Arturo Alessandri Palma fue dos veces Presidente de la República de Chile, además de ocupar prácticamente todos los cargos que el esquema político de las primeras décadas del siglo pasado le permitían. Fue diputado, senador, ministro, líder de partido, orador de película, pero por sobre todo fue un personaje que reunió a su paso cariño y admiración a la par con odio y desprecio.
No había términos medios con el más importante e influyente de los leones de Tarapacá que muestra nuestra historia. Podía ser el protagonista de anécdotas hilarantes que hasta ahora cuesta contarlas, sobre todo porque no todas pueden ser comprobadas de manera fehaciente, con episodios tan oscuros como la Matanza del Seguro Obrero.
Ocurrencia de don Arturo fue rebautizar el Palacio de La Moneda como “La casa donde tanto se sufre”.
¿Por qué habrá dicho eso cuando, á más de 70 años de su muerte, sigue estando tan vivo el interés por llegar a hacerse cargo del edificio construido en 1805 por el arquitecto Joaquín Toesca para que allí se confeccionaran monedas y billetes que todavía no se llamaban luca ni quina, pero que tenían el mismo objetivo que nuestras modernas obsesiones?
No es la única obra destinada al servicio del mandatario de turno, porque además están la palacio de Cerro Castillo, en Viña del Mar, residencia de descanso del sufriente, y la menos conocida Casa 100, una mansión deliciosa ubicada en un paraíso en Machalí, que pasó a poder del Estado junto con la nacionalización del Cobre. Ningún Presidente la usa y eso que tiene todo para pasarlo bomba y lejos de cámaras y celulares. ¿Les dará vergüenza?
No especulemos con los gustos ajenos y volvamos al tema del interés por llegar a La Moneda y sus sucursales.
¿Por qué tanto entusiasmo? Por plata no es, porque si bien el salario de un gobernante es harto más que reguleque, tampoco es el sueldo de Messi en el PSG ni las ganancias de un “creador” de imperecederos reggaetones.
¿Será, entonces, un legítimo amor por la Patria y sus habitantes, traducido en la esperanza de conducir un gobierno que deje a los compatriotas obras y avances que marcarán el derrotero de Chile hacia el desarrollo y la grandeza? Algo o bastante de eso debe haber, pero, ¿será lo único?
Me pongo desconfiado y me inclino más a pensar que son las ansias de poder las que tiran más que una yunta de bueyes.
Debe ser muy excitante tener la facultad de poder decir hagamos esto o esto otro y que los adláteres salgan corriendo a cumplir con el pedido. Si los opositores se disgustan, para eso están, para oponerse. Lo importante es que no se disgusten demasiado. También debe ser exquisito que hagan ceremonias oficiales solo para rendirte honores y que esas ceremonias no comiencen ni terminen mientras el jefe no lo permita.
Desde luego que pasar ipso facto a la Historia de Chile aunque sea bajo el mote del chambón/a más grande desde los tiempos de la Independencia, también tiene su encanto. Más de una calle va a llevar el nombre del personaje, aunque sea porque en la comuna donde nació no encontraron a alguien mejor.
Y así, hay varias razones en el mismo tono que invitan e incitan a presentar una candidatura a la Casa donde tanto se sufre. Con todo, vale la pena el intento, dicen.
Lo estamos viviendo en tiempo presente, aunque con el transcurrir de las semanas los ciudadanos hemos tenido que revivir esa vieja canción infantil que decía “yo tenía diez perritos, uno se me fue a la nieve, no me quedan más que nueve…”
Hubo hartos en el punto de largada. Tantos que el juez de partida tuvo problemas para ordenarlos y el público del estadio encontró dificultades para identificarlos. Es que los tiempos que corren el país ha cambiado tanto que tuvo que dejar atrás el estilo de tirar a la pista a unos pocos pingos de gran pedigrí, que llegaban con intenciones y posibilidades de cruzar la meta antes que sus oponentes. No existían las candidaturas testimoniales ni destinadas a llamar la atención ciudadana sobre algunos aspectos generalmente ignorados por los grandes conglomerados acostumbrados a colgarse la medalla de oro.
De a poco se ha achicado la lista y es muy probable que siga ocurriendo. Es que todo están bajo una gran lupa que muestra hasta las pifias más pequeñas, que bastan para destrozar la imagen del postulante expuesto ante la opinión pública.
Es bueno que así sea. Mientras mejores sean los corredores, más lejos llegamos todos, aunque… ¿qué pasará si el colador se hace tan estrecho que al final no pasa ninguno?
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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