Por Pablo Santiesteban Soto
Corina toca la puerta de la casa de Hernán en uno de los pasajes de la población Yáñez Zavala de Valdivia. En dos semanas nadie lo había visto en las actividades de la comunidad católica de Santos Juan y Pedro, a la que ambos pertenecen.
Ya se va a dar por vencida, cuando siente ruido dentro. Una huesuda mano de Hernán abre la puerta, mientras que la otra sostiene sobre la boca un pañuelo manchado con sangre.
Está delgado y pálido como una hoja de papel, camina con dificultad en una casa donde el frío se cuela por todos los rincones y en la que una perra y dos gatos, mascotas de Hernán, hacen sus necesidades por cualquier lado.
En el dormitorio hay un camastro con las mínimas sábanas para abrigarse y con basura de toda clase sobre la colcha, incluido vómitos.
El rostro de Corina se desencaja y con un hilillo de voz, como tratando de no quebrarse por el impacto de su hallazgo, dice:
-Hernán, hay que llevarte al hospital.
En un par de minutos Corina busca una chaqueta de polar grueso, le pone un gorro, le calza unos bototos, pide un taxi y se lleva a su amigo al Hospital Regional de Valdivia.
Llegan a la urgencia, hacen los trámites de ingreso en la guardia. Tras esperar ocho horas una enfermera le anuncia que Hernán debe quedar hospitalizado y le piden su número telefónico.
Corina le avisa a la medio hermana de Hernán, hija del primer matrimonio de su padre, quien le da las gracias.
-Tal vez ella lo asista -piensa para sí misma.
En una ida al hospital, la doctora llama a Corina y la lleva aparte. Le explica que el diagnóstico es lapidario: Hernán padece un cáncer gástrico.
La doctora de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Valdivia le dice que necesita cuidado inmediato y le presentan a la asistente social del centro de salud.
-Ya hablé con su familiar más directo- y dijo que no puede hacerse cargo. ¿Podría ser usted? -le pregunta la asistente social del hospital con un tono suplicante.
A Corina se le encoje el corazón, sus ojos negros y achinados se humedecen mientras mira fijamente a la doctora. No pasaron cinco segundos y responde:
-¡Sí!
***
La pequeña Corina Ríos Calbueque se levantaba temprano para ir caminando hacia el Liceo Comercial en el Valdivia de los años ochenta.
La actividad dentro del campamento Chorrillos comenzaba de madrugada, incluso cuando aún no había luz natural, sin importar la lluvia y el frío del invierno valdiviano.
Morena, menuda, algo rellenita, largo pelo negro, liso y brillante, con coquetas mejillas coloradas. Ojos pequeños, negros y curiosos. Así salía Corina desde su casa a afrontar su adolescencia.
Como si fuese una pequeña ranita iba saltando los charcos de agua y barro de la calle de tierra de esta población callampa a la que llegó cuando tenía 3 años.
Más adelante se topaba con sus vecinas que, como ella, iban vestidas con un jumper colegial azul marino y una cotona de finas líneas celestes con blanco. El frío se hacía sentir entre sus piernas desnudas.
Sus padres, originarios del puerto de Corral, habían decidido cambiarse a la ciudad grande, pero Valdivia no fue generosa como esperaban y debieron contentarse con la casita hecha de palos y un zinc que no siempre evitaba las goteras en los días de lluvia, en el campamento Chorrillos.
Fue en febrero de 1973 que un grupo de familias, organizadas por el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), dieron forma al campamento que bautizaron como Vietnam Heroico, pero que después del Golpe de Estado del 11 de septiembre, debieron rebautizar. El campamento llevó el nombre de una famosa batalla de la Guerra del Pacífico: Chorrillos.
Según un trabajo de la antropóloga Bernarda Aucapán las tomas urbanas surgieron en Valdivia durante los años posteriores al gran terremoto del 22 de mayo de 1960. La falta de soluciones habitacionales y el hacinamiento hizo que algunos vecinos de sectores populares de la ciudad como Las Ánimas, Menzel y Barrios Bajos -influenciados por el MIR, según Aucapán- buscaran una solución a la demanda de un techo para vivir.
A fines de los años setenta el flujo de gente creció y se ubicó a otra población casi al lado de Chorrillos, el campamento El Roble. Los niveles de pobreza eran más que notorios: sin agua potable, sin electricidad, letrinas en mal estado, pozos negros, etc.
