A lo largo de la historia, nuestra forma de relacionarnos con los animales ha ido cambiando. Hemos transitado desde la mirada cartesiana donde los animales eran considerados como seres autómatas a intentar entender sus experiencias subjetivas. Por lo que parece lógico entonces, que en Chile transitemos desde un código civil en que los animales son definidos como bienes muebles a un texto constitucional que refleje un acuerdo social mínimo sobre cómo debemos relacionarnos con ellos.
El estudio del bienestar animal busca entender cómo, la forma en que nos relacionamos con los animales, el ambiente en que se encuentran y las prácticas de manejo pueden afectar su salud, conducta y estado emocional. Por lo tanto, si queremos que nuestros animales estén en un estado de bienestar positivo necesitamos entender sus necesidades biológicas y conductuales, y cómo su capacidad de sintiencia puede influir en sus respuestas.
El concepto de sintiencia, tan comentado últimamente, se utiliza simplemente para describir la capacidad biológica que poseen los individuos, independiente de la especie, de experimentar uno o más estados afectivos (emociones). Para esto se requiere poseer consciencia y ciertas habilidades cognitivas. Es decir, un individuo sintiente tiene la capacidad de evaluar lo que ocurre en su entorno (consciencia) y cómo estas acciones lo afectan a sí mismo (estados afectivos/emociones) y a terceros; logrando así evaluar riesgos y beneficios que le permitan tomar decisiones (cognición). Tanto las emociones positivas como las negativas cumplen funciones, por ejemplo, el sentir hambre es lo que nos motiva a buscar alimento, el sentir dolor nos motiva a proteger la zona afectada. Por otra parte, las emociones positivas pueden haber evolucionado para estimular la realización de ciertas conductas oportunistas, una vez que nuestras necesidades básicas están completas, por ejemplo, jugar por placer. Sin embargo, cuando los animales están bajo nuestro cuidado debemos procurar minimizar los estados emocionales negativos, particularmente cuando son evitables a través de buenas prácticas de bienestar animal, es decir manejos adecuados.
También es importante entender que las personas nos relacionamos con los animales de diversas formas. Algunas desde un contexto urbano con un fuerte vínculo con animales de compañía, otros desde el contexto rural donde los animales son parte de sus medios de vida. Algunos nos relacionamos con ellos desde nuestra profesión, mientras que otros lo hacen desde su cosmovisión. Lo importante es que en estas diversas relaciones promovamos interacciones que sean positivas para los animales. Hay ocasiones en que un fuerte vínculo emocional puede llevar a la toma de malas decisiones por parte de las personas y resultar en problemas de bienestar animal por desconocimiento de las necesidades básicas de las especies o una mirada antropomórfica.
Es fundamental comprender que el sólo cambio a nivel constitucional no cambiará la forma en que nos relacionamos con los animales, ya que esto último conlleva un cambio de la conducta humana. Sin embargo, la inclusión de los animales en la constitución nos permite replantearnos cómo queremos convivir con las otras especies dentro de la naturaleza que compartimos. De igual forma, el posterior desarrollo de legislación en torno a la protección de los animales deberá dar cuenta de las diferentes necesidades y funciones que tiene cada especie animal.
Por último, es importante reconocer también la importancia de la protección de los ecosistemas y la biodiversidad, ya que el bienestar de un individuo también se verá afectado cuando estos se deterioren debido a su fuerte interdependencia.
Dra. Tamara Tadich
Dra. Marianne Werner
Dra. Pilar Sepúlveda
Dr. Hedie Bustamante
Dra. Carmen Gallo
Programa Bienestar Animal de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Austral de Chile.
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