Había que estar allí sintiendo el olor a azufre, las tormentas eléctricas a plena luz del día, las violentas eyecciones de elementos piroclásticos, el calor sofocante provocado por la falta de respiración, las avalanchas de lodo y las muertes ocurridas a pocos kilómetros donde se alzaba monstruoso y ominoso el hongo de humo de 12 kilómetros de altura.
En realidad, me contaron después que hay dos cerros Hudson según la carta preliminar de 1962 del IGM. Uno llamado Cerro Hudson propiamente tal, y otro Hudson a algunos minutos de latitud hacia el sur que algunos estudiosos de la época convinieron en bautizarlo como Hudson Norte que es el que estaba en erupción en esa época y que habría estado dormido durante unos doscientos años. Según un informe desarrollado por la entonces ayudante de Geografía Gioconda de la Peña y Pedro Riffo Arteaga de la Universidad de Chile sede Temuco, los conductos y fisuras persistentes del Hudson Norte que se encontraban expuestos a la fuerte compresión provocada por los materiales fluidos a unos sesenta kilómetros de la superficie, fue lo que provocó la erupción de material sólido que se derramó en un área suficientemente extensa como para ser capaz de formar un hongo de 14 kilómetros de alto, recibiendo extraordinarias cantidades de cenizas Ibáñez, Balmaceda, Villa Castillo, Puerto Aysén y Coyhaique en un radio de 30 kilómetros.
Quien participó trasladando al grupo fue el piloto Luis Acevedo Marín, que maniobró con mucha dificultad su avión, acercándose dos kilómetros más al volcán que el avión de la comitiva ministerial. Mientras tanto ya se había producido un aluvión en el valle Huemules que obstaculizó la desembocadura del río e hizo prácticamente imposible el avance de las lanchas que corrían al rescate de damnificados. Hubo, en consecuencia, algunas muertes por inmersión y se dio una situación trágica imposible de evitar. Junto con crecer aluviones en varias partes de los lugares señalados, se mostró otra realidad, que el alto del hongo era de 14 kilómetros con un ancho también considerable de 800 metros. A ello se unieron variadas tempestades eléctricas que aumentaban los estruendos y las luminosidades incrementando el pavor entre los pobladores. Los rayos de 6 kilómetros de largo de las tempestades se producían a plena luz de día, y sin embargo se percibían con una nitidez increíble.
Según Lucio Cadagán, comenzó el 12 de Agosto a las 6 de la tarde cerca de su predio en medio de una gran luminaria, repitiéndose a las 8 de la noche con inusitada violencia. Él creyó sentir dos fenómenos: una especie de viento de ciclón que pasaba por todas partes y un ruido aterrador como si algo se deslizara cerro abajo. Unas horas más tarde la masa eruptiva enfrentó y levantó casas y construcciones destruyendo todo a su paso y dando muerte a unas 500 cabezas de ganado. Fue en ese momento que desaparecieron cinco personas y doña Edelmira Barría perdió a dos hijitas y dos vecinos, navegando sobre la materia candente de ramajes, ceniza y barrial que avanzaba como un río. Sus esfuerzos para tratar de salvar a sus seres amados, resultaron completamente estériles.
Posteriormente de pasado el fenómeno se evaluaron los daños en la agricultura y ganadería, y ya en esa época se comprobó que en el plazo de un año los elementos del suelo se verían enriquecidos, algo que luego pasó a transformarse en una constante en medio de una segunda erupción. En cuanto a la ganadería la situación resultó aberrante porque después del primer ganado perdido por muerte causada por el avance del aluvión, se produjo una mortandad de unas 10 mil cabezas más que perecieron por intoxicaciones diversas, indigestión o inanición.
Una provincia como ésta, eminentemente ganadera, fue víctima de un atentado natural gravísimo y de un exterminio terrible que llevó finalmente a tomar conciencia que la situación física de Aysén siempre le mantendrá en un constante peligro latente al cual tendrá que enfrentar echando mano a todo lo que pueda. Ya siguen sucediendo nuevos fenómenos. El de Chaitén constituye el más patético de los casos porque no se le puede poner freno tan fácilmente. Pero a la fatalidad de 1971 hay que echar a correr el tiempo para resituarnos en el volcán Hudson pero ahora el año 1991.
