Por Verónica Ruiiz Paredes
A lo lejos se divisa cómo alguien arrea enérgico un piño de vacas. Con una especie de fusta chicotea sus ancas. ¡Choooo…! Con voz fuerte y muy resuelto avanza para sacarlas de su territorio. Se acercan. No es un pastor: es una pastora, alta, delgada y de cabellos claros. Es Mariana Silva Floody, la vecina de Olmué. “¡Estas vacas tal por cual que van a pisotear mi jardín!”, dice con el ánimo descompuesto, mientras camina hacia Circunvalación Sur, avenida que atraviesa el Barrio El Bosque en Valdivia.
Con 26 años, El Bosque es un barrio residencial joven y con actividad comercial limitada: un supermercado, una farmacia, una lavandería, una veterinaria, un mini-market y algunos emprendimientos familiares que nacieron o se dieron a conocer durante la pandemia. El bullicio de una escuela básica, tráfico de automóviles y de enormes camiones “metro-ruma”, conforman una de las bandas sonoras.
Pese al ruido y los trajines urbanos, el paisaje conserva mucha naturaleza. Las casas y avenidas están rodeadas de hualves. Extensos humedales con aves cantoras (banda sonora de fondo) y generosa vegetación. Un entorno donde las vacas caminan libres por las calles y jardines, provocando una especie de amor–odio entre los vecinos que ven en esta escena cotidiana una dicotomía: “la magia del sur” y el riesgo de accidentes.
En el pasado, estos parajes fueron parte del Fundo Huachocopihue, que hacia fines del siglo XIX ocupaba el límite sur de la ciudad. La familia Haverbeck, dueña del fundo, donó el primer edificio del mobiliario de la Universidad Austral de Chile (UACh) en la época fundacional de esta institución (1955), actualmente edificio 2000 en General Lagos 286.
El ingeniero forestal Raúl Troncoso recuerda que la Universidad Austral de Chile compró el Fundo Huachocopihue en la década del ‘80. Él trabajó como administrador entre 1989 y 1996 y de acuerdo con un plano de 1978 que conserva, el fundo de propiedad de José Feliú M. y otras, abarcaba una superficie de 334,7 hectáreas.
Eran pampas despejadas para el cultivo de cereales (trigo, avena y raps), crianza y engorda de ganado bovino. Arboledas en todos los bordes de las pampas, hacia los humedales y también a la orilla de los caminos. Había sectores de lomaje altos, donde hoy están las construcciones, y otros bajos y pantanosos; hualves que se conservan hasta nuestros días. La calle central de El Bosque (Avenida Circunvalación Sur), era un camino principal demarcado por árboles, los mismos centenarios castaños y encinos que hoy se ven en la avenida y bajo cuya sombra se echan las vacas.
En 1997, la UACh formó una sociedad con la constructora SOCOVESA llamada Inmobiliaria Misiones S.A. (INMISA); así está descrito en la memoria 2007 de esta compañía. “INMISA ha desarrollado diversos proyectos, entre ellos, la construcción de más de 1.200 viviendas en Valdivia y el proyecto habitacional ubicado en el antiguo fundo Huachocopihue”, señala el documento.
Desde que se colocaron las “primeras piedras”, la urbanización ha ido rápido. Algunos mega proyectos de adelanto se han desarrollado sin cautelar la calidad de vida de los residentes de El Bosque, como la instalación de la planta de tratamiento de aguas de Valdivia en un sector residencial, donde a la fecha los olores en verano son intolerables en un radio considerable del sector.
En tanto que otro punto funciona como un gran pulmón verde: una porción de selva valdiviana que SOCOVESA decidió conservar como área protegida. Conocido como Parque Urbano El Bosque, es una reserva de 9 hectáreas de bosque nativo y humedales, dedicada a educación y conservación, bajo la administración del Comité Ecológico Lemu Lahuen (Bosque Sanador). En la Memoria de la empresa esta iniciativa es citada como el mejor ejemplo de una política orientada a “hacer barrios con respeto al entorno”.
“Yo compré en verde en 1997. Cuando llegamos, 1999 – 2000, ya estaba José Feliú”, recuerda Mariana Silva refiriéndose al militar jubilado que llegó a colonizar su sector: pasaje Olmué (Paraje de olmos) de Villa Arboleda. Las primeras casas se construyeron cerca de donde hoy está el supermercado El Trébol: Pindaco (Agua de picaflor), Trilahue (Lugar de garzas) y Rahue (Lugar de greda) y se fue extendiendo hasta Raquimávida (Monte de bandurrias). Esa fue la Etapa 1 de la urbanización. En ese tiempo, el “súper” era una pampa donde los niños de los primeros propietarios jugaban a elevar volantines.
