En 2001, más específicamente el 11 de septiembre, quedamos todos con la boca abierta al presenciar en vivo y el directo, gracias a las señales televisivas, como dos edificios gemelos, que figuraban entre los más altos del mundo, caían demolidos hasta los cimientos luego de ser estrellados por sendos aviones.
La acción encabezada por el grupo islamista Al Qaeda, bajo el mando del millonario de origen saudí Osama Bin Laden, no solo dejó perplejo al mundo entero por varias razones, el nivel de audacia, de violencia, de capacidad táctica, de efecto escénico, etc., etc., nos enseñó que la capacidad de asombro había pasado a la historia junto con las estructuras del World Trade Center. Hubo otros ataques en paralelo, pero lo ocurrido en pleno corazón de Manhattan nos dijo que toda la fantasía que nos habían entregado la literatura o el cine había quedado groseramente empequeñecida por una realidad brutal.
Hago el recuerdo de ese hecho sin olvidar que a lo largo de la historia ha habido cosas más terribles, desde que algún sujeto molió la cabeza de su adversario con un hacha de piedra, para luego ver guerras devastadoras, invasiones y conquistas a sangre y fuego, bombas atómicas sobre civiles, millones de muertes por afanes expansionistas y una larga lista de atrocidades que nos debería poner colorados hasta a los que no hemos tenido ni una velita de cumpleaños en este entierro.
Nos acordamos de la caída de las torres gemelas por lo impactantes que nos resultó presenciar sin movernos del escritorio cómo comenzaba a cambiar la historia y la importancia que cobraba la imagen presentada simultáneamente con los sucesos.
Paradojalmente, veinte años más tarde estamos en manos de un enemigo invisible, salvo para científicos y médicos a través de un microscopio o de otros instrumentos de elevada tecnología. No se deja ver por la tele como los aviones de Bin Laden, lo que lo hace infinitamente más peligroso que todos los fanáticos juntos.
Esto sirve para otro recuerdo y para seguir con la paradoja. En “La Guerra de los Mundos”, del escritor británico H. G. Wells, los organismos microscópicos se encargaron de salvar a la humanidad del ataque sin compasión de psicópatas extraterrestres.
Ahora vivimos entre el pánico y la rabia. Hay pánico a contraer un contagio por covid-19, a lo que se suma la incertidumbre frente a lo venidero por la aparición de nuevas cepas y al aumento sostenidos de casos activos, tema en que nuestra región de Los Ríos escribe una lamentable bitácora.
¿Y la rabia? Por lo menos en mi caso se debe a que no hemos sabido aprovechar experiencias de otros lugares y, por el contrario, hemos cometido errores garrafales, como el permiso de vacaciones. Como si la gente no fuese capaz de pasar un verano sin ir a la playa.
Y, por último, mi enojo apunta a aquellos que insisten en creerse invulnerables. Es fácil reconocerlos. Por lo general circulan por las calles, oficinas y comercio como si aquí no pasara nada y la mascarilla fuera un inútil accesorio.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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