El terremoto se sintió por cerca de 1.200 km desde Concepción hasta el litoral sur de Aysén y su epicentro se situó a 144 km al noroeste de Valdivia, muy cercano a la capital de la región de Los Ríos, por lo que el fenómeno se conoce con el nombre de Terremoto de Valdivia. Ha sido considerado como el sismo más grande que se ha registrado en la historia de la humanidad, debido a su magnitud de 9.5 Mw.
Este signo de medida Mw representa algo así como la escala sismológica de magnitud de momento, una escala logarítmica usada para medir y comparar terremotos y se basa en la medición de la energía total que se libera en un sismo. El megaevento que comento ha sido el mayor del mundo en cuanto a magnitud Mw.
Si hubiese sido yo experto en el tema, y pudiera mostrarles un informe a mis lectores sobre lo que ocurrió en la provincia de Aysén aquel fatídico domingo de 1960, probablemente escribiría lo siguiente:
El sismo del 22 de Mayo de 1960 es la mayor catástrofe telúrica registrada en la historia.
La ruptura tuvo mil kilómetros de largo, y el desplazamiento sobre el plano de falla superó los 20 metros. El mecanismo indica falla inversa en el plano de subducción, y propagación unilateral de la ruptura desde el norte hacia el sur, como pudo informar el efecto Doppler observado. La destrucción se extendió en la zona comprendida entre Concepción y Aysén, y el tsunami generado afectó todas las costas Pacíficas. La costa chilena sufrió levantamientos y hundimientos permanentes de varios metros. Volcanes andinos fueron perturbados y desencadenaron violentas erupciones. Por primera vez fue posible medir la frecuencia más baja de oscilación de la tierra, con un período de 53 minutos. Ondas superficiales viajaron varias veces en torno al planeta. El proceso de ruptura incluye réplicas que duraron décadas y la sismicidad histórica muestra que la repetición de la ruptura Concepción-Aysén es cuasi regular con un período del orden de 128 años.
Aquel día domingo mi familia había terminado de almorzar y la mayoría nos encontrábamos relajados, algunos en la sobremesa, otros, lavando la loza y los menos, trabajando. En el último grupo me encontraba entonces junto a mi padre, que me pidió ayuda para acomodar mercancías recién llegadas. Estábamos encaramados sobre una escalera de pie, colocando cajas pequeñas de mercaderías sobre una repisa de madera y soportes metálicos de unos tres metros, cuando se escuchó el estruendo subterráneo que provocó los más encontrados comentarios y gritos de terror en medio de un espantoso primer minuto de sobresalto. Por lo mismo, el terrible movimiento nos pegó un chopazo de frente.
Quienes estaban aquel día en Coyhaique lo deben recordar fácilmente, deben visualizar aún en el cerebro las imágenes visuales de los cercados de los patios reptando como serpientes a través del pasto, decenas de grietas abriéndose por doquier en las calles y veredas, automóviles desplazándose solos por las calzadas y los servicios básicos de luz y agua, suspendidos.
En momentos como esos, no cabe duda alguna que lo que más impresiona son los chillidos de terror de las mujeres y las potentes voces de auxilio y advertencia de los hombres. Cada cual se comporta diferente.
La televisión no existía en esos tiempos y los diarios llegaban por el barco unos diez días después de la edición. El receptor de radio se transformó entonces en el principal elemento de sobrevivencia y comunicación no sólo en la ciudad sino también en todo el país. Sólo era necesario surtirse de gran cantidad de pilas para afrontar las emisiones radiales de la gran cadena nacional comandada por las radios Cooperativa y Minería, con las voces sacratísimas de los engolados locutores, de cuyos labios emergían interminablemente las listas de casos fatales y desaparecidos, con nombres y apellidos. Aquella transmisión se mantuvo por espacio de quince largos días, y era el único elemento puente que nos unía con la realidad. Mis oídos de niño recuerdan largos listados de personas desaparecidas en la mitad de dramáticos saludos, de mensajes desesperados y de lista de personas fallecidas, en las voces de las inolvidadas locutoras de la época, Ofelia Gacitúa de radio Cooperativa y Raquel Kuppers de la Minería, las emisoras más potentes y escuchadas. En la ciudad, nadie durmió en semanas.
