Valdivia era la ciudad más importante del siglo XVI en la colonia española, según escritos de Pedro Mariño de Lovera, pero eso se fue por la borda en noviembre de 1599 cuando las tropas de Pelantaru saquearon y quemaron la ciudad y sus habitantes debieron huir con lo puesto para evitar ser masacrados.
Sólo entre 1602 a 1604 surgió un intento español de recuperar las ruinas de Valdivia cuando se levantó el fuerte de la Santísima Trinidad, pero que poco pudo aguantar con escasas provisiones y con el asedio constantes de los indígenas.
En 1643 llega una expedición holandesa, al mando de Elías Herckmans, que ocupa las ruinas de la ciudad y funda Brouwershaven –Puerto Brouwer en homenaje a Henrick Brouwer, jefe de los corsarios, fallecido en Carelmapu en una batalla-, pero se quedan pocos meses, desilusionados por el clima y la falta de suministros.
La noticia del asentamiento holandés llegó a oídos del Virrey del Perú, Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera. Alarmado por la presencia de uno de sus principales rivales de España en América del Sur, ordena la pronta recuperación de la ciudad de Santa María la Blanca de Valdivia y para que se cumpla la misión ordenó la creación de una armada que esté a cargo de un hombre de su plena confianza, su propio hijo Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar.
En 1644, en Lima, se realizaron los preparativos para que una poderosa armada repoblara la ciudad que alguna vez fundó Pedro de Valdivia el 9 de febrero de 1552.
El virrey Pedro de Toledo y Leiva reunió un total de 14 navíos para enviarlos al sur. Según el libro “Nueva historia de Valdivia” de Gabriel Guarda, nunca se había organizado una expedición de dichas dimensiones para Chile.
Los navíos eran la “Jesús María de la Concepción” que tenía 44 cañones y 346 hombres, era la nave capitana y la secundaba el “Santiago” armado con 30 cañones y con 368 hombres a bordo.
Las otras naves eran las “San Diego del milagro”, “San Francisco Solano”, “Nuestra Señora de la Antigua”, “Nuestra Señora de Loreto”, “San Nicolás”, “San Francisco de Asís”, “Nuestra Señora de Gracia”, “San Francisco del Milagro”, “San Francisco de Oñate”, “San Bernabé”, “Espíritu Santo” y la “Reina de los cielos”.
Según Guarda, eran 1.800 hombres y mujeres y la artillería sumaba 218 piezas de bronce de diversos calibres, sin considerar las provisiones de harina, carne salada, arrobas de tocino, garbanzos, pescado, arroz y muchas otras vituallas para recolonizar Valdivia.
Guarda añade que asesoraban a Antonio Sebastián de Toledo “la más lucida constelación de oficiales, técnicos, expertos, consejeros y confesores: el cargo de almirante lo detentó su pariente Francisco de Guzmán y Toledo”.
El zarpe de la flota fue el 31 de diciembre de 1644 desde El Callao, acompañados por un gran número de personas que despidieron a los viajeros desde las murallas del imponente puerto del Virreinato del Perú.
La travesía no fue fácil, pues soportaron una tempestad que estuvo a punto de afectar a la “San Francisco de Asís” y el 20 de enero toda la flota celebró la fiesta de San Sebastián en agradecimiento.
Por fin el 4 de febrero de 1645 la flota llega a un puerto. Eran las cuatro de la tarde y Toledo llegó a su destino sin perder ni uno sólo de sus barcos.
En su relato, Guarda –que basó su estudio de acuerdo a documentos de los Archivos Generales de Indias de Sevilla- relata que Antonio de Toledo decide aprovechar el resto del verano para asentar a su gente en la isla de Constantino (actual Mancera) e iniciar el levantamiento de los fuertes de Niebla y Corral.
Posteriormente envió a un grupo de adelantados a reconocer las ruinas de la ciudad y tratar de hacer la paz con los naturales. Las crónicas indican que el joven marqués remontó el río Valdivia dos veces, la primera para llegar al antiguo asentamiento de la ciudad y la otra para llegar hasta el mismo valle de Mariquina, empleando barcos ligeros.
