Por Eva Rocha, Vasti Abarca y Mario Guarda.
Los recuerdos de infancia de Yolanda Cáceres en Pitriuco, sector rural de la comuna de Lago Ranco, son traumáticos. Fue víctima de constantes abusos y golpizas por parte de su padre. Pasó de casa en casa buscando un refugio hasta que a la edad de cuatro años fue adoptada por una familia riobuenina.
Creció alejada de sus hermanos, pero en su mente siempre se mantuvo viva la imagen de su pequeña hermana Ruth, una guagua de meses que le fue arrancada tras una adopción forzada.
El destino de esa pequeña, en cambio, fue una vida solitaria en Alemania, donde fue víctima de discriminación por su piel morena y, al morir su padre adoptivo, sufrió golpizas y malos tratos por parte de una madre alcohólica. Muy lejano a la vida idílica que se suponía tendría en Europa.
Treinta años después, y tras una larga lucha, lograron reencontrarse gracias a las redes sociales y a un detalle que resultó trascendental para ambas.
En el capítulo tres de “Madres-niñas, las otras víctimas de la dictadura”, ambas hermanas relatan al área de reportajes de Grupo DiarioSur, las circunstancias que permitieron su separación bajo el amparo de una red de personas, instituciones y el propio Estado que facilitó las adopciones internacionales de niñas y niños chilenos, especialmente en el régimen de Augusto Pinochet.
Los recuerdos de la infancia de Yolanda se remontan a 1985 en Pitriuco, donde pasó sus primeros años en compañía de un hermano apenas dos años menor que ella y de Ruth, de solo meses de vida.
Yoli, como le llama con cariño su familia, recuerda de manera nítida las veces que tuvo que escapar y refugiarse de los abusos y golpizas que le propinaba su padre Ananías Rerequeo, lo que sumado al abandono de su madre, fue el escenario propicio para la salida de su hermanita del país.
“Tuvimos al peor ser humano de padre”, menciona.
A los cuatro años vio por última vez a su madre y a su hermana Ruth, mientras intentaban escapar de los golpes de Ananías.
“Mi mamá llevaba a Ruth en brazos porque era muy chica, yo corría detrás, pero él me alcanzó y me golpeó como siempre. Esa fue la última vez que las vi”, lamenta Yolanda.
Diez años después, cuando ya se encontraba con una familia adoptiva definitiva en Chile, se enteró que la pequeña hermana a quien añoraba había sido enviada a Alemania en circunstancias aún desconocidas.
La abuela materna se limitaba a decir que Ruth “no podía estar en un mejor lugar”.
“Mi abuela reconoció que Ruth, que estaba con una familia de acogida en ese momento, se enfermó y la llevaron al hospital de Río Bueno, y desde ese lugar mi hermana desapareció”, explica.
“Una asistente social de Lago Ranco que se llamaba Patricia Ferrada hizo todos los papeles para que se la lleven, pero mi mamá nunca firmó nada”.
Relata que siendo solo una adolescente acudió a Carabineros, a la Policía de Investigaciones (PDI) e incluso en hogares de menores intentó saber dónde estaba su hermana, pero nunca obtuvo respuestas. Creció anhelando que llegue el día de volver a verla.
Al otro lado del mundo, a más de 12 mil kilómetros de distancia, en Alemania, Ruth Rerequeo, ahora Ruth Stein, cuenta a Grupo Diario Sur que nada de la vida idílica que se supone le brindaría el primer mundo ocurrió.
Según su relato, no sólo fue víctima de burlas en el jardín de infancia debido a su piel morena, también sufrió violencia de parte de quien se supone debió protegerla, su madre adoptiva.
Recuerda que solo recibió amor de su padre adoptivo Holger Stein, quien falleció cuando ella tenía ocho años. Lo que vino para ella tras su muerte fueron solo malos tratos y terminó en un hogar de menores en Hanau, donde permaneció hasta los 12 años.
“Mi infancia fue simplemente triste, me golpearon muchas veces. Mi madre adoptiva padecía una enfermedad mental y tenía un grave problema de alcoholismo. Hubo muchos golpes y fue peor cuando murió mi padre”, relata.
“Yo era como una muñeca de otro país, tenía que ser perfecta y nunca entendí por qué era morena si mis padres eran blancos. Hasta que un día, cuando tenía siete años, mi padre me contó la verdad, pero no querían que yo buscara a mi familia biológica, yo tenía que ser agradecida por estar en Alemania”, revela Ruth.
Ambas crecieron separadas, pero las redes sociales cambiaron todo en sus vidas. Un pequeño detalle, que Ruth pensó con la intención de ser encontrada por su familia biológica, fue clave.
Yolanda llevaba años intentando encontrar a su hermana, hasta que un día, entre sus tantas búsquedas en Facebook, finalmente obtuvo resultados. Encontró un perfil bajo el nombre de Ruth Rerequeo.
Su hermana, desde el otro lado del mundo, había creado ese perfil con la esperanza de que alguien en Chile la reconociera, y así sucedió.
Pese a que ese detalle le extrañó a Yolanda y al principio no entendió por qué Ruth usaba su apellido biológico, de inmediato reconoció un rostro familiar en la fotografía del perfil.
Sin pensarlo, se puso en contacto con ella.
Ruth por su parte, quien solo habla alemán, tradujo el mensaje recibido de parte de esta completa extraña, y al ver que sus apellidos no coincidían, pensó que se trataba de una mala broma.
