Por Víctor Pineda Riveros.
El destacado periodista y formador de profesionales de la información Abraham Santibáñez, autor además de varias obras destinadas a compartir conocimientos y experiencias, de gran utilidad, sobre todo para los colegas más jóvenes, en su libro “Introducción al Periodismo” dedica un capítulo a lo que califica de materia prima del ejercicio profesional, la noticia.
No es fácil entrar a explicar lo que es una noticia, tal como el mismo Santibáñez lo destaca. La sacrosanta Real Academia le reserva varias definiciones, partiendo por la más interesante: “información sobre algo que se considera interesante divulgar”.
La noticia tiene elementos y Abraham Santibáñez los ordena en base a su relevancia. Así aparecen Actualidad, Proximidad, Consecuencia, Prominencia, Rareza, Conflicto, Sexo, Emoción o interés humano, Progreso, Suspenso y Tragedia (incluye catástrofe).
De acuerdo a estos enunciados, echemos una mirada a lo que está ocurriendo actualmente con los hechos que nos preocupan o debieran preocuparnos, porque se da la paradoja que están en pleno desarrollo sucesos muy graves, que sin embargo, por repetidos, ya no cuentan con el interés ciudadano salvo cuando les toca desde muy cerca.
Ahí tenemos, por ejemplo, la pandemia, que está en uno de sus peores momentos; y la guerra en Ucrania, de la que pocos se acuerdan, a pesar de sus consecuencias.
¿Qué nos preocupa a comienzos del temido agosto?
En primer lugar, el plebiscito de salida del proceso constitucional. Es lógico, porque es trascendental lo que estará en juego el 4 de septiembre y porque de aquí a esa fecha se harán más intensas y agresivas las campañas en favor o en contra del texto propuesto por la Convención.
Ojalá que los más jugados entiendan que pase lo que pase la sangre no debe llegar al río, porque violencia tenemos de sobra en diversos aspectos de la vida nacional.
Cuesta hasta comenzar a elaborar una lista con los sucesos más graves que nos afectan, aunque en apariencia todavía están lejos de nuestros otrora confiados hogares.
Las encerronas, portonazos, asaltos a manos armada, asesinatos sin causa ni explicación, extorsiones, choques entre bandas de narcotraficantes, que antes solo veíamos en películas ahora obligan a numerosos compatriotas a vivir aterrorizados y confinados a sus viviendas, lo que tampoco les asegura inmunidad, porque las balas locas ya suman demasiadas víctimas.
Otro punto resaltante en este triste fenómeno lo constituye la situación en la macrozona sur, donde se permiten declarar la guerra a todo lo que huela o suene a Estado chileno o al que califiquen como elemento extraño a su cada vez más confusa causa, rechazada hasta por la mayoría de los ciudadanos que dicen representar.
Está vigente la discusión acerca de cuando extendió sus vías hasta nosotros el muy peligroso Tren de Aragua. Primero se hizo sentir en el norte y en la capital, pero hace tiempo ya que está operando en nuestras regiones.
Es cierto que llevamos tiempo pidiendo el regreso de los ferrocarriles, pero este tipo de aporte extranjero no le hace bien a nadie y es necesario dejarlo sin pasajeros cuanto antes. Si se instala de manera definitiva, las consecuencias van a ser decididamente espantosas. Es de esperar que ya no sea muy tarde, porque se dice que se dejó caer por acá hace ya cinco años.
Nos alejamos de la violencia y sus tentáculos para tocar otro tema, que sería mucho más grato en tiempos más propicios, pero que en el presente me suena hasta ridículo. Se trata de la postulación conjunta de Chile con Argentina, Uruguay y Paraguay a la organización del Campeonato Mundial de Fútbol de 2030.
¿Con qué ropa? De los cuatro el que se ve un poco más aliviado económicamente es Uruguay, donde pesa también lo sentimental, ya que se van a cumplir del primer mundial, que ellos sacaron adelante solitos, en los tiempos en que bastaba con tener un estadio y un par de canchitas con arcos más para cumplir, pero no veo cómo el resto podría financiar la ampliación y modernización de sus estadios, junto con todos los otros adelantos que exige un compromiso de estas características y exigencias. Si la idea toma cuerpo y la Fifa da el amén, juro que me rapo al cero y en la vía pública.
Por último, les comento una noticia que poca difusión ha tenido por acá, pero que sirve para que los valdivianos dejen de ponerse colorados cuando les recuerdan el caso del puente Cau Cau y sus pequeños errores de construcción.
Hemos oído hablar del señor Jeff Bezos, uno de los hombres más ricos (en plata, no por el apellido) del mundo. El buen Jeff, dueño de Amazon, empresa de comercio electrónico y servicios de computación, estadounidense, como su propietario, está en el segundo lugar de la tabla de posiciones de los superricos, detrás del también yanqui Elon Musk, de Tesla. Este tiene una fortuna de 220 mil millones de dólares, mientras que el pobre Bezos solo reúne 171 mil palos verdes. Aun así, se mandó a construir en Rotterdam, Países Bajos, un yatecito para sacar a pasear a la familia. La gracia le costó 500 millones de dólares, así que imagínense cómo es.
Como los ricos también lloran, según una antigua teleserie mexicana, resulta que Jeff está en problemas porque su yate es tan grande que no pasa por debajo del histórico puente De Hef, muy querido por su comunidad, aunque ya no preste servicios. Fue la primera estructura reconstruida después de los bombardeos de la Luftwaffe, en 1940, lo que acrecienta el cariño de sus vecinos.
Bezos ofreció desarmar el arco superior del De Hef (significa Cau Cau en holandés, pero bien hecho) para sacar el barco y luego restaurarlo pieza por pieza. Además, sugirió otros regalitos para Rotterdam y muchos, muchos besos.
Llévate tus besos, Bezos, le dijeron. El puente no se toca. Y no se toca nomás. Allá son serios y nadie se deja tentar por un billetito por debajo de la mesa.
Conclusión. Van a tener que desarmar parte de las cubiertas superiores del yate para que pase por fin con proa a altamar.
¿Y si se hace lo mismo con el Cau Cau mientras no sea reparado definitivamente?
Y a todo esto, ná ni ná con los pellets.
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