Varias jornadas de averiguaciones me llevan hoy a develar algunos vestigios de la primera vida de Baquedano, en tiempos de oscurantismo y gran postergación. Pero, aunque no lo parezca, se trata de una oscuridad que se ilumina a medida que me voy adentrando en lo que sucedió entonces. Si la fundación fue en 1929, esto ocurría en el invierno de 1924.
¿Por qué se llamó la casa bruja a esta primera construcción y en qué circunstancias se produjo esto? Lo primero que hay que aclarar es que el acontecimiento revela una actitud de rebeldía de los peones hacia el tratamiento recibido por los administradores ingleses. Los invito a cerrar los ojos y a imaginarse a esos trabajadores. Aunque eran pagados con el mínimo, recibían alimentación, vestuario, casa, comida y caballo. Pero faltaba lo principal. Muy pocos tenían mujer y casi no había solteras. Si les hubiéramos preguntado a estos hombres tan jóvenes sobre lo que esperaban de la vida, nos habrían respondido que lo único que querían era tener tierra propia, una casa propia y una familia. Ahí se centraba principalmente este grito de protesta.
Aparece Juan Carrasco
Fue entonces que surgió un líder, un hombre que los representaba, alguien en quien canalizar los gritos de protesta y las silenciosas rabias que guardaban. Se llamaba Juan Carrasco y era uno de los más acreditados capataces de la estancia en los cuadros de Ñirehuao, unos cuarenta kilómetros en dirección de la frontera.
Los ingleses administraban las tierras de la compañía. Pero estaba prohibido apropiarse de una tierra, formar familias y poblar. La pampa había sido arrendada sólo para el faenamiento de ovejas, un negocio muy lucrativo con el Estado.
La noche del 27 de Julio de 1924 reinaba una turbulenta actividad en las confluencias. Grupos de pobladores habían decidido terminar con las absurdas e injustas ordenanzas de los ingleses de la Compañía Ganadera de Coyhaique Bajo, en orden a no permitir que se levante casa alguna en los sitios delimitados con alambradas. Desde el campo cercano de los hermanos Antecao a un kilómetro de distancia monte arriba, se habían comenzado a formular planes, a ordenar vigas, piederechos y bazas, a fin de que el levantamiento ocurriera lo más rápido posible.
Los carpinteros de las confluencias
José Cárcamo y Gabriel Chávez eran los nombres de los dos carpinteros que llegaron de Chiloé para liderar aquellas jornadas. Sus nombres aparecen consignados en los periódicos de los años 40. Bajo una dinámica vigilancia y supervisión, no se sabe de quién (tal vez el mismo Juan Carrasco Noches), una veintena de pobladores apuró el paso aquella madrugada y en carreta de bueyes acarrearon las piezas prefabricadas, en completo silencio. Me lo dice Vicente Solís en el registro sonoro: no volaba una mosca, sólo había chirridos de grillos y una que otra tosecita de los fumadores.
Todo duró lo que un soplido. Y concluyó en lo que sería el sitio de la primera casa de Baquedano, que es la actual Quinta Santa Cecilia, ladera abajo del regimiento, camino a Puerto Aysén. Un encuadre histórico rodeado de álamos casi centenarios, que muy pocos conocen. Quedan fotos conservadas de los hermanos ya viejos yendo a pasearse por las laderas y el pasto ralo de la casa que construyó su padre Juan. Siento a Baldemar, uno de los más entusiastas, diciendo con el pecho inflado que el papá quiso que esto fuera así.
Nunca hay que omitir los nombres de esos carpinteros, verdaderos paladines de la noche de la casa bruja, una construcción que apareció de improviso pero que no estuvo para nada improvisada. La fugacidad de aquella construcción es lo que llama poderosamente la atención entre los que no entienden el concepto. Es que los hacheros y pobladores involucrados sólo disponían de una noche, porque de otra manera la autoridad, representada por los carabineros armados y a caballo, darían fin al sueño del levantamiento, símbolo de la presión popular ejercida contra el autoritarismo inglés. Una noche sería suficiente. La casa aparecerá esa noche. Rápidamente. Como una casa bruja, como algo que aparezca sin que nadie la esté esperando.
La segunda versión de la casa bruja
Hay una segunda versión que, por antonomasia, se ubica en la dimensión oficial de la primera: la que levantó Juan Foitzick y sus parientes recién llegados de La Unión, una vivienda de acogida frente a la Recta, donde desmontaron hombres solos que venían de los vapores. En esa casa no existe acto oficial de desalojo, no hay bandera chilena ni contravención. La única infracción importante del pionero Foitzick está en el paso de las carretas, pero ese es un cuento distinto. Por ahí se entiende la rebeldía foitzickniana. Pero no por la casa bruja. Su protesta parece que se relaciona mucho más con el paso de sus carretas sobre las alambradas que por la presencia de una casa de recepción para peones recién llegados.
La única casa bruja es la que estuvo en la Quinta Santa Cecilia. Fue la que cumplió con el objetivo de desbaratar toda ordenanza, la que amparada bajo el peso de la noche apareció antes del alba con una bandera chilena flameando en su fachada, ante lo cual ninguna autoridad pudo intervenir ya que el símbolo patrio constituyó el elemento más claro de una soterrada identidad soberana de poblamiento y propiedad. Su levantamiento responde así a un clamor popular vivo y espontáneo de cientos de trabajadores que se rebelan contra la opresión de los ingleses.
