Me recuerda a esa canción nacida en medio de la Guerra Civil Española que hablaba de las presuntas culpas del inocente tomate que estaba tranquilo en la mata hasta que llegaba un hijo de puta, lo enlataba y lo mandaba a Caracas.
Lo mismo me pasa al leer y oír que a una de las nuevas variantes del ya insoportable coronavirus, científicamente definida como BQ.1.1, lo han calificado como “el perro del infierno”, mientras que en paralelo corre su hermana, la XBB, también rebautizada como “la pesadilla”.
Como la maldita peste está a punto de celebrar su tercer cumpleaños, porque apareció, por lo menos públicamente, en diciembre de 2019, ha terminado por instalar un cierto acostumbramiento en la población mundial.
Hace tiempo ya que la gente no reacciona con el mismo pavor que la epidemia instaló en sus comienzos, cuando las imágenes del enclaustramiento en China, de las decenas de camiones del Ejército de Italia que llegaban a los hospitales a retirar los restos de las víctimas o de los cuerpos tirados en las afueras de centros de salud de diversos puntos de nuestra América Latina, nos hacían pensar en un apocalipsis del que resultaría imposible escapar.
Con el tiempo y con la ayuda de las vacunas, las sensaciones se fueron suavizando. Los índices de contagios y fatalidades comenzaron a moderarse y, con intervalos, ha habido momentos en que hasta llegamos a creer que la pandemia tenía los días contados, porque era posible ver la luz al final del túnel.
Hasta hace muy poco tiempo nos contábamos entre los optimistas o los ilusos convencidos de que el próximo verano podría poner la piedra de tope al bicho.
Como el invierno se caracterizó por la numerosa cantidad de males que circularon a la par con el covid-19-20-21 y 22, incluyendo la influenza, las gripes de diverso tono, el rotavirus y otros enemigos de nuestra salud, cabía pensar que la presencia del buen tiempo serviría para entibiar no solo el ambiente, sino también la circulación de los chicos malos.
Sin embargo, los especialistas tienen claro que si la población, es decir, todos nosotros, no retoma buenos hábitos preventivos, mejor no nos quejemos cuando volvamos a la mascarilla por la razón a la fuerza, a la reducción de los aforos en diversos tipos de actividades y a elevados números de enfermos.
Ya está ocurriendo alrededor del mundo e incluso los chinos están armando rebeliones contra los confinamientos forzados a que han sido sometidos en las últimas semanas. Y por acá no lo hacemos nada de peor.
Si es así, imaginen lo que sería un anuncio en el sentido de que el Festival de Viña permitirá asistencias limitadas, cuando seguramente dentro de un par de días van a estar todas las entradas vendidas.
Y todo por culpa, por ahora, de las nuevas variantes, descritas al comienzo de estas líneas y que popularmente han pasado a ser “el perro del infierno” y “la pesadilla”.
Me gustaría saber a quién se le ocurrió lo del perro, poque me parece muy injusto con ese divino animal que se le equipare con lo peor que hemos conocido en materia de salud en un larguísimo tiempo. En cambio, la pesadilla solo hace justicia a este agotador trance.
El Mundial de Fútbol, aun con la Roja mirándolo por la tele, pero con elementos compensatorios, como alguna desgracia de los arrogantes del barrio; la situación política y social que tanto inquieta a la mayoría de los chilenos, los conflictos puntuales, como el paro de los camioneros; la incomprensible, para muchos, atracción de lo banal y corrosivo, como las decenas de espacios faranduleros, han dejado en un perdido segundo plano la preocupación por la incontenible vigencia del coronavirus.
Los políticos, en lo suyo, tratando de ganar algunos créditos para acarrear agua a sus respectivos molinos y, especialmente, para conseguir dejar atrás a los oponentes, aunque sea en temas que escasamente interesan al ciudadano común.
Por lo mismo, se hacen los desentendidos frente a las advertencias de los especialistas, que, entre otras cosas, ya comienzan a aconsejar el retorno de la mascarilla, la intensificación de las campañas de vacunación, los controles más severos frente a las amenazas de contagios y en las impopulares medidas de regulación de los aforos.
Queda la esperanza de que se cumplan las proyecciones de los científicos que dicen que las variantes que por el momento son motivo de inquietud resultarían de más fácil contagio, pero menos graves que lo que hemos conocido hasta ahora.
Finalizaremos con una queja contra los canales de la televisión chilena, que aparentemente habían prometido transmitir todos los partidos del Mundial, pero ni siquiera hemos podido ver en directo a Brasil y Argentina, probablemente los factores de mayor atracción para nuestros hinchas.
Fea la actitud. Se sabe que es cuestión de dineros más, dineros menos, pero ojalá que para la próxima sean más honestos y digan de frentón que son los canales de parte del Mundial.
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