidí ir no más, confío mucho en mis capacidades y fui temprano”, cuenta.
Usó ropa liviana y llevó frutos secos para el camino. Dos horas le tomó llegar a la cima, ubicada a 1.430 metros de altura aproximadamente.
Una vez arriba, contempló la inigualable vista del Ranco que ofrece la cúspide del Toribio. Se relajó y sintió la sensación de “libertad” que buscaba en su visita.
Poco antes de las 17:00 comenzó el descenso y tomó uno de los senderos, por el que avanzó alrededor de 15 minutos hasta que advirtió que no era la misma ruta por la que había llegado. Regresó al inicio.
Esta vez tomó otro sendero, pero solo demoró cinco minutos darse cuenta que no era la ruta. Volvió al comienzo.
“En la tercera vuelta ya me di cuenta que había perdido el camino de origen y tomé la única huella que había. Caminé como una hora y llegué a una quebrada. Ahí asumí que estaba perdido”, recuerda Pablo.
En la búsqueda de una salida, sufrió su primera caída en una quebrada de aproximadamente seis metros y se golpeó fuertemente las costillas. Permaneció inmóvil durante un tiempo, hasta que logró reincorporarse y tomó su teléfono celular.
Decidió llamar a la línea de emergencias 133.
Cuenta que le respondió una centralista que le pidió sus datos, pero la notificación de batería baja lo apuró: “Me caí en el Pico Toribio de Futrono y estoy perdido, por favor necesito ayuda. Mi nombre es Pablo Guajardo”, fue todo lo que alcanzó a decir y el teléfono se apagó.
“No sé qué pasó, la persona que me contestó lo único que hacía era pedir mi RUT y yo solo le gritaba que me ayuden. Llamé dos veces y me contestó la misma persona preguntándome lo mismo que ya le había respondido. Le decía que se apure porque mi teléfono se iba a apagar”, menciona el joven.
La ayuda no llegó ese día y nadie se enteró que pasó esa noche a la intemperie.
Cuando cayó la noche supo que tenía que buscar rápido un refugio, pero estaba muy cansado, había caminado todo el día y casi no tenía fuerzas.
Relata que decidió cavar un agujero bajo un árbol, en el que luego introdujo su cuerpo. Ahí permaneció casi toda la noche temblando de frío y con su cuchillo empuñado por miedo a ser atacado por un puma que lo merodeaba.
“La hipotermia me comenzó a paralizar y decidí levantarme. Mi cerebro reaccionó de manera extraña, recordé todas las historias de cómo sobrevivir que había visto. Decidí que tenía que hacer algo para no morir de frío”.
Miércoles. Su segundo día en el cerro partió mal, no tenía agua y su cuerpo estaba dolorido y sin fuerzas para seguir caminando.
Aún le quedaban frutos secos que supo racionar hasta el último día.
El frío de ese lluvioso día lo mantenía inmóvil, pero a ratos caminaba y buscaba cómo salir de este laberinto en el que se transformó el cerro.
“De repente sonó mi celular, que se suponía estaba apagado y sin batería, lo tomé y marcaba 8% de batería. Llamé a una prima. Ni loco me arriesgaba a llamar a emergencias otra vez. Le alcancé a contar que había pasado la noche ahí y que estaba perdido. Le di todas las indicaciones de dónde estaba”, recuerda Pablo.
Su prima dio aviso inmediato a Carabineros de Llifén, quienes activaron la búsqueda aquel miércoles 20 de abril.
Pablo intentó regresar a las cascadas que había visto el día anterior para tomar agua y sufrió otra crisis de hipotermia. “Me metí debajo de una cascada para ver si mi cuerpo se defendía y generaba calor. Ahí comencé a reaccionar nuevamente”, cuenta.
Lavó su ropa que estaba cubierta de barro, la estrujó y se la volvió a poner.
Ese día comenzó un fuerte temporal de viento y lluvia en la región, mientras Pablo caminaba y se arrastraba intentando encontrar una salida.
Se cayó en varias ocasiones, y su cuerpo ya no soportaba el frío. Lo único que lo alentaba era saber que lo estaban buscando, porque lograba escuchar a la distancia las voces de los rescatistas que gritaban su nombre.
“Me caí otra vez y me arrastré muchos metros y ahí me desorienté muchas horas. No recuerdo nada. Pero volví a caer y el dolor me hizo recuperar la noción. El dolor me hizo reaccionar”, narra Pablo.
Retomó su caminata por la espesa vegetación y decidió seguir las huellas dejadas por animales cuesta arriba por las quebradas por las que había caído.
Estaba desesperado, pero sabía que los buscaban.
En paralelo, Carabineros de Llifén y su amigo Felipe Rocha iniciaban el ascenso para ir en su búsqueda. Al mediodía, su amigo ya había alcanzado la cima, pero no dio con el paradero de Pablo.
Subió y bajó cuanto pudo, pero no dio con él.
Carabineros, por su parte, solicitó apoyo de bomberos porque la tarde se acercaba y no lograban encontrarlo en los lugares donde tantos excursionistas se pierden cada verano.
