Por Rodrigo Obreque Echeverría
A mi casa la separan 192 pasos sin prisa de la orilla del río Calle Calle, el más famoso de la Región de Los Ríos.
He recorrido este río en kayak con el viento soplando a favor y en contra. En su ribera he fotografiado hualas, sietecolores, cisnes, lobos de mar y nutrias de río (huillines). Desde su orilla he contemplado atardeceres anaranjados, remeros incansables que lo surcan desde la madrugada hasta el crepúsculo y barcos iluminados con luces fluorescentes. He visto al sol pintarlo de azul y a los nubarrones colorearlo gris. Lo he visto crecer por las lluvias del invierno y bajar su caudal en el verano. Me he maravillado en primavera con las flores blancas de la planta que adorna sus bordes y le da su nombre: calle-calle (Libertia chilensis).
He visto a la luna bañarse en sus aguas.
En los últimos quince años he atravesado el Calle Calle -su puente- al menos 14 mil veces: cuatro cada día, de lunes a viernes, para ir a mi trabajo en el centro de Valdivia.
Esta noche oscura, la última de julio, el río suena a viento de borrasca y va levantando olas que arroja con ira contra los gaviones de la orilla.
A mi casa la separan 141 pasos apurados del río Calle Calle si estoy en su ribera y se desata -¡como ahora!- un temporal.
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Los habitantes de las doce comunas de la Región de Los Ríos nos caracterizamos por tener una sonrisa amable -hay excepciones- y una conexión especial con nuestros ríos. Los contemplamos a diario, los navegamos, bebemos de sus aguas.
Los ríos son fuentes de agua y de inspiración. Son límites geográficos y hábitat de la biodiversidad. Son vías de conexión y desconexión. Son historia viva: de los balseros que transportaban madera por sus cauces hace un siglo, de las mujeres que lavaban y siguen lavando en ellos la lana de las ovejas antes de hilarla, de los niños y niñas que aprendieron a nadar en sus aguas.
Para el pueblo mapuche, los ríos -los leufu- son sagrados. En ellos habitan los ngen-ko, los espíritus guardianes del agua, que cuidan y preservan la vida. Los mapuche les piden permiso a los ngen-ko para ingresar a los ríos y utilizar el agua, y luego les agradecen. Si las aguas de los leufu no corren libres o se contaminan, si sus riberas no mantienen el bosque nativo y la vegetación silvestre, el equilibrio natural y espiritual de todo el territorio se ve afectado, dicen los mapuche.
También dicen: genule ta ko, gerkelayafuy ta mogen. Que significa: no habría vida si no tuviéramos agua.
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¿Cuántos ríos hay en la Región de Los Ríos?
Los últimos dos meses le hice esta pregunta a decenas de personas y busqué obsesivamente información para encontrar una respuesta. Sólo Wikipedia me lanzó una, que no me satisface: un listado con 58 ríos que no cita fuentes. Me convencí de que, 16 años después de la creación de esta región, ninguno de sus 380 mil habitantes sabemos cuántos ríos hay aquí.
Me pregunto quién puede responder con certeza a esta pregunta.
Me respondo que la Dirección General de Aguas, la DGA.
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Francisca Vergara Cea, la sonriente directora regional de la DGA me espera este lunes de invierno en su oficina del cuarto piso del edificio público número 2, en el centro de Valdivia.
Es la segunda vez que visito esta oficina buscando una respuesta al interrogante que me inunda.
La primera vez Francisca me explicó que la DGA es el ente rector en el área de aguas terrestres del Estado y se comprometió a buscar la información.
Ahora le pido permiso para acercarme a la ventana que está detrás de su escritorio: desde aquí puedo ver el río Valdivia, el submarino O’Brian recalado en la Costanera, los taxis fluviales amarillos que transportan a los pasajeros a distintos puntos de los ríos Valdivia y Calle Calle. Y puedo imaginar a los mapuche navegando en sus canoas cargadas de pescados y mariscos que traían desde el sector costero, antes de que los españoles llegaran en 1552 a fundar la ciudad y le cambiaran el nombre a este río originalmente llamado Ainil leufu, o Ainilebu.
Francisca interrumpe mi viaje al pasado.
—Todavía no tenemos la respuesta. El próximo lunes la tendremos.
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El guía de rafting y kayak Guillermo Fullá Barraza ha remado por 33 ríos de la región, doce en otros lugares de Chile y trece en el extranjero. Sus recorridos fluviales suman 31.264 kilómetros, equivalentes al 78 por ciento de la circunferencia de la Tierra.
