Hoy pensé en Mario Miranda Soussi, muerto prematuramente por un cáncer. Su hijo me habló ayer en el grupo Nosotros los de Antes, sobre lo que pasa con nuestra famosa Piedra del Indio y sus vecindades aledañas. Gracias a ese mensaje, hoy viajo con Mario hasta los días iniciales de Balmaceda, el pueblo más antiguo de nuestra comuna. Quiero ir con él.
Para construir esta crónica sobre Balmaceda, lo mejor es buscar estremecer mis talleres con la maravillosa milonga de Cafrune que él mismo tituló Coplas del payador perseguido. Mario la cantaba a gritos, después de haberse empinado un par de cañas de tinto caliente con toronjas. Y ahí pasábamos horas tintineando hacia el nocturno mundo salvaje del Coyhaique de los 70. Recordé especialmente a la Elia Medina y la peña que nos alegró 12 años después en su casa de la vieja calle Bilbao, adonde íbamos todos a cantar y beber hasta que las estrellas se cambiaban de lado por ahí por las seis de la mañana.
Como el mismo ché Cafrune, ingresando respetuosamente: Con su permiso viá dentrár aunque no soy convidau…: la llave mágica para hablar de la Balmaceda que es el principio de todo y que a Mario le fascinaba cuando íbamos a menudo para allá, por la relación del pueblo con el gauchaje y las fronteras.
Antes de 1917, los intersticios de Balmaceda se mostraron en el encantamiento de las formas, con la escritura de sus polvaredas y los habitantes que sienten la vida pasar porque sí. Así será siempre ese montoncito de casas iguales de José Antolín y Mascareño, como un arpegio sosegado que aparece con los vientos y sale al encuentro de la pampa. Ahí mismo donde los aviones aterrizan perpendiculares al límite, el pamperío se constituye desde el mar tranquilo de la tierra, y se abre a los cielos buscando una lejanía.
La forma de entender el poblamiento, más allá de las cifras
El poblado creció en medio del valle al que se accede por entradas libres y se sale también así, de tal manera que no hay demarcaciones ni cortes, simplemente se ve un fin y un principio juntos desde donde todo se controla, el clima, el tiempo que avanza y la voluntad de ser de cada uno de sus paisanos. Hasta la misma muerte.
Pero le juro, créamelo, que vi tanta pobreza, que yo pensé con tristeza; Dios por aquí…y no pasó —proclama el ateo Cafrune
En 1970 Balmaceda ya estaba mejor. Se parecía a Ñirehuao, con la diferencia que aquí había un cementerio sobre una loma que estaba cerrado por un cerco de madera labrada de tabla puntiaguda que protegía a los difuntos. Ese mismo resguardo parecía ocurrir en cada cuadra, manzana o esquina, con la presencia de álamos o sauces, de acuerdo al entorno.
Un sacerdote llegaba todos los domingos desde la gran ciudad de Coyhaique a una pequeña capilla sin pintar, triste y oscura. Había precarios medios de comunicación, correo y telégrafo en la tenencia de los carabineros y también en el aeródromo, lo mismo en estancias cercanas. Para ir a la gran ciudad los lugareños contaban con dos góndolas diarias, que dependían del arribo de los Lanes o los Ladecos. El viaje en bus costaba 10 escudos. Lan cubría dos vuelos diarios y Ladeco dos vuelos semanales sobre una cancha de aterrizaje de 1.776 metros y dos pistas de ripio y pavimento.
¿En qué se trabajaba en Balmaceda? Era una vida pastoril trashumante que siempre movió ganado ovino en migraciones estacionales, veranada en la cordillera e invernada en valles. Respiraba la agricultura en huertas y quintas, con cultivos de autoconsumo, en ese tiempo ya con instrumentos mecanizados. La ganadería se atacaba mediante ovinos y bovinos. Por esos días una empresa constructora proyectaba el puente sobre río Oscuro, la misma que posteriormente levantaría el terminal del aeropuerto. Eso producía fuentes de trabajo. Lo mismo el aeropuerto, con un relativamente intenso movimiento aéreo de la Fach y las líneas comerciales o privadas.
Su condición climatológica
Fue y sigue siendo famoso el viento en Balmaceda. Es el terrible y feroz viento del noroeste en forma constante, todo el santo día con una intensidad de 20 a 30 nudos en medio de nubes cúmulos. De pronto irrumpía el sureste, al que los lugareños nombran el argentino y que cuando comienza a soplar y se termina el otro viento (el constante noroeste), significa que se trata de una lluvia intensa y sostenida de días.