Gerda Sánchez, de 80 años, profesora jubilada, tiene recuerdos de infancia en esos sectores como si fueran de ayer. “Ese era el fundo de la Marylita Haverbeck”, señala, recordando a la integrante más conocida de la familia dueña de la naviera Haverbeck y Skalweit. “Mi hermana Nury y mi primo Erwin iban a jugar a Bueras, frente a donde hoy está la casa del General de Carabineros. Se tiraban como tarzán en unas lianas que colgaban de los árboles. Andaba un hombre a caballo, era como un capataz que los sacaba y eso me asustaba, así que no me llevaban porque yo era muy llorona”.
En aventuras parecidas andaba por aquellos años quien luego sería el patriarca de los periodistas y comunicadores valdivianos, Juan Yilorm. Él iba a las “pinatras” (también conocidas como digüeñes), hongos que generosamente daban los hualles del fundo. Había que tener harta fuerza y puntería para darles con un palo, porque estaban muy arriba. “Si aparecía el campero, había que esfumarse rápidamente, o nos podía caer con chicotazos para impedir las incursiones en esa propiedad”, dice.
Para Juan, los límites del fundo iban desde donde hoy está el Hospital Base hacia abajo: calle Bueras (Iglesia Las Merced), por el otro General Lagos, donde se ubican los pasajes Canelo, Di Baggio por atrás, llegando a Miraflores. “Esa punta del Fundo Huachocopihue”, aclara. Un sector donde había pi- nos junto a la calle y a continuación cercos como los de predios grandes, con alambres de púas que debían saltar para entrar. Con la distancia del tiempo llega a la conclusión que la gana- dería debió ser una de las principales actividades del fundo.
“Había buen pasto para la alimentación de las vacas overo colorado y overo negro… Era eso lo que cuidaban”.
El nacimiento del Barrio El Bosque coincide con la llegada del siglo XXI; las casas, calles y avenidas van reemplazando a los árboles. Aun así, quedan algunos bastiones como el de Circunvalación Sur esquina Quillahue (lugar donde se ayuda) donde cada año llega gente de otros barrios a la cosecha de castañas. Con improvisadas lanzas recrean en abril la recolección de antaño.
Un poco más allá, en Avenida Circunvalación Sur esquina Tromen (totora), se sabe que un roble (Nothofagus obliqua), de 350 años, es el ejemplar más antiguo que se ha encontrado en ciudades de Chile gracias al Laboratorio de Biodiversidad y Ecología del Dosel de la Universidad Austral de Chile y sus estudios de árboles patrimoniales de Valdivia. Su tronco tiene una cicatriz de hace 100 años, un indicio de cuando el bosque fue desmontado para abrir campos de cultivo.
Las más agradecidas del follaje centenario son las vacas. En las áreas verdes que hay frente al supermercado, cerca de la escuela o llegando a los semáforos de Pedro Montt no es raro verlas “achanchadas” reposando o protegiéndose de la lluvia en invierno. Aunque para alimentarse prefieren las hojas tiernas de renovales y arbustos y el pasto corto y sin malezas de los antejardines de las casas que aún no se han enrejado; ese pasto es para ellas un “manjarsh”.
“Sabes que eso me tiene super chata. Cagan todo mi jardín, dejan hoyos, comen, es terrible. Echan a perder todo lo que a mí me cuesta”. Cada día Mariana sale caminando a las siete cero cero a tomar la micro que pasa por El Trébol. Día por medio ve animales y ha llegado a contar hasta 19 vacas, pero eso no es todo. “Caballos hoy día creo que eran unos 10; no alcancé a contar todos. Lo que a mí me molesta muchísimo es que los dueños de esos animales no se hagan cargo. Ellos los dejan acá para que vengan a comer y pa’ que se metan a los jardines de los vecinos”. Reclamar por las vacas se ha convertido en una de sus rutinas. “Haré unos cuatro llamados a la semana al 133 de Carabineros”, asegura. En Carabineros conocen de las vacas y caballos que circulan por las calles. Cuando reciben reclamos acuden al lugar a constatar la presencia de los animales, buscan a los dueños y cuando los encuentran los notifican para que se presenten al tribunal. Advierten que otras instituciones, como Municipalidad y Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), también tienen competencia y que si bien ellos se ocupan de estos reclamos, su prioridad en el día a día, es “velar por la seguridad de la población”.
“Los dueños de los animales no gastan nada”, dice Francisco Galle, ganadero de Los Lagos. “Ahorran costos de concentrado, no guardan forraje para el invierno y usan lo que está disponible en el área urbana”. Explica que el pasto corto de los jardines es el más rico, con más proteínas y que más gusta a las vacas. Basta con verlas para apreciar que están ro- bustas y en buenas condiciones, que tranquilamente alcanzan 400 kilos o más, “o sea: están aptas para el consumo”.