Conocí a Guillermo con el apodo de Willy en nuestra época universitaria, a mediados de los ‘90 en Valdivia. Hoy vive a orillas del río Angachilla y desde 2011 es uno de los socios de la empresa Río Vivo, especializada en excursiones turísticas por los ríos y humedales de Valdivia.
En diciembre de 2014, con mi hermano Pablo nos embarcamos en una travesía organizada por Río Vivo en la que remamos cien kilómetros durante tres días por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia, que en realidad es el mismo río que va cambiando de nombre al confluir con otros ríos en su descenso hacia el mar. Guillermo fue uno de nuestros guías en ese viaje inolvidable.
—Lo que más destaco de los ríos de esta región, y no lo digo sólo yo, sino que son observaciones de las personas extranjeras que han remado con nosotros, es que son muy poco transitados. Te puedes desconectar, tener el río para ti solo —dice Guillermo, de pie junto a un mapa gigante de la cuenca del río Valdivia, instalado en la sala donde recibe a los excursionistas.
Una vez al año, Guillermo y su pareja se internan en kayak por su río favorito de la región para acampar en la ribera. Al ingresar al agua sienten el frío de la sombra de la selva valdiviana y mientras avanzan, disfrutan contemplando la fauna del lugar.
—La última vez que fuimos, vimos un huillín pescando. Estuvo media hora delante nuestro sin ninguna preocupación, relajado, porque en ese río no anda nadie.
—¿Cómo se llama el río? —le pregunto. Queda en silencio, con una sonrisa.
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¿Rianos? ¿Rienses? ¿Ribereños?
No existe un gentilicio para denominar a los habitantes de Los Ríos.
¿Risueños?
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Dice Rosa Bello Carrasco que es una contradicción que le guste tanto estar en el río, pero no saber nadar y tenerle miedo al agua.
—En el verano me meto, me mojo, me tiendo en mi hamaca a leer y me quedo dormida. Para mí es vital, me da mucha energía verlo.
Dice, y sonríe, y su rostro se ilumina.
Rosa es una agricultora orgánica que desde hace 15 años vive en una parcela junto al río Bueno en la comuna de Río Bueno, donde elabora mermeladas, pastas y otros productos orgánicos que vende bajo la marca Kutral Nalcahue en ferias gastronómicas y en la tienda de la cooperativa de consumo responsable La Manzana, en el centro de Valdivia.
Antes de cumplir su sueño de vivir junto a un río, Rosa formó una familia en el campo, en la comuna de San Pablo, a un kilómetro del río Pilmaquén. A comienzos del nuevo milenio enviudó y se mudó a Valdivia con sus tres hijos, hasta que en 2008 compró el sitio de 16 hectáreas en el que vive actualmente con su hijo menor y a corta distancia de su hija mayor, Evelyn, que construyó una cabaña de tres pisos desde cuya terraza esta mañana de mediados de julio vemos fluir el río bajo un cielo azul con retazos de nubes blancas y grises.
Los huilliche -los mapuche del sur- llaman a este río Wenuleufu, que significa el río de arriba o el río del cielo, la misma denominación que tienen para la vía láctea. En la cosmovisión mapuche, los ríos son un lugar de tránsito de las almas hacia la otra vida, hacia el Wenumapu, el Mundo de arriba.
Rosa y Evelyn recuerdan como uno de los momentos más bellos de su vida junto al río Bueno una noche oscura en la que estaban acampando en la playa y de improviso el cielo se iluminó y el río de arriba se reflejó en el río de abajo.
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En el otoño de 2021, Rodrigo Camino Sánchez cayó al río Bueno, en la comuna de La Unión, mientras tomaba muestras a bordo de un bote que volcó.
Fui su amigo en la infancia. Además del nombre, compartimos el uniforme del Colegio San Francisco Javier y la sala de clases de primero a cuarto básico. Jugábamos fútbol en los recreos y en las tardes seguíamos pateando la pelota en los patios de nuestras casas, que estaban una frente a la otra en la calle Los Leones de la comuna de Puerto Montt.
Un día de 1984, Rodrigo y su familia partieron a vivir a Valdivia. Volvimos a juntarnos un par de veces a fines de esa década, cuando con mis papás visitamos la casa de los suyos, y en algunas otras ocasiones luego de que llegué a estudiar a Valdivia en 1994.