Corina Ríos recuerda que su familia sacaba agua de un pozo y había una llave por pasaje que las familias tenían que compartir.
Ni hablar de la luz. Con los temporales el servicio se cortaba y por las noches la familia tenía que alumbrarse con velas. Así, entre carencias, Corina fue forjando el carácter.
***
Hernán Contreras también vivió en la población Chorrillos. Era hijo de un segundo matrimonio que tuvo su padre y llegó ya mayor al campamento junto a su madre y una hermana.
Hernán era delgado, de estatura media, de rostro demacrado y huesudo. Trabajaba haciendo cualquier labor para subsistir. Era un hombre reservado, todo lo iba guardando para sí mismo.
Su primera gran pérdida fue la muerte de su padre, un hecho que significó que la familia de la primera pareja de su progenitor le quitara a su madre la casa que habitaban en el barrio Collico.
A Hernán, a su madre y a su hermana que sufría discapacidad cognitiva y de movilidad, no les quedó otra cosa más que irse de la casa patriarcal y, casi como unos desterrados sociales, ir a parar al campamento Chorrillos.
En 1986, el gobierno de Pinochet comenzó las gestiones para erradicar a los pobladores de Chorrillos y El Roble. La idea era trasladar a esas familias a otro sector, en terrenos que el Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu) adquirió a la familia valdiviana Krahmer.
Ese mismo año surgió la población Eduardo Yáñez Zavala, nombre que recuerda a un militar de destacada participación como jinete del deporte ecuestre entre 1930 y 1940 y que obtuvo cinco veces el Gran Premio de Equitación de Madison Square Garden en Nueva York, Estados Unidos.
La figura de este hombre poco y nada tenía que ver con la historia de Valdivia, pero nadie lo cuestionó.
Hernán y su familia llegaron a vivir a Yáñez Zavala tras la erradicación.
Con el tiempo la madre falleció y Hernán trató de cui- dar a su hermana como pudo, pero no logró darle un buen vivir y la llevó al hogar de unas monjas, ubicado en la comuna de Lanco. Con el tiempo esa hermana también murió y Hernán se quedó solo.
La única vía que tuvo para socializar era asistir a las misas de la parroquia Santos Juan y Pedro, trabajar en una que otra faena y dedicarse a la lectura de cualquier tema. Se hizo un devorador de libros dentro de su casa y eso le daba materias para conversar y caerle bien a la gente. Su libro favorito era la Biblia y siempre estaba en su dormitorio.
Su presencia domingo a domingo en las misas hizo que el cura de la parroquia lo invitara al grupo de liturgia donde leía algún texto o era guía de la celebración religiosa.
En una de esas misas conoció a una morena bajita y de sonrisa amable. De unos 30 años. Era madre de una niña
que se preparaba para la primera comunión. Se cayeron bien y coincidían en sus reflexiones sobre la vida y su fe, aunque Hernán era 21 años mayor que Corina.
***
Hernán llevaba un día sin comer cuando Corina lo encontró encerrado en su casa. No soportaba ni siquiera tomar agua. Todo lo vomitaba.
Corina en ese momento vió también el recibo de la luz de la casa de su amigo y una carta de la empresa eléctrica. Debía más de 200 mil pesos y le avisaban que en tres días cortarían el servicio.
En treinta y seis horas, Corina reunió el dinero a través de sus grupos de whatsapp de la comunidad religiosa de la población y de sus ex compañeros del liceo y así evitó que le corten la luz.
Hernán estuvo dos meses hospitalizado, “como en engorda”, según recuerda Corina. En ese tiempo descubrió que él ya sabía lo que le estaba pasando. Meses antes se había hecho exámenes y le habían diagnosticado cáncer.
No le había contado nada a nadie. Se encerró en su casa y decidió atravesar sus dolores tal como vivía, en soledad y sin pedir ayuda.
***
En 1991 Corina, ya con 19 años, estaba embarazada de su primera hija en medio de los últimos preparativos para dejar el campamento Chorrillos y trasladarse a la nueva población Pablo Neruda.
Antes del retorno a la democracia las autoridades querían bautizar el sector como Yáñez Zavala 2, pero la gente de Chorrillos no quería ese nombre. Los de Yáñez Zavala rechazaban a los del campamento y los catalogaban de delincuentes y traficantes de drogas. Hubo protestas y rivalidades entre ambos grupos.
En una votación a mano alzada los pobladores tomaron la decisión de bautizarla población Pablo Neruda. En el barrio dicen que esa votación fue un primer acto democrático dentro del periodo de Augusto Pinochet.