Francisco está desconcertado por el trato desigual. “Si me pillan una vaca en la calle, pasa un inspector municipal o un carabinero y parte al tiro. El campo de nosotros está partido por una carretera medio a medio. Cuando nosotros tenemos que cruzar animales de un lugar a otro tenemos que colocar señalética y un montón de cuestiones. Tanto así que unos años atrás decidimos hacer un paso bajo nivel para pasar animales sin que anden en la calle”, se queja el ganadero.
Bernardita Oyarzo, vecina de calle Dalcahue (lugar de dalcas), saca provecho de la “visita” de las vacas. “Como dicen en mi tierra, salen al potrero largo a alimentarse”, asegura. Pero su “potrero” no sufre las consecuencias de las vacas porque, como muchos vecinos en El Bosque, colocó portón de fierro para una defensa a otro nivel: reducir las posibilidades de robo a su casa que es otra amenaza que existe en este sector de la ciudad. Como buena chilota, el arraigo de Bernardita Oyarzo con la tierra corre por sus venas y las bostas de los animales le vienen de perilla. “Como yo hago huerta, me pongo guantes, busco una pala y recojo los excrementos aquí, afuera de mi portón y hago abono con tierra: el mejor”. Ha plantado de todo. Orgullosa cuenta que este año tuvo seis zapallos. “Hoy día me comí el último. En este tiempo (julio) tengo acelga, cebollino, ciboulette, tomates, porotos verdes. También cultivo cilantro, perejil y pepinos. Este año hice dos melgas de papas. Me habrán dado unos 15 kilos”.
Todo lo que cultiva lo mejora con desechos orgánicos, refiriéndose a los desechos vegetales que quedan después de cocinar. “Reduces tu basura, le das nutrientes a tu tierra y no estás comiendo pesticidas ni ningún químico”, dice con la convicción de la experiencia. “Yo necesito saber dónde estoy parada”, afirma Bernardita, quien llegó desde Dalcahue, Chiloé, en 2017, a fijar su residencia en calle Dalcahue, Barrio El Bosque de Valdivia. Pronto conoció a Victoria, una de sus vecinas, que le contó que era de la comunidad indígena que estaba justo frente a su casa y le pidió conocer el lugar.
En Avenida Simpson, antes de bajar al Bosque Sur asoma una bandera mapuche. Entrando por Dalcahue, un letrero en frente de un pequeño bosque anuncia la presencia de la Comunidad Mapuche Lafquenche Juan Carrillo Guala. Al virar por Tenau (Puñado de olas) se llega a La Rinconada, lugar donde reside y resiste esta comunidad.
“Esto es La Riconada no es parte de El Bosque”, aclara el lonko Hugo Carrillo Guala. Tiene 67 años, piel clara y bastante tersa para su edad. Un trapelonko cuelga de su cuello. “Mari mari lamgnen”, saluda. “¿Sabe por qué se llama Rinconada? Porque esto es lo que queda, un rincón que hemos defendido como comunidad por cientos de años. Hemos demandado a Socovesa y a la Universidad Austral y hemos ganado, porque tenemos un documento de 1913 de que somos dueños, y quizás de cuánto tiempo antes los Guala estaban aquí”.
Rosa, una de las ñañas de la comunidad, aclara que el apellido era Huala con hache, pero alguien lo inscribió con G y así quedó.
Sus recuerdos de infancia dirigen el alcance de la propiedad de la familia hacia el sector de atrás del supermercado El Trébol, donde actualmente está el Parque Urbano El Bosque. Aseguran que allí estaba la quinta que ellos ocupaban hasta donde actualmente viven.
Pampa y variada vegetación eran parte del paisaje que les permitía la subsistencia. “Mis hermanos salían a cazar; cazaban liebres y coipos y pescaban jarpas”, recuerda. “Y camarones de tierra”, agrega Rosa, explicando que los sacaban con las manos.
El de los Carrillo Guala es hoy en día un terreno que conserva más vegetación que la que subsiste en El Bosque y los barrios colindantes. Allí, en torno al loft y la sede, han hecho senderos y pasarelas de madera que se internan entre arrayanes, olivillos, notros y ligues, por mencionar algunas especies nativas que aún se pueden observar. En ese lugar cada 24 de junio celebran con otras comunidades indígenas el We Tripantu o Año Nuevo Mapuche.
