Esa notable escuela de historia que se ubica en Hollywood nos enseñó varias cosas, cuando estábamos en la etapa más tierna de nuestras vidas.
Los domingos corríamos a las matinés a comprobar que un solitario soldado estadounidense, tipo el sargento York o Audie Murphy, quien efectivamente primero fue héroe de guerra y luego un poco talentoso actor, para acabar fácilmente con un regimiento completo de hitlerianos ciegos, sordos, mudos y aturdidos, que no cachaban ni una, aunque los rivales se les pusieran por delante.
Eran años en que los inscritos en la guerra fría todavía no se atrevían a mostrarse mucho los dientes. Era más fácil y barato seguir dando duro a los germanos, que no iban a tener forma de poner las cosas en su lugar y demostrar que no eran tan tontos.
Era una guerra bonita para los mocosos que íbamos al cine a ver ese tipo de películas o bien aquellos westerns donde apaches sioux, comanches o cheyenes reemplazaban a los alemanes en el rol de villanos despiadados, que al comienzo de la película parecían tomar ventajas sobre los buenos, hasta que aparecían los redentores de la civilización, con sus impecables uniformes de guerrera azul y pantalones celestes, y ponían las cosas en su lugar mientras la platea se venía abajo con la ovación y chivateo de los ilusos espectadores.
No fue necesario que pasara mucho tiempo para que nos diéramos cuenta de que las proezas bélicas que nos regalaba Hollywood no eran más que propaganda charcha y malintencionada. Los nazis merecían el vuelto que recibieron, pero los soldados alemanes nunca fueron tan giles y de las matanzas de los aborígenes del oeste mejor ni hablar.
En otras palabras, ya lolos nos convencimos de que no hay guerras bonitas, ni en su esencia ni en los fundamentos que las desatan. Hay tipos nobles y heroicos metidos en los conflictos, pero detrás de ellos asoma la verdadera motivación de este tipo de tragedias, la codicia.
Cuando dos países o un lote de ellos se meten a repartir cañonazos, torpedos, codazos, patadas o bombas nucleares es porque están interesados en algo material que el bando opositor posee. En ese momento se llama a la población a defender los sagrados intereses patrios y por las buenas o por las malas se logra convencer a enormes contingentes de jóvenes para que tomen las armas y se vayan a poner el pecho a las balas. Van mandados por viejos, que se van a quedar cuidando la casa, …por si las moscas.
El oro ha sido el más clásico de los objetos del deseo, pero cuando se trata de armar una guerra sirve cualquier cosa: plata, seda, salitre, especias, cobre, vacunas, vacunos, hasta canciones de Bad Bunny, si no aparece algo más apetitoso.
Hoy el mundo está inquieto por lo que ocurre en Ucrania, amenazada de invasión por su antigua aliada, Rusia, con la que mantiene una larga bronca que se agravó cuando formaron parte de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, donde se masticaban, pero no se tragaban.
No se querían mucho, es cierto, más fueron leales aliados durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que ambos contaron muertos propios por millones.
La URSS se acabó en 1991 y Ucrania se independizó, lo que nunca gustó en Moscú, porque la nación de los colores celeste y amarillo cuenta en su territorio con importantes centrales nucleares, incluyendo a la de Chernóbyl, que protagonizó el accidente más grave de su tipo, cuando todavía era territorio soviético.
Ucrania tiene también un importante número de habitantes de origen ruso, quienes no disimulan sus deseos de correr la frontera y quedar al otro lado. Además, ambos países siempre han estado enfrentados por la península de Crimea, entregada a Ucrania por el recordado premier Nikita Khrushev, en 1954, quien golpeó la mesa para que sus adláteres no gritaran mucho, porque no les gustó la idea.
En 2014, Rusia ocupó Crimea bajo el argumento de que siempre le había pertenecido, salvo por la mandada de parte de Nikita. Eso reavivó los afanes prorrusos en territorio ucraniano y, aunque parezca que nadie lo sabe, ya van 14 mil muertos en los constantes enfrentamientos.
A todo esto, las potencias occidentales se hacen las que miran para otro lado, pero sueñan con llevarse a Ucrania a la Unión Europea, como primer paso para inscribirla en la OTAN, la alianza militar que siempre ha tenido los misiles apuntando directo a la Plaza Roja.
Esto, naturalmente provoca urticaria en Putin y su gente, quienes ven en esa maniobra un intento de robar los huevos al águila bicéfala que volvió al Kremlin tras la caída de la URSS. Como ven, la codicia otra vez mueve tanques.
Desde este apartado lugar del mundo, no creo que lleguen a los cañonazos a gran escala. No me imagino las consecuencias que pudiese desatar la presencia de los T-14 Amata, el tanque más potente de Putin, en las calles de Kiev. ¿Significaría que Estados Unidos y sus aliados tendrían que intervenir en defensa de los ucranianos? Sería demasiado terrible hasta para los que no tenemos pito que tocar, ni vela en ese entierro.
No más guerras, ni esas tan bonitas que nos hacía tragar Hollywood cuando éramos tiernos e inocentes.
Víctor Pineda Riveros
Periodista.
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