El 26 de septiembre de 1960, en los estudios de Chicago del canal WBBM-TV, perteneciente a la cadena CBS, se celebró el primer debate en vivo y en directo entre los candidatos a Presidente de los Estados Unidos de América ,John Fitzgerald Kennedy, senador del Partido Demócrata por Massachusetts; y Richard Milhous Nixon, a la sazón vicepresidente de la Nación, bajo el mandato del general en retiro Dwight David Eisenhower, “Ike” -léase aik- para los amigos, en representación del Partido Republicano.
No fue el primer cara a cara en la lucha por la Casa Blanca, pero tuvo la gracia de ser el primero para la cajita mágica o cajita idiota, para otros, que ya en ese tiempo estaba en casi todos los living del país de Batman y los Simpson. Tampoco fue el último, porque Kennedy y Nixon siguieron haciéndose los pichocalugas (oh, qué expresión más arcaica. Me van a sacar la edad) para los electores, en otras tres ocasiones, al término de las cuales la ciudadanía encontró más creíble al rubio aristócrata de Boston que al car’enatre cuáquero de California.
Le hicieron empeño por llegar al cargo. No sabían lo que les esperaba. El primero fue asesinado por…sepa Moya, y el segundo tuvo que renunciar cuando lo pillaron metiendo su nariz de pepino y sus malos hábitos en asuntos ajenos. Era especialista en esa materia… si lo sabremos nosotros.
Bueno, los gringos, para variar, encontraron imitadores de sus debates televisivos rápidamente en los países donde la tele estaba debidamente desarrollada y con más lentitud donde la cajita aquella tardó en llegar, como en nuestro caso.
Muchísima agua ha pasado bajo los puentes, incluyendo el inefable Cau Cau, en estos más de 60 años. Y los debates se convirtieron en algo habitual, casi imprescindible, hasta el punto de que no hay elección que se precie de importante que carezca de por lo menos una conversación entre los candidatos. Si va por televisión en directo, por internet o por simple whatsapp por gauchada de amigos, depende de los medios con que cuente el proceso. Por lógica, no puede tener la misma relevancia una elección de Presidente de la República que una disputa por el liderazgo en una junta de vecinos o en un club de barrio. En lo que se parecen es en todos los casos más de alguien va a salir con el amor propio hecho bosta. Para mayor referencia, vea lo que pasa más allacito de Arica.
Entre nosotros el último debate que se recuerda fue el amable y respetuoso diálogo entre la señora Gatica y el señor Cuvertino, el 2 de junio próximo pasado, cuando ambos disputaban el primer sillón de la todavía no asumida Gobernación Regional.
En los últimos días hemos vivido la experiencia de ver los rounds iniciales entre presidenciables de un mismo sector, pero aunque algunos esperaban despellejamientos fratricidas, hemos tenido que conformarnos con partidos amistosos en que no ha estado en juego ni una Copa Gato, porque los candidatos terminaron por convencernos de que piensan lo mismo que sus supuestos adversarios.
Cosas de las primarias, pero ya pasarán. Y luego viene lo bueno, lo sabroso, lo enjundioso, cuando choquen de verdad los que sueñan con llegar a la casa donde tanto se sufre a sentarse en el sillón de don Bernardo.
Con los actores definitivos sobre las tablas, la obra deberá seguir un derrotero mucho más dramático, con sudor y lágrimas salpicando a los espectadores. Sangre no, porque pase lo que pase y por mucha pasión gitana que pongan los interesados, debe seguir primando la esencia de la democracia y de lo que se trata es de exhibir argumentos. Se les podrá permitir algún chilenismo aún no aceptado por la Real Academia de la Lengua, pero nada de arcabuces, boleadoras ni linchacos.
Se pueden herir y esa no es la idea.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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