Siempre por Avenida Simpson, bajando hacia el Bosque Sur, la impresión de estar en medio del campo es más plausible, o audible. Al llegar a la esquina con Circunvalación Nueva Región, se escucha una mayor población de patos y bandurrias en el otrora Fundo Liewald. En un bosque raleado, casi desnudo, se conserva una casona vieja en un terreno de una hectárea aproximadamente. Valeska Catalán Carrasco, su cuidadora, no sabe con exactitud cuál es la superficie del terreno que custodia, pero sí sabe algo de su historia.
De la extensión del fundo dice que por un lado comenzaba en Las Mulatas -el CECOF-, hacia el condominio Miraflores. “Todo para acá. Del Trébol, para acá; de Los Fundadores para acá”, indicando como referencia la porción del ex fundo que conserva la casona.
“Esta parte la compró Valdicor donde mi papá era administrativo y lo dejaron aquí para cuidar. Después Valdicor vendió a una Inmobiliaria de Santiago que planea construir torres de departamentos de aquí a 3 ó 4 años más”, comenta.
A la fecha (2023) sólo existe un complejo de 2 torres de departamentos de 4 pisos en avenida Simpson esquina Carelmapu. Ese terreno era pura pampa y pastizales con los que se alimentaba a los animales, además de muchos manzanos que fueron cortados para construir las casas del Bosque Sur. Sobre la casona vieja, Valeska dice que “a todos les llama la atención. Los colectiveros y los taxis hacen muchas preguntas”. Aunque reconoce que no sabe cuántos años tiene la construcción, sí sabe que fue trasladada. Originalmente estaba en otra parte del fundo y allí vivía el dueño. Entre las curiosidades revela que la casona tiene 2 sótanos y un tercer piso y el sótano tiene divisiones como calabozo. El tercer piso no sabe qué tiene ni cómo es, porque nunca han subido, porque de sólo pensar en la cantidad de telarañas que debió tejer el tiempo, le da escalofríos.
Alrededor de la casa quedan algunos árboles. Arrayanes, cipreses y enormes camelias (arbusto de bellas flores semejantes a las rosas) y entre los pastizales, algo anegados, se asoma una vaca. “Un ternerito”, aclara Valeska. Advierte que sólo tiene ese animal, pero mucha gente cree que ellos son los dueños de las vacas que libremente vagan y se alimentan por las calles de la ciudad.
Comenzando julio de 2023 “llegaron los Carabineros y la Policía de Investigaciones (PDI), hasta llegó una mujer a cobrarnos los daños que una vaca le ocasionó a su automóvil. Pero esas vacas no son de aquí”, asegura. Pero en el portón del sitio se observan muchos animales, como aguardando para entrar.
El Mayor de Carabineros César Cortés, Comisario (1a Comisaría) de Valdivia, asegura que las vacas libres tienen más de un dueño y que provienen de lugares cercanos al Barrio El Bosque.
Lo cierto es que las vacas están tan familiarizadas con el barrio que en este sector comen, descansan, abonan la tierra, ocasionalmente pernoctan y dan a luz.
Un frío y lluvioso fin de semana de agosto de 2022, entre zarza parrillas y aromos australianos, un enclenque overo negro llegó a este mundo en los jardines de la Escuela El Bosque, tras el cerco que protege la propiedad.
-Pensé que estaba muerto. Era chiquitito y no se movía y la vaca por otro lado estaba comiendo pasto -cuenta Mariana. Al otro día fue de nuevo a verlos y el ternerito estaba parado y mamando. Días después ya no estaban.
El parto de la vaca fue tema en el whatsapp de la Comunidad de El Bosque, grupo que en la foto de perfil tiene a estos animales echados contemplando el tráfico urbano. La convivencia con las vacas provoca sentimientos encontrados en los vecinos del barrio. Por un lado, una grata sensación de cercanía con el campo. Y por otro, la preocupación de que en cualquier momento se crucen en las avenidas, y en segundos de distracción ocurra un accidente. O irrumpan en los jardines y destruyan prados y plantas que fueron cuidadas con esmero.
Mariana, la pastora, la partera y la interlocutora oficial del barrio con el 133 de Carabineros, nació y creció en el campo, ama a los animales y por lo mismo le resulta difícil comprender que los larguen a la calle, despreocupándose de lo que les pase y de lo que puedan ocasionar.
Mientras ella actúa cada vez que ve vacas, surgen diferentes voces en radios, diarios y redes sociales, casi todas en tono de crítica y malestar, frente a un fenómeno que se ha ido extendiendo hacia otros sectores de la ciudad, donde crece pasto nuevo con regularidad. Entre tantas, asoman algunas voces académicas, más reflexivas, que plantean que los tiempos están cambiando y estamos a las puertas de un inevitable retorno a la ruralidad. Las vacas serán también testigos de ese cambio.
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