Quien la había contactado era Yolanda Cáceres, su hermana, pero bajo el apellido de su familia adoptiva, por lo que tras comprender estas razones, Ruth se dio cuenta de que finalmente había encontrado sus orígenes.
Gracias a un programa de televisión alemana, Ruth viajó a Chile el 2019 y pudo conocer sus raíces y abrazar a sus hermanos y también a su madre biológica.
“Conocí a mi familia, pero no obtuve todas las respuestas que necesitaba escuchar de mi madre”, lamenta.
“Hasta el día de hoy no encuentro explicación de por qué me sacaron del país y no me dieron la oportunidad de ser adoptada en Chile si mi madre no me quería, o por qué tuve que crecer en otro país, en una cultura distinta, con personas distintas”, reflexiona Ruth.
Yoli atesora ese encuentro en el aeropuerto como el fin de una larga angustia. Pese a que no pudo decirle todo lo que sentía debido a las barreras idiomáticas, los abrazos y cariños fueron suficientes para saber que no volvería a perderla.
En su adolescencia, Ruth acudió a la Oficina de Bienestar Juvenil de Alemania, donde accedió a la documentación legal que revela sus orígenes: conoció su verdadera identidad, país de origen y el nombre de su madre.
En ellos se detalla cómo su familia adoptiva logró sacarla del país por intermedio del abogado chileno Romualdo Roldán Alvarado, quien solicitó a los tribunales nacionales la adopción para la familia Stein.
Entre los argumentos esgrimidos por Roldán para solicitar la tuición de la menor, se lee que era “hija ilegítima” debido a que no tenía padre, la madre la había abandonado y la abuela no fue por ella al hospital.
También se establece que los Stein son una familia con recursos económicos suficientes para hacerse cargo de la niña, además de estar física, moral y psicológicamente capacitados para hacerse cargo.
“Ellos le brindarán amor y ternura”, se lee en el documento al que Grupo DiarioSur tuvo acceso.
En los documentos, no se aprecia que la tutora legal de Ruth, es decir, su madre, firmó ni expresó su voluntad para entregar a su hija en adopción, mientras que según su certificado de nacimiento, sigue siendo Ruth Albania Rerequeo en Chile, con dirección en Carlos Antúnez 1874, Providencia.
Alejandro Quezada, fundador de Chilean Adoptees Worldwide, en entrevista con Grupo Diario Sur, menciona que la forma en la que Ruth fue sacada del país era muy habitual y muchos niños, al igual que ella, terminaron en hogares de menores, abandonados por su padres adoptivos.
“La adopción es una palabra bonita para el tráfico de niños. Los niños son en realidad mercancías en el deseo perverso de personas que no siendo aptos para la adopción, pueden comprar niños con dinero”, sentencia Quezada, también víctima de una adopción forzada desde Paillaco.
Ruth Stein, hoy con 36 años y tres hijos, menciona que su familia adoptiva nunca pudo tener hijos propios, pero según lo que se le informó en la Oficina de Bienestar Juvenil de Alemania, donde consiguió documentación sobre sus orígenes, los Stein no pudieron adoptar en ese país debido a los problemas con el alcohol que presentaba la mujer.
“Yo siempre fui su segunda opción, probablemente hubo un niño alemán antes de mi, pero como ella era violenta y bebía mucho, no pudo adoptar acá (Alemania)”, dice Ruth.
Quezada cuestiona al Estado chileno y también al alemán, y asegura que “ambos le fallaron a Ruth”.
“Aquí hay embajadas y consulados involucrados y no podemos decir que los países que permitieron estas adopciones tienen las manos limpias. Solo ven que hay niños en hogares, pero no se preocupan de cómo esos niños llegaron ahí”, enfatiza Quezada, quien vive en Holanda, país donde lo enviaron en adopción.
Ruth considera que su adopción se pudo haber evitado. “Las autoridades de Chile deberían haberme cuidado mejor. Muchas cosas salieron mal”, asegura.
“Hoy solo me pregunto por qué no me permitieron quedarme en Chile con mi hermano y mi hermana si nosotros no somos objetos, somos personas”, lamenta Ruth.
El reencuentro de esta familia fue posible gracias a las redes sociales, tal como ha ocurrido en otros casos. Situación que refleja la apatía de las autoridades por agilizar y facilitar los encuentros familiares de tantas personas que siguen en la búsqueda.
Quezada, quien lleva cuatro años dedicado a colaborar en la búsqueda de la verdad y en el reencuentro de familias, lamenta que pese a la existencia de dos ministros dedicados a investigar la adopción y sustracción de menores (Jaime Balmaceda y Mario Carroza), no se avanza en la reparación para quienes siguen la búsqueda.
Revela que urge que la información relativa a los orígenes de los miles de niños y niñas enviados al extranjero sea liberada de una buena vez porque el tiempo apremia.
“El tiempo está en contra de nosotros, porque hay padres que están llegando al final de sus vidas mientras se pierde el tiempo”, puntualiza.
“Está bien la investigación penal, está bien intentar identificar a las personas involucradas, pero no está bien ocultar información relevante para los reencuentros”, concluye.
Para Quezada, lo primero es cerrar el círculo de búsqueda con las familias, lo que considera sería un alivio para las miles de víctimas de las adopciones forzosas que aún caminan errantes sin saber de dónde vienen.
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