Me equivoqué.
Medio a medio me equivoqué hace una semana, cuando dije en estas mismas líneas que no creía que Putin terminara por atacar con todo a Ucrania, y desatar un clima de inestabilidad que nos llega incluso a los que vivimos en las antípodas del conflicto y casi no tenemos velas en ese entierro.
Lamentablemente, las guerras ya no son lejanas. De uno u otra forma se nos acercan y hasta nos tocan. Los analistas señalan que el efecto más sensible para Chile será el alza de los precios de los combustibles. Por desgracia, esta tierra tan bonita y noble que nos entregó la vida carece del llamado oro negro. No producimos petróleo ni para alimentar un encendedor, y debemos depender de los mercados internacionales. También ya están subiendo el trigo y el maíz, lo que es muy malo para nosotros, que somos demasiado buenos para el pan, que no podrá ser reemplazado por las tortillas ni las arepas.
Ya nuestras autoridades han reaccionado, repudiando la ofensiva rusa. “Estos actos vulneran el derecho internacional y atentan contra vidas inocentes, la paz y la seguridad internacional”, dijo el todavía Presidente Sebastián Piñera. “Desde Chile condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza”, opinó el todavía Presidente Electo Gabriel Boric. Es que no puede haber dos opiniones frente a lo horroroso de la situación, que no es un hecho espontáneo, en respuesta a una provocación o una razonable defensa de lo propio. No. Esto estaba preparado por largo tiempo y el mundo lo sabía. La incertidumbre estaba radicada en saber hasta dónde se atrevería a llegar el inefable gobernante del Kremlin.
En el resto de América Latina la reacción de repudio al ataque ha sido parecida, con un par de excepciones. Los incalificables aprendices de caciques Nicolás Maduro y Daniel Ortega corrieron a congratular a Putin y a entregarle todo su respaldo. Está claro que otra vez intentan pasarse de listos y sacar provecho para la compra de armas y otros pertrechos que les pueden llegar a precio de liquidación de grandes tiendas, para continuar su inclaudicable lucha contra el imperialismo. Curioso, porque la invasión de territorio ucraniano tiene amplia forma imperialista.
Al comienzo de estas líneas reconocía mi error de apreciación al creer que no habría guerra, porque confiaba en que primaría la cordura y la capacidad de entendimiento sin violencia. Por decirlo en buen chileno, los creía capaces de arreglarse a la buena.
Sin embargo, no soy el único que se cayó con eso. Por el contrario, hasta los líderes de potencias no involucradas en el problema han reconocido que la agresión rusa los pilló con los pantalones abajo. Y la opinión de ellos, al contrario de mi modesto presagio, sí que es importante. Refleja que ni todos los anuncios deslizados desde Moscú alcanzaron para poner sobre aviso de que algo grave se venía encima.
Ahora hay otro punto que llena de incertidumbre hasta a los más sesudos conocedores de la política internacional y sus efectos bélicos. Se trata de intentar saber hasta dónde pretenden llegar Putin y sus adláteres.
Si la idea es reflotar, aunque sea a medias a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, absorber por completo a Ucrania o simplemente seccionarla, pero más allá de los territorios que están en disputa desde hace varios años.
Los analistas tampoco tienen muy claro si Putin tiene más de Pedro el Grande que de Stalin, porque aunque muchos lo vean como una sandía madura, verde por afuera y roja por dentro, no está claro cuánto le queda de soviético. Al parecer, es un zar modelo siglo XXI.
Fíjense que hay informes no confirmados que dicen que en todos los años que lleva en el poder ha juntado tantas monedas que ya ha llenado varios chanchitos alcancía. Y no son chanchitos chicos, de esos que nos regalaban cuando éramos niños y no existían las tarjetas de débito o crédito. Noooo. Algunos, expertos o simples cahuineros, dicen que Vladimir Vladimirovich Putin es el hombre más rico del mundo (en billetes, obvio), porque tampoco tienen la pinta de Brad Pitt.
Explican estos opinólogos, que la fortuna del mandatario deja convertidas en una libreta de ahorros del BancoEstado la guita de Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates.
¿Será para tanto?
Es otro de los misterios que rodea al hombre que acapara las miradas del mundo entero. Lo que es indiscutible es que está rodeado por un círculo de hierro formado por familiares y amigotes multimillonarios dueños, incluso, de poderosos clubes de fútbol, de esos que llegan a ganar la Champions.
Plata no le debe faltar, pero sigue siendo un hijo de Putin. Por su padre, por supuesto.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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