Por Vasti Abarca
Un frío sábado 23 de abril, Mirta Solís, conoció a su hija Carmen Gloria, tras 37 años separadas por el océano Atlántico, debido a una adopción forzada que cambió todo en sus vidas. Aunque en estos tiempos, los reencuentros no son en los formatos de antaño.
Ese día, la lluvia y el calor de la leña acompañaron a Mirta, mujer de pocas palabras, que tan solo con la mirada expresaba un mar de emociones que solo una madre podría entender.
Ante la inmensidad de lo que le esperaba, Mirta no estuvo sola, uno de sus hijos, Guillermo, la apoyó en todo momento junto a su esposa y su pequeño hijo.
Juntos, emprendieron un viaje que hasta hace unos meses jamás imaginaron y que decidieron compartir con el área de reportajes de Grupo DiarioSur, como parte de la serie de reportajes “Madres-niñas, las otras víctimas de la dictadura”.
Entre cables, computador y una cámara, la familia Solís se dispuso para un día inolvidable.
Tan solo hace unas semanas, José Aravena, exconcejal de Paillaco, había golpeado la puerta de Mirta con una noticia que, a sus 59 años, le cambió la vida para siempre.
José había sido contactado por Alejandro Quezada, líder de la organización Chilean Adoptees Worldwide, quien le informó sobre un caso que llegó a sus manos: una mujer de Alemania estaba en búsqueda de su madre biológica.
Se trataba de Carmen.
Desde el país europeo, la mujer de 37 años, comenzó en 2021 la búsqueda de sus orígenes biológicos.
“Siempre tuve el interés de encontrar a mi madre, siempre estuvo en mí, pero es difícil hallar a una persona que no conoces, en un país que no conoces”, explica Carmen en conversación con Grupo DiarioSur.
Sin embargo, aunque sabía que había sido adoptada, no sospechaba que había sido víctima de las adopciones forzadas que se registraron en el sur de Chile en la época de la dictadura militar.
Comenta que sus padres adoptivos le habían dicho que su adopción se realizó a través de un proceso regular, debido a que cuentan con los documentos judiciales que permitieron que fuera enviada a Alemania.
“Ellos siempre me dijeron que mi madre biológica me abandonó, así que yo pensaba que era una niña que no quisieron”, lamenta.
Cuando decidió indagar en sus orígenes, Carmen encontró su certificado de nacimiento de Chile, donde aparecía el nombre de su madre y su rut, por lo que a diferencia de otros muchos casos, el camino hacia su familia biológica tomó un rumbo más claro.
Así, navegando en internet, se topó con la organización de Alejandro, con quien se contactó hace pocos meses.
Cuando conversaron, Alejandro le dijo que él también había sido adoptado desde Chile. En ese momento, a Carmen le llamó la atención que Alejandro mencionó que sus documentos contaban una historia falsa sobre las razones por las que su madre lo dio en adopción.
“Es difícil de explicar lo que he sentido, es como una película de terror, algo que no podía ser real, algo que le podría pasar a otra persona, pero no a mí”, describe Carmen.
Tres días se demoró Alejandro en encontrar a Mirta con la ayuda de José.
Tras recopilar los antecedentes, José partió con un amigo en búsqueda de Mirta, quien vive en la ruralidad de una cuesta cerca de La Unión.
El camino fue largo y entre rutas desconocidas, sin embargo, lograron llegar a la casa. José cuenta que ella primero pensó que se trataba de una visita de funcionarios de la municipalidad.
“Cuando llegué andaba un joven en el patio, y le pregunté a ella quién era. ‘Es mi hijo’, me respondió”, relata José.
“¿Y el pequeño? ‘Es mi nieto’. ¿Tiene varios hijos? ‘Tuve tres hijos’”, recuerda que le contestó.
“¿Y tuvo una hija?”, continuó José. “No, puros hombres”, respondió Mirta.
José recuerda que Mirta quedó pensativa un momento: “Le dije, ¿Qué pasaría si a lo mejor usted tuvo una hija? ¿Qué pensaría si ella la quisiera buscar?”.
En ese instante, Mirta lo miró y se atrevió a dar una respuesta sincera.
“Tuve una hija, pero me la quitaron, nunca supe más de ella y fue pasando el tiempo, pero nunca me he olvidado que tuve una hija”, le contestó a José, quien se sumergió en la causa de las adopciones forzadas debido a que él mismo es un hermano que busca a su hermana.
Mirta, al igual que la madre de José, siempre tuvo la seguridad de que la hija que fue arrebatada de sus brazos al nacer, estaba con vida.
Y en su caso, la esperanza se transformó en realidad.
“Busqué la foto de Carmen en el teléfono, se la mostré, y le dije: ella es su hija, está en Alemania y la anda buscando”, relata José.
En ese momento, la emoción los desbordó. Una foto en un celular traspasó las fronteras y acercó al corazón de Mirta, a su hija perdida.
“Nunca imaginé la emoción que sentimos ese día”, dice José, intentando expresar en palabras lo vivido.
Mirta y José se inundaron en un mar de lágrimas, mientras a su alrededor no todos entendían qué estaba pasando.