La población Pablo Neruda fue inaugurada oficialmente el 28 de octubre de 1991 y ese día Corina Ríos llegó con su bebé a la casa que le asignaron a su madre.
Por primera vez Corina sintió la tranquilidad de estar bajo un techo firme, en una casa con todas las condiciones básicas.
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La junta de médicos no quería operar a Hernán, pero el “sí” de Corina lo cambió todo. Los doctores decidieron brindarle quimioterapia.
La asistente social del hospital llamó primero a la medio hermana de Hernán, pero esta señora -de unos 80 años, según Corina- no se halló en condiciones de cuidarlo.
Hernán fue hospitalizado en una de las salas con otros cinco pacientes. Su principal preocupación era “Charlie”, su perrita. Un día de visitas se lo dijo a Corina.
-¡Coriiiiiii!- gritó desde el fondo de la pieza con suero en su brazo y una bigotera en la nariz.
-¿Quéeeee?- le respondió ella desde el umbral de la puerta de la sala de hospitalizados cuando se iba.
-¡Cuida a mi perra de tu perro porque todavía está virgen! -¡No te preocupes, mi perro es respetuoso!
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Había que escapar de la pobreza, ese era el objetivo de la mayoría de las familias del campamento Chorrillos.
“Dejamos todo lo vivido allá. Siempre que paso por el sector corre una lágrima, ahora es otra población. Trato de ubicar el pocito donde hasta los caballos iban a tomar agua, íbamos a lavar ropa o a buscar agua con balde tanto en invierno como en verano”, recuerda hoy Corina Ríos.
“Había mucha unidad en el campamento. Cuando nos cambiaron a la población cada uno se fue a su metro cuadrado, algunos se pusieron de acuerdo con sus antiguos vecinos para quedar en las casas pareadas. En el Serviu se hizo un listado y mi mamá se fue con la vecina del lado”, agrega.
Con el tiempo Corina se fue a vivir por dos años a Santiago con su pareja. Volvió a la población Pablo Neruda de Valdivia y con el paso de los años se separó de su esposo.
***
Hernán estuvo hospitalizado dos meses y después tuvo que ir a control a la ciudad de Temuco. La idea era operarlo y como su esófago estaba dañado había que hacer un implante de tal manera que vuelva a tragar alimentos sólidos.
Corina se llevó a Hernán a su casa para cuidarlo con el permiso de sus hijos que aceptaron su llegada. Ellos ayudaron a su madre a cuidarlo e hizo buenos lazos con Nicolás, el hijo del medio de Corina.
Le dieron una pieza en el tercer piso de la casa, después lo bajaron al segundo y avanzados los meses, estando ya muy débil, lo ubicaron en el primer piso. Corina lo hizo dormir en su propia pieza, con ella. ¿Y el pudor? Nada de eso. Quería tenerlo cerca en caso de asistirlo.
-¡Yo duermo a pata suelta y necesitaba tenerlo cerca para escucharlo o para que quede más cerca del baño -dijo.
Llegó el tiempo de operar a Hernán en Temuco y viajaron juntos a la capital de la Región de la Araucanía.
-¿Corina qué pasará cuando me mejore? ¿Dónde voy a vivir? -preguntó un día.
-No te preocupes por eso Hernán, si te mejoras te quedas con nosotros a vivir en la casa.
-¿En serio me puedo quedar con ustedes? -Claro, tú eres de la familia.
***
Hernán soportó tres sesiones de quimioterapia. No fue necesaria la cuarta. El 3 de diciembre de 2022 fue la operación en Temuco. Corina esperó en una sala y tras más de una hora salió el doctor con una cara algo abatida.
-¿Qué pasó doctor? ¿Cómo estuvo la operación? -preguntó con ansiedad.
-Lo abrimos y lo cerramos. Hernán tiene complicado el esófago por dentro.
-¿Cuál es su expectativa de vida? -preguntó ingenua- mente Corina.
-Ya no hay expectativa de vida -respondió secamente el médico.
En ese instante, Corina entendió que Hernán iba a morir. Cerró sus ojos. ¿Cómo se lo iba a explicar?
No se atrevió a decirle la verdad.
-Te sacaron un pedazo de tu cáncer, pero vas a estar mejor. De esta vamos a salir -mintió cuando lo vio en la sala de recuperación.
***
Hernán pasó sus últimas fiestas de fin de año de 2022 con la familia de Corina. Compartió, se río, conversó y hasta bailó.