En1969 se produjeron las más altas y las más bajas temperaturas en idénticas estaciones, declaraba sin ambages el cronista: 20 grados Celsius de calor en Diciembre y 30 grados bajo cero en Junio. Sin embargo, la precipitación pluvial alcanzaba unos 150 mm. en Abril de ese año con una mínima de 3,8 mm. en Marzo. Su contrapartida (la precipitación nival), ocurrió en Junio llegando a 34 cms., mientras que la mínima marcó 2 cms.
Ir a Balmaceda era bastante top porque se viajaba al mundo a través de ella. Era el puente que comunicaba con el resto del planeta, el contacto definitivo, la puerta de todos los cielos y paraísos, personificada por los aviones que iban y venían. Creo que eso sigue igual, nada ha cambiado, Balmaceda respira ese otro orgullo, la sensación de ser la llave de paso, la traslación al nuevo mundo, el poder eterno de las llaves del reino.
Recuerden ustedes que en Balmaceda la configuración agrimensora de Silva nos llevó a imaginar que las viviendas se ubican en el centro de un valle pampero nada más que por una cuestión de mera lejanía. Por ese acto de naturaleza que hace enfrentarse a la intemperie con lo que vive escondido, eso es en el fondo lo que se transmite al jinete que llega a quedarse. Porque el encuentro con el anfitrión es amable y acogedor.
El río Oscuro es el centro de la conformación poblacional que ahora avanza estructurada y anclada, no como antes que estaba en territorio argentino, al haber núcleos poblacionales aislados que vivían comunicados con las comisiones de límites.
Hoy por hoy, el pobláu se estancó. Sus vecinos mueren y sigue el ciclo constante de paz y quietud en medio de la ferocidad del levante invernal. La paisanada vive escondida en los interiores, como si salir significara enfrentarse a la extrañeza de los palogruesos patrones que un día ya muy lejano llegaron con el interés de la usurpación aprovechando la ninguna norma, la totalmente cero legislación, el ningún control del porsiacaso retén protector.
Algo relacionado con sus costumbres sociales
Los balmacedinos se juntan en las carreras, en los bingos, en las fiestas y en las celebraciones aniversarias. Viajan donde sus vecinos bolicheros argentinos, a imitación de sus primeros ancestros, van y vuelven enredados en las comparsas de las esquilas, acompañan a la tropa hasta que se pierden. Todo se dirige a su cultura campera porque a los balmacedinos poco y nada les interesan las imposiciones ciudadanas, respirando, como ya dije, ese orgullo del único poder que les queda: ser el dueño del llavero tintineante que los llevará de viaje por el nuevo mundo. Ser un gozador eterno de las llaves del reino.
La fundación ocurrió en 1917 y su primer núcleo de poblamiento fue emplazado junto al río Oscuro, en una disposición circular, que imitaba viejas películas del lejano oeste, una carreta de los pioneers norteamericanos siendo fácil presa de un ataque de los cherokees. La idea, implantada por el Generalísimo de las Fuerzas del Sur, Antolín Silva Ormeño, fue hacer que los primeros vecinos se sintieran protegidos de los ataques a mansalva de bandoleros y matreros que pululaban por la pampa balmacedina. Silva se había instalado en Lago Blanco con su boliche, al que nombró Polo Sur, y donde llegaban troperos y jinetes, caminantes y avanzadores que se quedaban ahí en torno a su pequeña estufa Volcán, comentando los hechos de la semana y fumando caporal entre las ruedas del mate amargo mezclado con giniebra.
Fue en ese lugar que se pensó en la fundación de un poblado con mínimas características de urbanización. El generalísimo, con estudios básicos de topografía, idearía las manzanas y las primeras calles, mensurando con cordeles y lazos los primeros emplazamientos, desde luego, sin olvidar la primera plaza y el tímido centro cívico que abría las manos al coironal.
La llegada de la gente
Antes de la fundación oficial, ya había vivientes buscando posiciones en el espacio. En 1914 se integraban varios ciudadanos a un Comité pro-Provincia de Aysén que presidía Adolfo Valdebenito, Juez de Subdelegación, junto a los vecinos Juan Aguilar, Nicanor Schoenfeldt, Arsenio Melo y Moisés Bravo. Dos años después aparecerán Josefina Elena Méndez, una de las primeras profesoras junto con sus tres hijos; Sixto Echaveguren, que posteriormente se constituiría en un virtual primer banco ganadero del territorio; Blanca Flor Espina, Dumicilda Medina; Herman Finke, primer contador del poblado. Salomón Farah Dibb, el herrero, llega con tropillas acompañando a Segundo Aravena. Juan Ramón Contreras, primer carpintero y sepulturero; Alfredo Mascareño primer hotelero; Timoteo Jara, comerciante; Ali Haida, panadero; Emilio Cano, quien transita por Argentina con sus viejos camiones; Pedro Sellán, Máximo Kant, Julio Chible Daas, primer pulpero oficial del pueblo, Carlos Asi, comerciante principalísimo, José Pérez Tallem con un boliche que llamó La Confianza Siria; Mercedes Jalife, Federico Peede von Bischofhausen, que le arrienda campo a Sandalio Bórquez.
