Por Víctor Pineda Riveros.
A menos de siete semanas de la versión criolla de la “madre de todas las batallas”, como definió el sátrapa iraquí Saddam Hussein a la confrontación que lo esperaba frente al contrataque del imperio, y que terminó con su cuello encerrado por una sólida soga, por acá el asunto debiera definirse de manera mucho más amable, aunque por ambos flancos hay terminators que quisieran ver colgados a sus adversarios, ojalá antes del 4 de septiembre.
Se nos aproxima, inexorablemente, el Plebiscito de Salida del proceso de elaboración de una propuesta de Nueva Constitución Política de la República de Chile. Por un lado está la opción Apruebo, que de ganar pondrá término a la vigencia del actual texto constitucional, mientras que al frente estará la chance del Rechazo, que si se impone permitirá que la actual Constitución se mantenga en pie.
Como ya lo dijimos unas líneas más arriba, el proceso ha permitido la aparición de personas o agrupaciones que ya han tomado partido por alguna de las dos opciones, y lo han hecho de manera intransigente, sin dar la mínima cabida a un eventual cambio de opinión o a una pequeña revisión de sus planteamientos.
Como se trata de un tema absolutamente político, es difícil que unos y otros logren acarrear agua para sus respectivos molinos. Hay muchísima gente que se puso la camiseta de manera dogmática y que solo quiere ver bajo tierra a sus oponentes.
Lo demuestran los mensajes a través de las redes sociales y otras instancias: “Yo digo esto porque así nací y así me gustaría morir”. Es como pedir a un colocolino que reconozca que un golcito de la U a un tercero (bien escasos en estos días) no es tan malo para la salud.
Los que ya tienen la armadura remachada en el pecho y que no van a cambiar de postura, ni aunque les ofrezcan la mitad del sueldo de Alexis Sánchez, son los que destacan en las encuestas, pero a costa de dejar en el centro a los que no se atreven a jugársela o bien se inclinan por un cauteloso silencia.
Esos son los que aparecen como “no responde o no opina” y que son tantos que hasta ahora solo unos pocos de los intransigentes se atreven a afirmar que están en sus filas.
Desde que la Convención Constitucional finalizó su tarea, con la entrega de la propuesta elaborada en un año de trabajo, se ha pedido a la ciudadanía que se informe lo mejor posible para que su voto resulte responsable y libre de presiones indebidas, de uno y otro lado.
Se busca que el 5 de septiembre nadie ande quejándose de que votó engañado, porque una vecina le dijo cómo debía hacerlo o porque quiso caerle en gracia a su jefe.
Para evitar problemas o confusiones, diversos organismos se han encargado de poner la propuesta al alcance de la gente desde distintas plataformas y formatos, que van desde el libro hasta videos o audios leídos punto por punto.
Sin embargo, no debemos engañarnos ni pecar de ilusos. En Chile ya no leemos ni los boletos de micro. Los libros y los medios escritos están limitados a los últimos entusiastas y a profesores y estudiantes que igualmente están progresivamente prescindiendo de ellos. Los niños ya no conocen ni a Condorito.
¿Cómo vamos a esperar, entonces, que el ciudadano medio lea y entienda las 178 páginas, 388 artículos, 11 capítulos y 56 disposiciones transitorias que incorpora el texto constitucional, si más encima contiene párrafos de difícil comprensión para quien no sea un experimentado político o un aventajado abogado, idealmente constitucionalista?
Concluyamos, desde luego, que la mayoría llegará a las urnas el 4 de septiembre con visiones parciales de lo que está en juego, a pesar de que se trata de uno de los procesos ciudadanos más importantes en mucho tiempo.
Para los que ya tenemos algunos añitos, se tratará de la segunda experiencia de este tipo, porque en 1980 fuimos convocados a dar la bendición a la Constitución de 1980, también llamada la Constitución de Pinochet o Constitución de Jaime Guzmán.
Aparte de haber sido escrita entre cuatro paredes y entre un selecto grupo de artistas, fue presentada al escrutinio público el 11 de septiembre de ese año (sí, el 11/09, para que el tongo resultara completo y sin lugar a dobles interpretaciones). El resultado fue el esperable, un 67 por ciento para el Sí, equivalente al Apruebo actual, y un 30 por ciento para el No, el moderno Rechazo. Como puede verse, los actores estaban invertidos, con respecto a la actualidad.
Los chilenos votamos sin Registro Electoral, sin mesa predeterminada y en el local que se nos antojara. En esas condiciones, nadie se ilusionó con una derrota oficialista. Más reciente fue el otro plebiscito convocado por la autoridad del momento, 1988, cuando el régimen, necesitado de algo de legitimidad, y con Pinochet convencido por sus aduladores de que ganaría fácil y podría permanecer ocho años más a cargo de Chile, aun sin contar con los padrinos de antaño, debió rendirse ante una ciudadanía que había perdido el miedo y que esta vez sí tenía a su favor la presencia de los registros electorales. El resultado todos lo conocemos.
Sin embargo, la transición a una democracia sin apellidos no sería posible sin medir algunos cambios fundamentales a la Carta vigente desde 1980, por lo que la oposición exigió un nuevo plebiscito, que el gobierno debió aceptar a regañadientes, sobre todos entre sus fuerzas más conservadoras.
Entre dimes y diretes, y para no alargar mucho el cuento, se llegó a un acuerdo para llevar ante la ciudadanía un paquete de 54 reformas, todas apuntando a aspectos más democráticos y republicanos, como el respeto a los derechos humanos; la legitimidad de toda forma de pensamiento y acción política dentro del marco legal, lo que incluía el fin de las exoneraciones y las restricciones al derecho de reunión, y varios puntos más entorno al funcionamiento del Congreso y otros organismos del Estado.
A cambio, el gobierno mantuvo la presencia de los senadores designados.
El 30 de julio de 1989 marchamos nuevamente a las urnas, pero esta vez íbamos bajo la receta de Nicanor Parra: “La izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas”. Y como casi todos estábamos de acuerdo con las reformas, el Apruebo logró un 91,2 por ciento de los votos, contra un minúsculo 8,74% de los intratables.
Hoy, el panorama se presenta muy distinto. Hay polarización que ojalá no pase de los memes y las mentiras que se regalan de vereda a vereda, pero se trata de un proceso electoral que cuenta con todas las garantías de la democracia, y que solo unos cuantos descerebrados, que lastimosamente ya son expertos en marcar presencia, podrían empañar.
Lo que cabe esperar, como buen chileno, es que la distancia que se hace sentir logre ser atenuada y que la opción que gane marque una huella positiva para todo el país.
Es fundamental que al final del camino, que inexorablemente se extenderá más allá de setiembre, por las correcciones y enmiendas que más que seguro serán necesarias, nos lleven no solo a una nueva Constitución sino también a una buena Constitución.
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