Encuentros fatales entre la radio y la muerte
La radio era el puente vital que nos unía al país. La radio era el cordón umbilical que nos convocaba a unirnos con la madre capital de Chile. Nos informaba que ciudades sureñas se habían hundido en el mar, que botadas en el suelo como un escupitajo permanecían las potentes barriadas de Concepción, Corral, Valdivia y la mayoría de los poblados del interior y también del litoral. Un asombroso maremoto se había tragado literalmente la ciudad de Castro y los muertos aumentaban sin parar. Resonaban en nuestros oídos los desesperados intentos de los familiares de las víctimas en un afán denodado y casi inútil por encontrar a sus deudos con vida en alguna parte de los escombros. Por eso los paseos a través de los interminables mensajes de las radios santiaguinas. La rutina se desequilibró y toda esa regulada vida cotidiana se desencajó a tal punto que había muy poca distancia entre el terror y la muerte. Los periodistas y fotógrafos redoblaron esfuerzos para captar con sus antiguas cámaras Leika las imágenes de desolación de los pueblos destruidos. Esas imágenes son las que acompañan los recuerdos de hoy y nos hacen revivir esas implacables visiones de consternación.
El sismo del 22 ocurrió exactamente a las 14:55 P.M. y tuvo una duración de 10 minutos. Pero continuó por espacio de 15 a 20 días, con 37 epicentros que entraron en acción como una gran cadena. Estos se repartían de Norte a Sur en una extensión de 1.350 kilómetros, lo que constituyen unos 400.000 km2 . Es por ello que en algunos lugares el sismo concluyó primero. En ciertas zonas, como las comprendidas entre Puerto Saavedra y Chiloé, los epicentros se encontraban en la región costera y en algunos puntos cordilleranos motivándose unos a otros, lo que explica la duración del fenómeno.
La magnitud máxima registrada fue de 9,5 en la escala de Richter, y constituye la mayor registrada por un terremoto en la historia sísmica mundial. El fuerte movimiento abarcó 13 provincias entre Talca y Aysén, incluyendo once provincias afectadas por el terremoto del día anterior. La intensidad máxima alcanzada fue de once en escala de Mercalli modificada en la Zona de Valdivia, pero revisando los desastres provocados en algunas zonas, bien se pudo haber asignado una intensidad de doce. Lo que sobrevino después fue indescriptible: derrumbes, ruinas, incendios, inundaciones, una lluvia copiosa y el tsunami. El cálculo final de muertos y desaparecidos nunca se ha sabido con precisión, ya que, por falta de registros, o falta de datos de zonas demasiado lejanas los informes de la época no coincidían en una cifra única. De nada servía vivir en casas de cemento pues las grietas se abrieron igual, los remezones eran continuados, nadie pudo dormir en quince días, las clases se suspendieron, las familias permanecieron encerradas, el comercio continuaba funcionando con lo que había, llegó el desabastecimiento, Coyhaique y Aysén eran otras ciudades, no las mismas de siempre.
Si usted no estaba ahí, yo se lo cuento ya que pertenezco a ese grupo de habitantes que vivimos muchas noches de terror y desconcierto en pleno Coyhaique, hasta ahora nuestra apacible y delicada ciudad natal que tenía poco más de 30 años desde su fundación en 1929.
El terror fue el mismo que sintió cualquier habitante del sur en puntos distintos al epicentro de Valdivia. Todos compartimos el miedo, el desencanto, el caos y la confusión que provoca un fenómeno tan desconocido e inesperado como el que sucedió aquella tarde de Mayo de 1960.
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OSCAR ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas y memoriales de las vecindades de la región de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión.
Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello
se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.
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