La sangre tiene razones que hacen engordar las venas. Penas sobre pena y pena en que uno pega el grito. La arena es un puñadito…pero hay montañas de arena.
Y mientras don Federico comenzaba su fecunda labor de ganadero progresista, con una producción lanar envidiable y manejando chatas hacia Lago Blanco y otras estancias, se escuchan los ritmos de rancheras que arrancan de las noches de beneficios en el Club de los Socios de Balmaceda, llamado Internacional. Es ahí donde los gauchos pasan a quedarse para la diversión y el relajo, mientras la vida social se desenvuelve intensamente en medio de una atmósfera de emociones y crecimientos.
Alfredo Mascareño en su hotel tiene que vérselas con bandolerajes, siendo uno de los pocos a los que respetan. Desfilan por el recuerdo los nombres de los buscas y matreros: Galván, Gorra de Mono, Eric Barnes, Reinoso, el Zurdo Contreras, Pan y Agua, Diente de Oro, el Rubio de la Pera. Los presos son detenidos cuando hay excesos irremediables y los llevan a la casa particular de José Pérez, convertida en calabozo ocasional. En aquel lugar vive el Juez Guillermo Arrocet, llegado de Puerto Montt.
Avelino Ehijos dirige sus grandes chatas desde la Elida o Huemules, pasando por la Nicolasa, rumbo a Río Mayo. El padre adoptivo de José Pérez es un héroe de la Guerra del Pacífico, avecindado ya en Balmaceda. Se llama Simón Salazar y es precursor de las bandas de música en el poblado. Una noche tocan a su puerta y va a abrir. Una daga le deja los intestinos en el suelo. Son los tiempos de la Dumi Medina que prepara números artísticos con sus niños en la garita vieja de la primera plaza. Se unen los nombres silenciosos de los balmacedinos originales: Juan Fernández, Ramón Laibe, Salmen Chaveldín, Said Corball, Jacinto Ali, José Abraham Asmutt, Juan Hamer, Pedro Castillo, Gregorio Jara, el político Rodríguez, Amador Cifuentes, Juan Fuentes, los Domke, Abraham Chible de Badda, Damasco.
Se dejan oír a lo lejos los aires marciales de los primeros scouts que tocan instrumentos caseros como pitos de lata y tambores de madera, y visten uniforme azul oscuro con su típico par de medias chilotas de lana metidas sobre la bastilla del pantalón, un par de zapatos de caña alta y una gran chomba de lana tejida. ¿Scouts? Era lo único que se podía hacer para que esa singular brigada saliera a desfilar con 30 grados bajo cero.
Sixto Echaveguren, que fue uno de los principales ganaderos de la época, llegó a tener fácilmente unas 12 mil ovejas y alrededor de 7 u 8 campos, iniciándose como chatero de los más capacitados. Don Sixto y muchos chateros más acostumbraban cargar bolsones de lana, que transportaban entre Balmaceda Huemules y Comodoro Rivadavia. Llevaba lanas y cueros hacia la Argentina en aquellas y en poco más de veinte días llegaban a Comodoro y en otros veinte regresaban con mercaderías, y como no existían los sistemas aduaneros, se realizaban avenencias entre autoridades de ambos países lográndose convenios de palabra en las ciudades de Perito Moreno, Comodoro, Río Mayo, Balmaceda y Aysén, lo que fructificaría en 1942 cuando se firmaron alianzas internacionales muy interesantes.
Una de las casas comerciales que constituía algo típico del poblado era el bolichongo de Abraham Chible Daas, que había echado raíces en Balmaceda en la década del 10. Si nos acercamos, habrá una pieza amplia y espaciosa con su estufa Volcán instalada a un costado para hacer frente a los inviernos que duraban unos seis meses.
Se cierra la crónica con el milongueo lacrimoso de Cafrune y esa tremenda voz intensa y acidulada de mi querido Miranda Soussi que se mete por ahí como una luz que aletea. Es una luz que abre puertas, que dulcifica y nos lleva de viaje hacia las puertas ya del todo abiertas por la palabra:
Ahura me voy no sé adónde, pa mí todo rumbo es bueno. Los campos con ser ajenos los cruzo de un galopito. Guarida no necesito, yo sé dormir al sereno.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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