Me inclino a pensar que estamos todos unidos en un deseo para 2022. Los abrazos de Año Nuevo estarán nuevamente teñidos por la esperanza de que de una vez por todas podamos sentirnos libres de la amenaza del coronavirus, que a pesar de todos los esfuerzos por erradicarlo, se las ha arreglado para sumar otro calendario completo.
Por eso, en esta última columna de 2021, mi primer anhelo es que el venidero sea el último año con mascarilla, lavado frecuente de manos, distancia física, aforos reducidos, además de los otros detalles que han marcado a la humanidad completa desde que se escuchó hablar de un enemigo microscópico, pero muy letal y poderoso, había aparecido en China por causas que seguramente nunca van a ser debidamente aclaradas, por lo menos para los mortales comunes y corrientes, como usted o yo.
Dejamos de lado al bicho maldito y nos enfocamos en otros asuntos que nos atañen, y que van a ser fundamentales para la marcha de nuestro querido país.
Para comenzar, creemos que es importante desear mucho éxito a nuestras futuras autoridades, desde el Presidente de la República hasta las personas que se reparten como piezas menores en este tablero de ajedrez político.
De la misma forma, confiemos en que las renovadas cámaras del Congreso Nacional van a estar en manos de líderes probos y dispuestos a dejar atrás la imagen negativa que ven en ellos y ellas importantes sectores de la población.
Igual, esperemos que el final del trabajo de la Convención Constitucional se vea coronado con una propuesta sólida y coherente, que efectivamente dé la pauta para acabar con las diversas pifias que han regido la vida comunitaria que ha amparado su antecesora, hecha entre cuatro paredes y “aprobada” en un plebiscito tan trucho que solo pareció digno del ya olvidado Gran Circo Chamorro.
En las regiones tenemos mucho que esperar del nuevo texto constitucional, porque uno de los grandes problemas de Chile es el exagerado centralismo que se replica desde Putre al Territorio Antártico, pasando por Salsipuedes, Peor es Nada, Chigualoco, Entrepiernas, Cariño Botado o Los Hoyos, todas localidades reales, por exóticas que parezcan.
Me van a decir que hay otros temas más importantes, como las pensiones, la salud, la propiedad del agua o la educación y tienen razón, pero de todo aquello ya se ha dicho bastante y por eso quiero seguir cateteando con una auténtica y positiva descentralización. Las regiones deben tener mayor poder de decisión para que al país le vaya mejor. ¿No es cierto?
A manera de ejemplo, la pandemia, que ha dejado diversos problemas al descubierto, metió un ají en la herida en el tema de la falta de profesionales en varios puntos del territorio o, si lo prefieren, salió a la luz con más fuerza que nunca que no tenemos cómo retener en nuestras regiones a jóvenes profesionales que, aunque no lo quieran, y que son los menos, tienen que irse a Santiago en busca de mejores perspectivas de vida. No lo digo solamente por los médicos y lo difícil que se ha hecho conseguir un especialista sin tener que esperar meses para conseguir una hora en la consulta; porque el arco es mucho más amplio. Tal como ocurre en el fútbol cuando todos los muchachos quieren irse a Colo Colo, la UC y hasta a la U, son cientos o miles los jóvenes recién titulados en diversos ámbitos que toman el primer bus, avión o tren -nooooooo, tren todavía no, pero ya volverá- en cuanto reciben el cartón que les asegura el futuro.
Ni hablar de las empresas e instituciones de diverso origen y rubro que operan a lo largo de Chile. Salvo algunos escasas, pero muy honrosas excepciones, todas tienen su sede en la capital. Bancos, supermercados, farmacias, constructoras de mayor tamaño, elaboradoras de alimentos, establecimientos de educación superior, fábricas de papel palpo, etc. etc., muchas veces se llevan las materias primas desde regiones para devolverlas al consumidor envueltas en una caja o bolsa de plástico.
Por eso, mi humilde homenaje a las empresas e instituciones como las universidades auténticamente regionales que han podido operar y dar trabajo en su propio terreno.
Ya lo he dicho, pero tengo que reiterarlo. Lo que más duele es que en regiones hay gente que es más centralista que los mismos santiaguinos. Basta con hacer una encuesta callejera y preguntar de qué equipo de fútbol son hinchas. Doy por firmado que el 80 por ciento va a nombrar a los tres que ya les mencioné. ¿Qué eso no tiene ninguna importancia? Puede ser, pero refleja lo muy metido en la cabeza que tenemos la veneración por Santiago de la Nueva Extremadura.
Solo queda esperar que los que construyan el túnel subfluvial de Las Mulatas no lo hagan con el Mapocho como referencia.
Me despido por ahora, con un fuerte abrazo a quienes han creído que vale la pena leer estas notas y a sus familias. Que 2022 les resulte razonablemente positivo y que la salud, el dinero y el amor no les falten.
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