Ahora que se ha puesto de moda el tema de los relojes súper exclusivos, que estarían siendo vendidos de una forma algo irregular, nos acordamos de Ciudad del Este, la capital americana del matute y los productos truchos.
Esta urbe paraguaya, otrora conocida como Puerto Presidente Stroessner, autohomenaje del hombre que se adueñó del país por 35 años, y que como todo buen dictador quiso perpetuar su nombre de manera monumental, así como otros también rebautizaron ciudades o se conformaron con una carretera, es mundialmente famosa porque está unida a Brasil por un puente que lleva a Foz de Iguazú, que a su vez es el epicentro para visitar las cataratas más espectaculares de toda América, que, sin embargo, aunque muy cercanas, no tocan a Paraguay porque están en la frontera argento-brazuca.
Las dos ciudades en comento, especialmente la paraguaya, viven del turismo y, como les dije, del matute. Allí se pueden encontrar productos de las más afamadas y prestigiadas empresas del mundo. Si quiere una cartera Louis Vuitton, ahí tiene para regodearse. Se le antojó un perfume Shumukh, el más caro del mundo, pase y sírvase. ¿Quiere un Rolex de platino con diamantes en los punteros?, ahí lo está esperando. Si sus pretensiones son más elevadas, pida un Ferrari o un Rolls y capaz que se lo traigan.
El problema es que todas estas exquisiteces no son lo que parecen. Son todas del tipo que ha hecho muy famosa a una multitienda nacional, sobre la que pesan varias demandas judiciales de parte de los fabricantes, quienes se quejan de que han utilizado sus marcas con artículos chantas. Lo bueno está en que los comerciantes de la ciudad paraguaya no tienen problemas para reconocer la irregularidad, así que una camiseta del Real Madrid, prácticamente idéntica a la original, con todos los logos y sellos en boga, no debe costar más de unas cinco o diez lucas nuestras, cuando en una distribuidora autorizada no baja de 80 o 90.
Es así que los turistas que visitan Ciudad del Este llegan recargados de relojes, perfumes, ropajes, carteras y una infinidad de productos de lujo. Muchos de ellos se dedican a traerlos de regalo para familiares y amigos, a sabiendas de que la vida del objeto está con los minutos contados. Claro, porque están hechos para eso, para impresionar y mandarse las partes por un rato. A lo mucho, unas cuantas semanas.
Sin embargo, hay excepciones. Mi querida madre, quien nos dejó hace casi 30 años, fue a dar una vuelta por esos lados y regresó tirando pinta con un Rolex dorado, que le costó algo así como cinco dólares.
Pasaba el tiempo y mamá seguía con el bracito estirado mostrando su joya suiza. No le falló nunca. No se le atrasó ni un minuto en varios años y quedó convencida de que se había ganado la lotería porque un vendedor despistado le había dado un Rolex auténtico por error.
A mí la suerte no me ha acompañado nunca en ese tipo de circunstancias. Tanto por vanidad como por consejo médico debía usar gafas de sol hasta en días con nublado parcial, como dicen los meteorólogos. Un par de veces intenté comprar en la calle unas tipo Top Gun, a propósito de que ha vuelto el pesado de Maverick (es que nunca Cruise me ha parecido un buen actor). Lo cierto es que en ambos casos no alcancé ni a subirme al avión porque las deslumbrantes gafas ya estaba rotas. Hice el esfuerzo y compré lo que debía, las originales, de marca, que no menciono para que no me acusen de hacer publicidad encubierta, y lucrar de manera ilegal y corrupta. Todavía las tengo y eso que hasta conocieron las ruedas del auto desde abajo.
Hay varios puntos del continente que compiten con Ciudad del Este como mercados de lo trucho. En Tacna, por ejemplo, se puede encontrar una serie de artículos tan valiosos como los originales. Yo tengo una camiseta del Barcelona que venía con todos los sellos autentificadores posibles, incluyendo un autógrafo de Messi y Neymar, un álbum de Serrat y un original de Dalí, todo por dos lucas. Es caaaaasi igual que la legítima y más encima sirve de piyama veraniego.
Hay casos y casos y ahora debemos observar que lo que se veía tan raro entre nosotros ha llegado para quedarse. Ya no tiene nada de extraño ver en nuestras calles, plazas y parques ofertas tipo Ciudad del Este. Todavía no he visto Rolex, pero sí gafas Top Gun y otros artículos. Y si no le va bien en la vía pública, ya sabe que puede dirigirse donde todo es llegar y llevar. Se ha dicho que no se trata de productos falsos, sino de segunda mano, así que vea. Si el precio es pasable y le hace posible ahorrar algunas chauchas, haga el gasto.
Lo que no se debe hacer nunca es meterse en negociados derechamente oscuros, como la compra a espaldas del severo SII de elementos de alto precio y probada autenticidad, por muy baratos que asomen. Eso se llama receptación y es un delito, debidamente sancionado cuando lo pillan.
No se deje tentar cuando le ofrezcan caviar negro, recién llegado del Mar Caspio, a cien lucas la lata, porque se le puede hinchar la boca y en la cárcel no va a encontrar a un especialista en tratar los efectos perniciosos de las delicias prohibidas ni el arribismo descontrolado.
Mejor siga comiendo choros, tacas o piures de los que ha conocido toda la vida y sea feliz. Recuerde que no todo lo que brilla es un Rolex.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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