La última vez que conversamos fue unos ocho años antes de su muerte. Me llevó en su camioneta desde el aeródromo Pichoy hasta mi casa. En los 25 minutos del trayecto me contó de su esposa e hijos, de sus padres y hermanos, y que luego de ser director regional de Obras Hidráulicas había formado su propia empresa.
Su muerte temprana me impactó, por nuestra amistad de la infancia y por las similitudes: mi mamá murió también en un río, en 1998, en otra región, a la misma edad que Rodrigo.
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Conocí a Violeta González Navarro el 26 de julio de 2020, cuatro días después de que su hijo Víctor Manuel Gallardo cumpliera 60 años.
Violeta dio a luz a Víctor Manuel en el muelle de la localidad de Punucapa, a orillas del río Cruces, al aire libre, justo dos meses después del terremoto grado 9.5 en la escala de Richter que devastó el sur de Chile e hizo descender dos metros la tierra en esta zona. Eso causó que el río inundara la vega de la familia de Violeta y de todos los habitantes de la ribera, formando un extenso humedal que en 1981 fue declarado santuario de la naturaleza.
—Ese día, como a las 9 de la mañana, mi marido y un sobrino de él me llevaban al hospital de Valdivia remando en un bote por el río Cruces, pero nos tuvimos que devolver a la media hora porque mi hijo se adelantó. Lo tuve en el muelle, casi en el bote. Me ayudó una señora que era partera —me contó Violeta en esa oportunidad.
Actualmente tiene 90 años y vive en Valdivia añorando Punucapa y los cisnes del río Cruces.
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¡Llegó el día!
Subo corriendo las escaleras del edificio público número 2 hasta el cuarto piso. En la DGA me esperan Francisca Vergara, la directora regional, y Juan Pablo Jiménez, jefe regional de la Unidad de Hidrología, para darme la respuesta que tanto anhelo.
Trato de no mostrarme ansioso cuando me cuentan que ahora me dirán la cantidad de ríos, pero primero me explican que para obtener la cifra utilizaron el software de información geográfica ArcGIS, revisando la capa de los mapas de Hidrografía.
—En este sistema contamos que tenemos en la región un total de 550 esteros con nombre y 144 ríos con nombre…
—¡144 ríos! —interrumpo a Francisca como si fuese Arquímedes exclamando ¡eureka!
Mi sonrisa se atenúa cuando me advierten que la cifra es una estimación no oficial, porque la base cartográfica de los ríos de Chile no es de la DGA, sino del Instituto Geográfico Militar.
Es decir que tengo una respuesta, pero no necesariamente una respuesta definitiva.
Contactaré al Instituto Geográfico Militar.
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Con Alberto Tacón Clavaín, el secretario regional ministerial del Medio Ambiente, coincidimos en 2014 en la travesía en rafting y kayak por los ríos San Pedro, Calle Calle y Valdivia que fue guiada por Guillermo Fullá. Vivimos en una región pequeña y de alguna manera sus habitantes estamos conectados, como si fuéramos ríos de una misma cuenca.
Llego hasta la oficina de Alberto al final de una tarde de principios de agosto para preguntarle por las características de los ríos de Los Ríos y su importancia.
—Esta región, por su ubicación geográfica, es un área de transición climática. Hacia el norte hay un clima mediterráneo, con veranos secos que implican un régimen hídrico distinto, y en el sur el clima es más oceánico, de inviernos más húmedos donde no existen esos meses de sequía -cuenta con un tono sereno, mientras sostiene un mate con hierba que acaba de cebar. Esta condición, explica Alberto, hace que en la región existan ríos que tienen una biodiversidad mucho mayor, como los del norte, y otros más parecidos a los ríos patagónicos, más jóvenes y con menos especies.
—Otra característica de los ríos de la región es que tienen una influencia mareal muy fuerte y eso hace que exista una interacción importante entre el componente marino y el fluvial. Toda la riqueza que tenemos en el mar, en el borde costero, depende en gran parte del aporte que hacen los ríos.
De alguna manera, los ríos son la sangre que va drenando todos los nutrientes de la tierra y que llegan al mar a alimentar a toda la diversidad de flora y fauna marina —dice Alberto después de darle un sorbo al mate.
Me distraigo un par de segundos mirando por el ventanal al río Calle Calle, que me sonríe desde abajo para invitarme a que me acerque, y vuelvo a poner mi atención en Alberto cuando dice:
—Tenemos un mar muy rico, muy productivo, porque tenemos ríos vivos que lo están alimentando. Y desde ese punto de vista es súper importante tener conciencia de esa continuidad entre lo marino y lo fluvial que en otras regiones se ha ido perdiendo por la infraestructura hidráulica que se ha ido construyendo.
