Los resultados de este domingo dejaron algunas lecciones al mundo político. La primera y más importante es que el abuso del poder, los intentos de corrupción e intervención, y los discursos sin mucho fondo, se pagan caro a la hora del recuento de los votos.
Nos obliga también a mirar a la quintaescencia de la democracia, al señalarnos que un número importante de ciudadanos –no todos y desgraciadamente ahí queda para los siguientes párrafos el tema de la abstención- no están disponibles a tolerar ni perdonar el reemplazo sistemático del concepto de servir a la comunidad, por el de “servirse de la comunidad” que muchas veces pareciera imperar en quienes militan en partidos y ejercen cargos públicos.
Más relevante señal aún: el castigo evidente al gobierno y al Oficialismo, habla de un desencanto con un estilo de conducción errado, sectareo y excluyente, que ha impuesto reformas que, aunque deseadas en su enunciado genérico por todo el país –accesibilidad universal a la educación, mejores relaciones laborales, equidad tributaria, gratuidad universitaria, entre otras-, al final terminaron siendo un reflejo pobre y sesgado del pensamiento doctrinario de unos pocos, mal reflexionadas y pésimamente planteadas.
El gran ganador en la raya para la suma fue la centroderecha nacional, encarnada en CHileVamos, como reacción a lo mal enfocada de las acciones de la actual administración. Pero estamos lejos del derecho de cantar victoria, y el peligro de la autocomplacencia puede amenazar en cualquier momento este logro electoral.
Y aquí tiene cabida la reflexión en torno a la baja asistencia ciudadana en las urnas: ningún resultado, por más favorable que porcentualmente sea para un sector, puede dejarnos contentos cuando la inmensa mayoría de los chilenos se restó de participar.
Vale entonces preguntarnos dónde hay que enmendar el rumbo, cómo responder mejor a lo que la ciudadanía espera de sus líderes, como resintonizamos la actividad partidaria con el dial de las familias chilenas, como le devolvemos la transparencia, la credibilidad y la confianza a la praxis pública. Pero no menos relevante es cómo logramos darle un giro de tuerca para que los ciudadanos, indignados e indiferentes se reencanten, participen, asuman responsabilidades e internalicen que sólo asumiendo deberes y compromisos es cómo se cambian las cosas en democracia.
Bernardo Berger Fett
Diputado de la República
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