La selección femenina de fútbol logró la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio, y de inmediato apareció el más clásico de los vehículos fabricados en Chile. Así como en Estados Unidos tienen los Ford, los Chevrolet y varios etcéteras más; en Alemania se lucen con los Mercedes Benz, entre otros, y en Japón lo hacen con Honda, Toyota, Nissan y unos cuantos más, desde nuestro amado Chilito respondemos con el mítico Carro de la Victoria.
Nadie sabe si es una nave que destaca por su línea aerodinámica, por la potencia de su motor (si es que tiene), y ni siquiera se conoce el aro de sus ruedas (si es que las usa). Nicanor Parra habría dicho que es un coche imaginario, con un conductor imaginario y pasajeros imaginarios.
Sin embargo, aparece sin falta después de un éxito deportivo, un triunfo electoral o cualquier situación capaz de entregar alegría a un colectivo considerable. Ningún chileno lo ha visto, oído u olfateado, pero ahí está. Infaltable.
Hoy es el momento de celebrar por Christiane Endler y sus compañeras, quienes vienen de ganar el repechaje en doble confronte a sus colegas camerunesas, en neutral campo de Turquía. El coronavirus no permitió que los dos partidos se jugaran en las canchas propias de los dos equipos. A propósito, ¿sabía que Camerún significa camarón? Fueron los intrusos portugueses los que bautizaron así al territorio, al encontrar ríos infestados de crustáceos. ¿Cómo andarán frente a los ecuatorianos?
Volvamos a lo nuestro. Como el Carro de la Victoria tiene una utilidad transitoria, tipo bono de clase media, aunque no tan breve, no resultaría raro que dentro de algunos días sean pocos los que se acuerden del logro de las defensoras de la Roja, por mucho que en estos momentos sean muchas las voces exigiendo homenajes y respaldo estatal para la actividad.
Es, lamentablemente, muy común que se rasguen vestiduras reclamando contra el olvido y el desinterés de autoridades y ciudadanos (los demás, no yo) por las heroínas o héroes que de vez en cuando nos entregan una gran satisfacción. Cuando se podía, había invasión de la plaza Baquedano, Italia, de la Dignidad o como quiera llamarla, en lo que respecta a la capital, y del centro-centro de cada ciudad, desde Putre hasta Puerto Williams. Y las redes sociales -¿cuándo no?- siempre han sido terreno fértil para las apologías del momento.
Lo malo es que de ahí no pasamos. Cuando se enfría la euforia, nadie vuelve a hablar del tema y menos a mover u dedo o poner un peso por la actividad desvalida. Eso, que lo hagan los otros.
Es cierto que muchas actividades se desarrollan en país con escaso apoyo oficial, de los principales medios de comunicación y de la ciudadanía en general, y esto vale no solo para el deporte. También las artes y la cultura, entre otras, merecen más atención, pero el interés hay que conquistarlo y no esperar que caiga del cielo o dejar todo en manos de unos cuantos quijotes que se pasan la vida nadando contra la corriente.
Finalizo con una vivencia. Hace cosa de tres o cuatro años, un sábado por la tarde salimos con mi jefa a caminar por el barrio. Nos gusta, por ejemplo, llegar al casi puente Cau Cau. Ese día vimos que en la cancha de la Saval se desarrollaba un partido de fútbol femenino entre la UACh y un rival que no recuerdo, por la competencia oficial de la ANFP, cuando la escuadra local participó de manera excepcional, porque era el único equipo que no tenía una contraparte masculina en la liga profesional.
La cosa es que a pesar de lo grato de la tarde había seis espectadores mirando el partido. Cuatro directivos del Centro de Deportes universitario, mi señora y yo.
Ningún compañero, ningún pololo, ningún hincha, ni siquiera un despistado que fuese pasando por ahí.
No había cabida para el Carro de la Victoria.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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