Estas palabras me recuerdan el impacto que pudo generar la represa en el río San Pedro, que no es otro que este mismo río que no deja de sonreírme por detrás del ventanal.
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Cristian Ochoa Espinoza está parado en la ribera del San Pedro, un río de aguas blancas que en este lugar ruge como un puma al que quieren enjaular. Es sábado, mediodía. A sus espaldas está uno de los vestigios de la jaula del puma: un túnel de concreto destinado a formar parte de un proyecto que con- sideraba levantar un muro de 56 metros de altura para embalsar las aguas del San Pedro en un tramo de 12,5 kilómetros.
Cristian vive en la comuna de Los Lagos y es vocero del movimiento Río San Pedro sin Represas, al que llegó en 2018 para sumarse a la oposición ciudadana contra el megaproyecto hidroeléctrico que la empresa Colbún pretendía instalar en este río, uno de los más biodiversos del país.
La central comenzó a construirse en 2009 y las obras fueron paralizadas en 2011 con un 15 por ciento de avance y mucha resistencia de la comunidad, luego de que los técnicos de la empresa advirtieran -recién- que no existía roca de calidad para levantar allí esa central de 170 megawatts.
Cristian explica que la oposición a la central tiene varios motivos: para el pueblo mapuche la conservación de este río, al que llaman Wazalafken, es primordial porque por él viajan las almas a la otra vida y en su ribera la comunidad obtiene hierbas para el lawen (medicina). Su construcción significaría la pérdida de hábitat para la fauna y flora nativa; afectaría la práctica de rafting y la pesca deportiva -dos actividades por las que el San Pedro es famoso internacionalmente-, e inundaría el taco 3 que se formó luego del deslizamiento de los cerros hacia el río por el terremoto de 1960. Este evento, conocido como Riñihuazo, requirió del trabajo de 500 personas para despejar los tres tacos que se formaron en el río, evitando que el agua acumulada en el lago Riñihue avanzara sin control río abajo, destruyendo todos los lugares poblados, incluido Valdivia.
—Si nos cortan el río, nos cortan la historia. Los ríos deben llegar al mar; así es el ciclo de la naturaleza y hay que respetarlo. Eso no puede venderse por dinero. No tiene sentido —opina Cristian bajo una lluvia que no da tregua.
El proyecto fue desestimado definitivamente por Colbún en septiembre de 2022, al no lograr ajustarse a las exigencias del Servicio de Evaluación Ambiental y por la presión ciudadana y política para que no se construyera la represa. El día en que supo la noticia, Cristian dio entrevistas a los medios de comunicación, pero no sintió euforia ni deseos de celebrar.
—Lo que sentí fue una sensación de tranquilidad, por el río, por la comuna y por sacarme este conflicto de la cabeza.
Hoy, sus esfuerzos y los de la comunidad están centrados en que el río sea declarado santuario de la naturaleza, para que nunca más vuelva a estar bajo amenaza.
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El 6 de septiembre de 2023, cinco meses después de iniciar la investigación para esta crónica, recibo un correo electrónico del director del Instituto Geográfico Militar (IGM), el coronel Carlos Prado, respondiendo a la pregunta que le envié un mes antes: ¿Cuántos ríos tiene la Región de Los Ríos?
Su respuesta: “Se informa a UD. que este instituto no cuenta como producto cartográfico con el listado de la cantidad total de los ríos de la Región de Los Ríos, no obstante, lo anterior, se encuentra disponible la cobertura de hidrografía en distintos formatos a escala 1:50.000, además en formato digital a escala 1:25.000 de la zona mencionada”.
Y en el párrafo siguiente, el coronel hace presente que la Ley 15.284 establece que el IGM, “cobrará por los trabajos o estudios que ejecute, los precios que por ellos fije”, instándome a acudir a su sala de ventas en Santiago “si es de su interés adquirir alguno de estos productos”.
Una invitación a comprar un mapa para después contar los ríos yo mismo -con la complicación de tener que distinguir cuáles cauces son ríos y cuáles son esteros- no es la respuesta que esperaba.
Me quedo entonces con el cálculo que con dedicación y buena disposición realizó la Dirección General de Aguas: los ríos de la Región de Los Ríos son 144.
¿Son 144?
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