En otras grabaciones escucho hablar de la segunda casa bruja (Ruedlinger, Rodríguez, Sinecio Foitzick), la que estaba emplazada en la calle Simpson, lugar que perteneció más tarde a la pobladora Adela Palacios, una señora que daba hospedaje y alimentación a los viajantes y caminantes, la misma que construyera en 1924 Carlos Rodríguez Jarpa cuando el levantamiento de casas ya había sido permitido gracias al episodio de la primera casa. Entonces se deroga la medida de no seguir construyendo y los pobladores adquieren un derecho, como fue el caso de Carlos Rodríguez Jarpa. Lo dice muy bien su hermana Berta: era una casa chiquita, de una pieza, un comedor y piso de tierra, y ahí vivíamos con mi mamá. Pero mi tío Carlos había construido antes otra casa que estaba al frente de la nuestra. Y cuando vinieron los primeros agrimensores buscando alojamiento, [despedidos por levantarse tarde], los tuvimos que mandar adonde mi tío, porque aquí no cabíamos más de dos.
Inmediatamente después que se modificó la ordenanza, el movimiento de construcción se hizo intenso y los mismos carpinteros contratados de Chiloé encontraron en la construcción de casas de dos aguas un objetivo altamente gratificante para ocupar su tiempo y ganarse la vida. Ramona Jara, antigua pobladora, viuda ya fallecida del poblador Nicanor Schoenfeldt es capaz de decirme entre mate y mate: Mi esposo me pidió que pusiera más pan en la bolsa porque en la noche iban a trabajar en una casa oculta. Al otro día regresó muerto de sueño y me dijo que por fin íbamos a tener pueblo.
Me asiste el deseo de escarbar profundamente en las aristas del testimonio, pensando siempre que esta investigación es larga y lenta y que no está dicha la última palabra hasta no agotar todas las versiones. Soy un convencido de que no basta un punto de vista y que algunas aristas vuelven a aparecer y hieren con sus verdades. Esta es una colaboración más de entre decenas que poseo. Menuda tarea me espera entonces para no caer en la liviandad de las afirmaciones fáciles. El tema que prevalece es la siempre vigente casa bruja de Coyhaique, sobre la que se han esgrimido muchos argumentos.
La casa bruja de los Foitzick
Manuel Muñoz Pérez andaba retozando con la energía de su juventud sin límites por allá por los 16 años. Trabajaba de carrero para los ingleses de la Compañía junto a Juan Calluqueo. Cierta tarde apareció por esos lares un hombre vestido de huaso, luciendo una montura de cangalla y estribos de chancho, accesorios muy diferentes a las tradicionales monturas de bastos que aquí se usaban, como la bombacha Bridge (briche le decían). Por eso, causó admiración la llegada de este huaso premunido de tan distintas pilchas, a quien no le fue difícil hacer amistad con los gauchos de la compañía.
El capataz lo atendió cordialmente, diciéndole que precisaban un tropillero y cuando el huaso aceptó, recibió un caballo del capataz, sin pensar que iba a tener problemas ya que era un animal arisco. Con mucha calma comenzó a ensillarlo, y se dio cuenta que muchos peones lo miraban y lo seguían con interés, conociendo la fama del bellaco.
El afuerino colocó las riendas con gran dificultad, sacó un tiento y acolleró los chanchos por debajo de la panza. Sus movimientos y su destreza comenzaban ya lo delataron como un hombre diestro en animales. Después de acollerar los chanchos se colocó un par de espuelas, montó el pingo y lo jineteó tantos y tantos minutos que el bellaco se cansó. Cuando concluyó la doma, se dirigió de inmediato donde estaba el capataz y lo garabateó hasta donde más pudo, por haberle pasado un animal tan arisco.
En esta historia aparece el poblador Juan Foitzick, quien un día encontró a nuestro capataz Manuel Muñoz Pérez y le encargó un cerco de volteada, llevándolo al lugar y anunciándole que él viajaría al norte y que a su regreso tuviera la obra lista. A los dieciocho días regresó con otro capataz arreando mil ovejas, repartiéndose quinientas cada uno. Al concluir la obra, Foitzick le preguntó a don Muñoz si sabía hacer baños para ovejas, un nuevo desafío cumplido en un mes de ardua labor, valiéndose tan sólo de su hacha de mano para labrar toda la madera y concluir algo imposible.
La notable habilidad del hachero, llevó al pionero de La Unión a solicitarle guardar el más grande secreto de todos. Se estaba construyendo una casa ahí, cerca de un gran cerro rocoso, a unos tres kilómetros de la Pampa del Corral. Esa casa estaba sobre los terrenos de la Compañía, algo prohibido, un delito.
A Manuel Muñoz este encargo de Foitzick le provocó una alegría desusada, a tal punto que con mucha velocidad inició los trabajos de labrado de las piezas de madera que se iban a necesitar para colaborar con el levantamiento de la casa, los piederechos, las vigas, los tablones, utilizando tanto el hacha como el aserreo mediante el uso de sierra a brazo.
Cuando hubo concluido la faena, se inició el proceso de transporte en carros, durante las horas de la noche para que no fuesen descubiertas sus intenciones. En esta versión de la historia se desconoce quienes participaron en el levantamiento, caso diferente al de la versión de Juan Carrasco, en la que aparecen los nombres de los carpinteros y del aserradero y el campo de donde se transportaron las maderas.
En todo caso, baste con señalar que en este acucioso trabajo de esclarecimiento de la construcción y levantamiento de la casa bruja se une hoy el nombre de Manuel Muñoz Pérez, autor material de la casa. En esta segunda versión no se alude ni por un instante al pionero Juan Carrasco. Se habla solamente de Juan Foitzick, y del lugar ya indicado, y hay otro líder, otra casa bruja y otras intenciones.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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