El 8 de agosto hacia las seis y media de la tarde, el Hudson mostraba un nuevo ciclo eruptivo, precedido por actividad sísmica percibida unas tres horas antes por gente de Valle Huemules en una actividad explosiva y agresiva. Esa impresionante columna eruptiva alcanzó los 12 km de altura y se dirigió hacia el norte, afectando a Puerto Chacabuco, Puerto Aysén, Puerto Cisnes, Puyuhuapi y La Junta. Un inesperado lahar echó a correr hacia los ríos. Al mediodía del 12 de agosto, se había iniciado la segunda y más importante erupción que, a las dos horas de comenzada mostró una columna de más de 10 km hacia el sureste, llegando a afectar a las localidades de Villa Cerro Castillo, Puerto Ibáñez y Chile Chico, en el lado chileno y Villa Los Antiguos por el argentino. Impresionantes visiones nos acompañaron por unas semanas con una oscuridad total a plena luz del día y un ambiente cubierto de lava, ceniza y un ambiente perturbador. Las temperaturas bajaran notoriamente. El día 14 la columna se mantenía en un promedio de 16 km de altura y durante la tarde de ese día comenzó la declinación definitiva de la caída de ceniza, aun cuando el daño ya se había producido indefectiblemente. Entre los cursos de agua afectados por la gran cantidad de material caído se destacan el río Huemules, en el valle del mismo nombre, y el río Ibáñez. Este último recibió un enorme volumen de piroclastos que lo embancó severamente a lo largo de su curso, causando la muerte de vastas extensiones de bosques en sus riberas. Más aún, su desembocadura en el lago General Carrera, 90 km al sureste del volcán, también se vio alterada, puesto que la ceniza depositada formó una verdadera playa que modificó sustancialmente la orilla, generando problemas para la navegación local.
La erupción se desarrolló en tres etapas claramente distinguibles. La primera consistió en la inyección de un magma basáltico en profundidad, en algún momento entre la erupción de 1971 y el 8 de agosto de 1991. A pesar de todo, especialistas convienen en señalar que ésta no ha sido la erupción más grande en la historia geológica del Hudson. La evidencia permite reconocer unas 15 sólo en los últimos 10 mil años y huellas de algunas más antiguas, todas de carácter explosivo, algunas relativamente pequeñas y otras bastante importantes. Tras alguna actividad menor posterior a 1991, el volcán provocó nuevamente en octubre de 2011 una erupción a través de 3 cráteres, con columnas de cenizas de hasta 5 km, dispersión de material en áreas cercanas y lahares en los valles adyacentes en una fase corta de siete días.
Francisco Hudson tuvo una relativamente corta existencia. Era de Curaco de Vélez, de madre chilota y padre inglés. Su contribución permanece preferentemente en la exploración y la cartografía del sur de Chile, mejorando la navegación alrededor del archipiélago de Chiloé y en los canales patagónicos a través de sus mapas. Sus obras fueron esenciales para la posterior exploración interior de la región de Aysén por Hans Steffen.
En su memoria, el Volcán Hudson, el volcán más activo de la región de Aysén, lleva su nombre, así como uno de varios promontorios en la entrada de la laguna San Rafael. A nivel institucional, uno de los edificios del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile (SHOA) recibe el nombre de Don Francisco Hudson.
La erupción del volcán Hudson de 1991 es una de las más violentas que se han registrado en la historia de Chile. El Hudson entró en erupción violentamente entre el día 21 de junio de 1991 y permaneció en actividad hasta el 29 de diciembre del mismo año.
La explosión fue acompañada por intensas tormentas eléctricas, lluvias torrenciales y un enorme volumen de material volcánico arrojado desde el interior de la tierra hacia la atmósfera. La erupción ocurrió en dos fases, la primera más moderada comenzó el 21 de junio y duró solo 16 horas. La segunda, comenzada el 11 de agosto a las 12:00 horas fue mucho mayor y provocó el nacimiento de un segundo cráter.
La nube de cenizas que expulsó el volcán se elevó por sobre los 8000 metros sobre el cráter, siendo coronada por una gran nube casquete-esférica con frecuentes y luminosas descargas eléctricas. Este conjunto fue inmediatamente transportado por los vientos llevándose progresivamente hasta alcanzar más de 12.000 metros al ingresar a territorio argentino.
Los espesores de ceniza caída sobre el valle cercano al volcán oscilaron entre los 0,45 a 1,20 metros, tratándose de la suma de las diferentes capas que se diferencian en base al tamaño de la tefra (término que involucra a todo el material suelto y de cualquier tamaño eyectado por el volcán). En las cercanías del Volcán el material caído alcanzó tamaños de hasta 45 centímetros. Los ríos que existen en la zona del Hudson han transportado un volumen considerable del material expedido, merced a su baja densidad (aprox. Menos de 1g/cm39) que fue redistribuido al llegar al lago General Carrera alcanzando las costas de Los Antiguos.
OSCAR ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas y memoriales de las vecindades de la región de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión. Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra
colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ellos se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.
Grupo DiarioSur, una plataforma de Global Channel SPA.
Powered by Global Channel
203360