-¿Qué canción te gusta, Hernán, para que la bailemos? -le preguntó una sonriente Corina.
-Penumbras, de Sandro -respondió y la buscaron por internet.
Corina lo tomó de las manos y lo levantó de su asiento, él le puso una mano en su cadera y bailaron la canción mirándose a los ojos en silencio.
“La noche se perdió en tu pelo
La luna se aferró a tu piel
Y el mar se sintió celoso
Y quiso en tus ojos, estar él también”.
Ambos sonreían, giraban lentamente guiados por la varonil voz del Gitano sumidos en la atmósfera de la canción.
“Ternuras que sin prisa apuras
Caricias que brinda el amor
Caprichos muy despacio dichos
Entre la penumbra de un suave interior”.
Fue un momento mágico que Corina guardó en su corazón y durante el cual Hernán olvidó el sombrío panorama guiado por el suave danzar de su menuda amiga.
“Te quiero, y ya nada te importa
La vida lo ha dictado así
Si quieres, yo te doy el mundo
Pero no me pidas, que no te ame así”.
***
El 9 de febrero de 2023 un débil Hernán llamó a su amiga y la enfrentó.
-Cori, quiero que me digas la verdad. Yo de aquí no salgo. Tengo un cáncer terminal.
Corina se puso a llorar. No sabía qué palabras usar.
-Hernancito, no te quise decir -reconoció por fin-. No quería deprimirte para que no perdieras las esperanzas.
-Pero no te preocupes. Algo cachaba. Yo voy a estar en un lugar mejor -le respondió.
Ese verano las enfermeras de la Unidad de Cuidados Paliativos pasaban una vez por semana a la casa para ayudarlo con sus dolores. Le inyectaban tramadol, después morfina y le enseñaron a su cuidadora a inyectarle el analgésico con una jeringa en su estómago.
En ese mes cumplió uno de sus sueños: conocer el mar. Se fueron hasta Curiñanco y disfrutó del paisaje costero, de la inmensidad del mar y se relajó con el sonido de las olas.
***
Llegó el mes de abril y Hernán empeoró. Ya no podía comer y vomitaba todo.
-Pucha que te hago trabajar Cori. Sólo soy una molestia para tu vida. Un cacho -dijo.
-Hernán no digas eso. Para nosotros tú eres como si el mismo Cristo estuviera en nuestra casa. Tú no te preocupes de nada. Lo importante es que estés bien -dijo Corina.
Hernán guardó silencio. Por primera vez ella lo vio llorar luego de su respuesta.
El 10 de abril no pudo dormir y no podía hablar. Se comunicaba por señas con Corina. Pidió que llamaran a su medio hermana por teléfono.
Después pidió que llamaran a Nicolás, el hijo de Corina. Madre e hijo tomaron sus manos. Con una débil voz le dijo al joven.
-¡Nicolás, eres… un buen… muchacho. Gracias…. cuida a… tu mamita. Tienes una… linda madre… No la… dejes… sola -dijo con mucho esfuerzo.
Después miró con ternura a Corina y dijo despacio:
-Gracias… por… todo -al rato sus ojos quedaron abiertos, pero sin vida.
Corina lloró, pero detuvo su sollozo al ver las lágrimas de su hijo. Eran las 21 horas del 10 de abril de 2023. Hernán Contreras tenía 72 años.
***
La familia Ríos Calbueque en pleno despidió a Hernán. Lo vistieron, hicieron los trámites funerarios y llevaron su urna al comedor parroquial para el velorio. Todos sus amigos del barrio acudieron a despedirlo. La misa fue en la parroquia Santos Juan y Pedro.
En la despedida, Corina Ríos no tenía pena, su senti- miento fue de rabia con la familia de Hernán.
“Ahí todos tuvieron tiempo para llegar. Hernán estaba viviendo en completo abandono teniendo familia carnal. Su familia fue su comunidad de Santos Juan y Pedro, de la población”, dijo Corina.
Le tocó hablar y se descargó. Los asistentes terminaron aplaudiéndola.
Un día Corina tomó la Biblia que Hernán siempre leía y la abrió en una página que había dejado marcada antes de morir. Leyó:
“Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron”. Más abajo tenía subrayado: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aún por el más pequeño, lo hicieron por mí”.
Corina cerró la Biblia, secó una lágrima y volvió a sonreír mientras se quedó mirando la pieza donde vio por última vez a Hernán.
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