Pero los indios de la costa no estaban para nada felices de la llegada de los huincas. Los archivos históricos del padre Diego de Rosales hablan de una escaramuza de los nativos con el capitán Juan de Luza y doce de sus mosqueteros en el morro Bonifacio.
Sin embargo, cuando los españoles toman contacto con Juan Manqueante, gran lonko de Mariquina, éste acepta los regalos que le envió el Virrey del Perú y le entregó su amistad a los recién llegados.
Se puede decir que la expedición de Toledo Molina y Salazar significó el nacimiento de la comuna de Corral en 1645. El fuerte fue hasta 1820 el principal de un sistema de baterías que fue perfeccionándose en los siglos siguientes.
El castillo recibió el nombre de San Sebastián de la Cruz y su obra de cantería fue levantada en 1678. En 1764 el ingeniero irlandés Juan Garland reconstruyó, en piedra cancagua y mampostería en ladrillo la fortificación. El castillo se componía de tres sectores: El castillo propiamente tal (1765), la batería de la Argolla (1764) y la Batería de la Cortina (1767).
El castillo de Niebla recibió el nombre de Pura y Limpia Concepción de Monfort de Lemos y fue terminado en 1671. En el siglo XVIII, Juan Garland refaccionó los muros en piedra cancagua y construyó un polvorín y hornos para fundir balas.
El castillo de San Pedro de Alcántara y su Plaza de Armas se ubicó en la isla Mancera y fue el punto fundacional del sistema defensivo. Fundado en 1645, se iniciaron las obras de construcción de la Plaza de Armas, con sus respectivos almacenes, la Caja Real, Sala de Armas y Palacio del Gobernador.
Posteriormente se construyeron el castillo de Amargos desde 1655, y reconstruido en 1679, donde se duplicó su poder de fuego a 12 cañones y en el siglo XVIII se levantaron los fuertes de San Carlos y Aguada del Inglés.
Antonio Sebastián de Toledo decidió regresar a El Callao, dejó en la zona a 900 hombres y zarpó el 1 de abril de 1645, llegando a Lima donde fue recibido con la algarabía de su padre el Virrey y de la población que celebró con misas y oraciones la recuperación de la ciudad de Valdivia.
Villanueva Soberal fue levantado como gobernador de Valdivia, conocido por su actuar en la repoblación de Angol en 1637, pero a diferencia de su anterior aventura se mostró indeciso para repoblar Valdivia.
La indecisión costó caro pues había mucha gente habitando aún la isla de Mancera y pronto estuvo mal abastecida de agua, las carnes y las harinas se echaron a perder y se manifestó la peste entre los habitantes.
El propio Villanueva Soberal murió por la peste el 20 de enero de 1646 y debió asumir el gobierno el sargento mayor Hernando de Rivera.
El Virrey nombró gobernador a Francisco Gil Negrete que llegó el 16 de marzo de 1646 con la orden de repoblar Valdivia a la brevedad.
Un 6 de enero de 1647, se remonta el río Tornagaleones con 300 hombres en una fragata y la columna se abre paso entre la maleza hasta las ruinas que habían quedado de la ciudad. Fue un sobreviviente del desastre de 1599, Martín de Santander, el que reconoció las ruinas de la iglesia mayor y demás edificios.
Fue en ese lugar que se decidió hacer una misa y días posteriores se redescubre la plaza de la ciudad. Se levantan casas, el hospital y el convento de San Francisco y el antiguo título de Santa María la Blanca se complementa con el de Dulce Nombre de María por mandato del Virrey.
Según la historia de Valdivia de Gabriel Guarda, de acuerdo a una certificación de octubre de 1648, la peste se llevó a 240 almas y permanecieron 130 enfermos, previo a la repoblación de la ciudad.
Fueron dos años que los ciudadanos vivieron en la isla de Mancera hasta que en 1647 se ocupó oficialmente Valdivia. Habían pasado 48 años desde la destrucción y desde entonces ha seguido, soportando toda clase de desastres, pero sin flaquear.
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