Hay una expresión (porque no califica para refrán) típicamente chilena, que en alguna de sus variantes dice algo así como “no hay guatón que no sea bandido ni pelado que no sea pillo”.
Hay muchas otras versiones, invirtiendo los roles o metiendo a otros actores al baile. No se escapan los chicos, los flacos, los cojos, los morenos, los rucios. Al final de cuentas, no se libra nadie, porque el objetivo es tirar a partir a los demás y alejar las responsabilidades propias.
En los últimos días los principales receptores de andanadas de todo tipo han sido los pelados, a raíz de la situación del constituyente Rodrigo Rojas Vade, a quien algunos opinólogos de redes sociales o de blogs de la prensa incluso lo han rebautizado como Vader, a lo mejor pensando en otro calvo famoso, el nunca bien ponderado Darth, el papá de Luke Skywalker, y quien se las mandó cuando abandonó el lado oscuro de la Fuerza.
Lo cierto es que los chilenos cabeza de rodilla han soportado crueles burlas y hasta rankings de los pelados más sinvergüenzas de la historia reciente. Para peor, esos depredadores de la imagen ajena se atreven a decir que todos, todos los calvos son capaces de mentir, robar, estafar, engañar, prevaricar, lucrar, abusar, timar, falsear, defraudar, embaucar o traicionar hasta a su madre con tal de obtener algún beneficio, ya sea en metálico, en plástico o consiguiendo alguna posición ventajosa frente a oponentes más honestos.
Lo anterior lo desmentimos tajantemente. Todos tenemos amigos y colegas alopécicos que son honrados y honorables como el que más, y que por motivo alguno merecen estar incluidos en alguna lista infame.
Lo ocurrido con el constituyente sorprendido mintiendo al adjudicarse un supuesto cáncer que, afortunadamente para él nunca ha padecido, es un hecho lamentable, por sus implicancias políticas y por el daño causado a la imagen de una naciente institución republicana, que evidentemente sale salpicada por el asunto, por mucho que algunos de sus pares intenten quitar gravedad a la situación. Hechos más graves son frecuentes en la política chilena, pero lo que vaya saliendo a la cancha debe nacer lo más inmaculado posible, para que quede razonablemente lejos de vicios y pecados ya demasiado vistos en otros organismos.
Es una persona la que falló, pero en eso la política se parece al fútbol. Basta un error individual para que todo el andamiaje del equipo se resienta y se haga necesario recurrir a cambios para superar el mal rato.
Es el momento de retomar el punto de vista de los chilenos dueños de alguna característica especial, que de repente se ven metidos en un saco carente de todo prestigio.
Ya dijimos que el hecho de haber perdido el pelo no puede servir para que a alguien lo encasillen negativamente o lo hagan socio del Club de Los Facinerosos, del que los jóvenes no deben tener idea, pero que era presidido por el Lobo Feroz, el papá de Lobito, el noble amigo de Los Tres Chanchitos en los comics (que aún no eran conocidos por ese nombre, por lo menos en nuestros lados) sesenteros de Walt Disney.
Mentirosos y honestos hay de todos los tintes, tamaños, edades, pelajes, ideologías, credos o cuanta situación sirva para diferenciar a los seres humanos.
No es cierto que un determinado detalle alcance para poner todos los huevos en el misma canasta.
Igualmente es innegable que casi todos nos reímos con ganas cuando vemos que un determinado grupo se desprestigia a consecuencia de una situación puntual.
Lo fundamental, en todo caso, es que no nos toque a nosotros ir al lote de los decapitados.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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