Opinión

Columna de opinión: A oponerse de inmediato

Por Redacción / 23 de diciembre de 2022 | 08:58
Por estos días, lo fundamental, una vez más, es oponerse. Crédito: Grupo Diario Sur.
Columna de opinión del periodista Víctor Pineda Riveros.
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Terminado el Mundial y con las fiestas de fin de año encima, podemos preocuparnos de otras cosas.

Los señores políticos en lo suyo. No se ponen plenamente de acuerdo acerca del nuevo proceso constitucional y pelean de lo lindo por el nombramiento del sucesor de Jorge Abbott como fiscal nacional. 

En fin, hay que resignarse a que esa es su razón de ser y que mientras más tiempo pasen discutiendo en torno a temas que están cada vez más lejanos de los intereses del ciudadano común, más felices son. Para eso tienen a los tontos que los elegimos y que les pagamos sus humildes salarios.  

Lo único que vale es hacer dificultoso el llegar a acuerdos. Sin peleas, no tiene gracia. Si dejan de alardear con sus bíceps, los electores podríamos creer que son prescindibles.

Lamentablemente, no lo hace mejor el que está en las tribunas mirando el partido, porque si bien es cierto que sus pretensiones son más acotadas, y que no llega al ejercicio del poder, tampoco hace mucho por mejorar la marcha del país, que, dolorosamente, cada vez se observa menos grata.

Nos encanta quejarnos de lo que hacen los que viven en medio de las instancias políticas, pero desde el más encumbrado hasta el más humilde de nosotros también nos reímos en la fila cuando existe la posibilidad de sacar los torpedos del arsenal y dispararlos sin piedad ni consideraciones cuando algo nuevo aparece.

Casi no se miden las consecuencias, porque lo único válido es demostrar que nosotros también sabemos oponernos, aunque ni sepamos dónde está el blanco. La cosa es oponerse, a veces con algún fundamento, pero casi siempre con desconocimiento de causa.

No se puede olvidar que también hay sólidas razones para expresar opiniones opuestas a determinadas tesis y que la palabra ciudadana puede ser fundamental para evitar la consumación de atrocidades. En ese caso estamos frente a un legítimo ejercicio democrático empujado desde el pueblo mismo, pero en pocas ocasiones es así.

Tenemos al frente un 2023 que parte con malos augurios. 

Si bien están surgiendo iniciativas que apuntan a combatir con más fuerza y recursos a la delincuencia, la violencia callejera e intrafamiliar, los focos terroristas, el narco tráfico, la inmigración ilegal y varios otros males que nos provocan dolor de cabeza, la gente se muestra escéptica frente a la presunta eficacia de estas medidas.

El chileno medio cree que va a seguir sufriendo con los asaltos, las balaceras, los femicidios, la quema de maquinarias y la serie de novedosas formas de atacar que exhiben los que apuestan por vivir jodiendo a sus semejantes.

Ya hemos visto que el panorama económico asoma igualmente complicado, que estamos en recesión, que la inflación a duras penas logra ser atenuada y que hay que aferrarse con dientes y uñas a la pega mientras no llegue el temido sobre azul, que, entre paréntesis, no sé si efectivamente es azul, porque he visto varios despidos y ni siquiera hubo sobres. Solo una PLR, y mal dada más encima, mientras esperamos que el Viejo Pascuero nos traiga, por fin, el definitivo adiós de las pensiones indignas.

Ni el fútbol nos cambia la cara. Muchos no querían que el Mundial lo ganaran los que lo ganaron, porque se iban a poner más insoportables que nunca, pero lo peor no es eso, porque los festejos no pueden ser eternos ni para ellos. 

Lo verdaderamente desolador es observar lo lejos que hemos quedado de los que son buenos para la pelota y lo difícil que será volver a ponernos a su altura. 

Mientras nuestro peloteo siga en las manitos que cayó, vamos a continuar añorando a la generación dorada, a los Sa-Za, a don Elías y a Riera y su milagro del 62. A propósito. Me permito recomendar el libro “1962, los secretos del mundial imposible”, de mi joven amigo y colega Enrique Corvetto, un valdiviano de incalculable porvenir literario.

Dejamos de lado el recreo amable y volvemos al tema de los opositores instantáneos, es decir, de la mayoría de nosotros.

En los portales y diarios electrónicos se ve mucho. Basta un anuncio de cualquier orden, oficial o no, para que surjan, como caídas del cielo, las voces detractoras del proyecto, iniciativa o sugerencia que se acaba de conocer. 

Ocurre por estos días junto a los ríos más musculosos del país. La municipalidad, junto a privados, ha impulsado la campaña “Valdivia a la pinta”, que entre otras cosas consideró dar un nuevo aspecto al decrépito puente Pedro de Valdivia, que une al centro de la ciudad con la isla Teja y el sector costero. 

Se comenzaron a pintar las barandas, que ya no daban para más y que llegaba a dar cosa afirmarse en ellas, para luego continuar con las veredas, con un diseño innovador. Y ahí, ardió Troya.

Por las redes sociales comenzaron a llover las críticas, algunas de ellas verdaderamente apocalípticas. Que los adultos mayores se marean, que la gente sufre vértigo, que los universitarios se van a caer al agua, que se va a hundir el pavimento, que alguien va a querer llegar al cielo por las escaleras, que el puente se va a caer, a caer, a caer… etc., etc., etc.

No creo que sea para tanto. Y lo dice un ferretero. Reúno varios de los problemas que describen los críticos de la manito de gato, y no me he mareado, no me ha recrudecido el vértigo, no me he encontrado con Alfred Hitchcock, no me he caído al río ni he tirado a la calzada. 

Por el contrario, creo que es un buen aporte estético, mejorable, como todo lo plástico, por supuesto, porque ese pobre puente ha permanecido alejado de la mano de Dios por décadas. Ya no da para más, con los años, y con el tráfico infernal que soporta durante todo el año, que se dispara en horas punta y que se vuelve parte del averno en verano, así que un poco de colorido no puede hacerle mal.

Sin embargo, lo fundamental, una vez más, es oponerse.

Víctor Pineda Riveros

Periodista


 

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