A Guillermo, hijo de Mirta, le costó asimilar la sorpresiva noticia.
En sus ojos, la escena se vio distinta. Su madre recibió la visita de dos extraños y luego la vio llorar. Todas sus defensas se activaron.
Más difícil fue cuando escuchó sobre la existencia de una hermana de quien nada sabía, demasiada información. José recuerda la tensión que se produjo en ese momento.
“En la vida pasan tantas cosas y esta es una situación tan linda, da las gracias a Dios que estás pasando por este momento”, le dijo a Guillermo, buscando calmar la situación.
Y continuó: “Tu mamá tuvo una hija, ella te explicará los detalles después, pero tú tienes una hermana en Alemania, y anda buscando a su madre”.
Cuando José se fue, madre e hijo pudieron conversar. La preocupación de Guillermo era genuina y tras comprender la situación, su actitud cambió rotundamente y se sumó a la idea de conocer a su hermana.
Así, se planificó el reencuentro entre Carmen y Mirta. La fecha programada fue el 23 de abril de este año.
Esa mañana, el frío helaba las calles de La Unión y una lluvia intermitente se dejaba escuchar en la techumbre de la casa de la familia Solís.
Mirta miraba nerviosa mientras se instalaban los aparatos que le permitirían ver a su hija por primera vez después de tres décadas.
Con más de 12.000 kilómetros de distancia y 37 años transcurridos, verla a través de una videollamada significaba todo.
Una vez estuvo todo listo, la luz de la cámara se prendió y apareció su hija en la pantalla. En silencio, las lágrimas rodaron por sus mejillas, expresando todo lo que no podía decir con palabras.
Su hija hablaba alemán e inglés, ella español. Sin embargo, la forzada barrera idiomática entre madre e hija no pudo borrar el parecido de sus rostros.
No había duda alguna, ahí estaba su guagua que le fue arrebatada de sus brazos, 37 años después.
Carmen, a pesar de haber tomado algunas clases en español, no estaba lista para hablar en su idioma materno, pero quería saber todo sobre su madre. Entre risas nerviosas, le pidió a Mirta que le contara cómo fue su vida.
Desde el otro lado del mundo, Mirta relató tímidamente que había pasado años difíciles, sobre todo con el padre de Carmen, quien se opuso a que buscara a su hija y la maltrataba.
En la conversación, Mirta aclaró que su exesposo ya había muerto, lo que no pareció inquietar a Carmen, que no mostró mayor interés en saber de su padre biológico tras el triste relato de su madre.
Mirta continuó y comentó que se volvió a casar y tuvo hijos, entre ellos Guillermo, quien se mantuvo cerca de su madre en todo momento. Ella quería que su hijo fuera parte del reencuentro.
“Lo que quiero saber es si ella está enojada conmigo por lo que pasó”, dijo Mirta con ojos lagrimosos y un suave tono de voz que mantuvo durante toda la conversación.
“¡Nunca, no podría!”, respondió con énfasis Carmen mientras esbozaba una gran sonrisa y se llevaba las manos a la cara. “Estoy muy feliz en este momento”, agregó.
Mirta le contó que cuando nació en 1984, en el Hospital de La Unión le dijeron que necesitaba estar entubada, pero no le explicaron por qué y desde ahí no se la entregaron nunca más.
“Solo quiero decir que te amo hija”, expresó Mirta. Desde el otro lado de la pantalla, Carmen no cabía en su emoción.
“No tengo palabras para describir cómo me siento, estoy llena de emociones”, respondió.
La conversación duró más de dos horas y Mirta, además de conocer a su hija, pudo ver a sus tres nietos.
Ante la inmensa emoción, José que estuvo presente en todo el proceso, dejó escapar un suspiro: “Ojalá algún día mi familia también esté en esta misma situación, conociendo a mi hermana”.
Tras el reencuentro, la familia Solís decidió no soltarse más, aunque recién comienzan a construir el camino que recorrerán juntos para sanar las heridas que dejó el pasado.
“Me siento mal por mi mamá, que ella pensara que yo estaba muerta y no supiera qué pasó durante tantos años”, suspira Carmen días después de conocer a su madre.
“Me da pena, pasó mucho tiempo, muchos años en los que no pude estar con ella”, lamenta.
Desde el otro lado de la vereda, Mirta aún sigue intentando asimilar que recuperó a su hija, aunque ahora vive con plena certidumbre.
“Finalmente, después de todos estos años, me siento completa”, le dijo a su hijo Guillermo, tras el reencuentro que cambió sus vidas.
Guillermo reconoce que para él al principio fue difícil por lo inesperada que fue la noticia, pero eso ya quedó en el pasado y por estos días, conversa a diario con su hermana, que está muy entusiasmada con poder conocerlos.
“Quiero ir a Chile lo más pronto posible, no estoy segura de la fecha pero en los próximos meses”, dice Carmen. “Hablo mucho con mi hermano, nos contamos qué estamos haciendo y cómo está mi mamá”, agrega.
“Me siento parte de la familia a pesar de estar tan lejos”, concluye.
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