Todos aparecen a las pocas horas de búsqueda, pero Pablo no.
La preocupación comenzó a apoderarse de quienes seguían la noticia a través de Diario Futrono, más al saber que ya había enfrentado una primera noche en el lugar y que el pronóstico del tiempo era desalentador.
Los voluntarios de la Unidad de Rescate Acuático y Terrestre (URAT) Osorno, también se sumaron aquella tarde, pero no hubo resultados positivos.
Al caer la tarde, cuando ya los rescatistas habían abandonado la búsqueda de esa jornada, encontró un nuevo árbol donde refugiarse. Logró encender una fogata que le permitió secar su ropa.
Cree que eso fue vital para recobrar las fuerzas. Nuevamente pasó esa noche al interior de un hoyo cavado bajo el tronco de un árbol.
Dice haber escuchado los gritos de los rescatistas, pero no tenía fuerzas para gritar, pese a que en algunas ocasiones su amigo Felipe estuvo cerca de su ubicación.
“No sé en realidad si las voces estaban cerca o lejos, porque el eco me confundía, yo a veces gritaba, pero al final ya no tenía voz”, recuerda.
Mantuvo su fortaleza gracias a la meditación, técnica que adquirió desde pequeño gracias a la práctica del tai chi.
“Nunca pensé lo peor. Estaba mentalizado en que iba a salir con vida de esto. Ya he pasado por tanto en mi vida que no podía morir así”, relata.
Marcelo se toma un momento.
Recuerda su niñez y cuenta que a los nueve años fue trasplantado del hígado tras sufrir una grave hepatitis. Fue prioridad nacional hasta que lograron encontrar un órgano compatible que le salvó la vida.
Años más tarde, cuando tenía 22, sufrió un accidente de tránsito en la Región Metropolitana, luego de ser atropellado mientras circulaba en bicicleta.
Estuvo en coma y perdió cinco piezas dentales producto de la fractura del pómulo derecho y hoy, a cuatro años del accidente, aún no ha podido ser sometido a la costosa cirugía que requiere para recuperar sus piezas dentales.
El segundo día de búsqueda, tercero para Pablo perdido en el cerro, comenzó a las seis de la mañana con el ascenso del Grupo de Operaciones (GOPE) de Carabineros, cuyos efectivos iniciaron el rastreo en puntos de interés identificados el día anterior a través de un dron.
Rescatistas habían encontrado algunas huellas que podrían corresponder a una de las caídas que relata Pablo, y en ese lugar se enfocaron.
Nuevamente Carabineros de Llifén y Futrono, además de bomberos y amigos de Pablo subieron al cerro, pese a que llovía de manera torrencial y a que el viento no amainaba.
Pablo, casi sin fuerzas, decidió apegarse al plan. Tenía que volver a la cima como sea.
Relata que caminaba con dificultad y a ratos se arrastraba por la espesa vegetación, con las manos laceradas y el cuerpo completamente rendido, pero siguió luchando por sobrevivir.
Cerca del mediodía de aquel jueves, mientras iba rumbo a la cima, divisó árboles que le parecieron familiares, esas pequeñas señales le devolvían el aliento y continuaba.
“Tenía que llegar a un lugar visible para que me encuentren, aunque sea desmayado. Yo me aferré a vivir, tenía que hacerlo”, confiesa.
Siguió lentamente esa ruta hasta que pasadas las 13:00 del jueves 21 de abril, logró divisar el campamento del GOPE, en la parte alta del macizo. Casi no podía caminar, pero sabía que había salvado su vida.
Los rescatistas corrieron a su encuentro y lo pusieron a salvo en el campamento.
Al escuchar el contacto radial en la base improvisada en la parte baja del cerro, donde aguardaban sus padres y amigos, los gritos de felicidad no se hicieron esperar.
“Pablo fue encontrado con vida”, se podía escuchar fuerte y claro.
Debido a la hipotermia que presentaba fue estabilizado antes de iniciar un largo descenso por el Toribio, tránsito que le tomó alrededor de cinco horas a los 26 rescatistas que participaron del operativo.
A casi un mes de aquella experiencia, el joven cuenta a Grupo Diario Sur que se encuentra bien y agradecido de quienes pusieron todo su esfuerzo por encontrarlo.
Dos semanas después de su rescate, Pablo decidió enfrentar sus miedos y regresó al Toribio, esta vez bien equipado y en compañía de amigos que conocen la ruta.
Cuenta que los primeros 800 metros fueron de mucho miedo, pánico que aguantó hasta llegar a la cima.
“Muchos dirán que estoy loco, pero necesitaba terminar con esa sensación que no me dejaba dormir. Cada vez que cerraba los ojos volvía a sentir el frío que sentí esas noches y eso ahora se acabó”, dice contento.
Comenta que la principal lección de esta experiencia no es dejar de hacer lo que ama, sino que hacerlo con todas las medidas de seguridad, y nunca solo.
Revive el video de su rescate :
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