Aclaro. Una cuarentena no es intrínsecamente maldita, porque es una medida que se hace una inevitable imposición sobre la gente cuando el problema se escapa de las capacidades oficiales.
Lo que la hace maldita son las causas. Y aquí tenemos mucho que ver los que no estamos dentro del grupo de nuestras selectas o electas autoridades.
El miércoles, víspera de la entrada en vigencia de la susodicha, tuve que ir al centro de Valdivia a una ineludible revisión técnica ocular. Ya había imaginado y además me habían advertido que la gente había avanzado en horda sobre el comercio desde que se anunció el encierro. Lógico, era, pues, que el último día resultase el peor. De partida, los tacos callejeros y la guerra fratricida por encontrar un estacionamiento.
Luego, las interminables filas de mujeres y hombres frente a la puerta de un supermercado, una multitienda, una oficina púbica o privada, una carnicería, un negocio de cualquier rubro. En fin, la cosa, al parecer, ni siquiera consistía en comprar algo realmente necesario, sino ir a ponerse a una cola, por supuesto sin respetar la distancia física recomendada y de ser posible, sacándose la mascarilla para mandarse un pucho. Ojalá que la mayoría haya sido de tabaco.
Un detalle aparte. Como hacía calor, reinaban los short, los chores, como decía una amiga nuestra, lo que convertía a la fila en una exposición de jamones, porque ya sabemos que la pandemia ha provocado que los chilenos subamos siete kilos de peso en promedio. Ojo, en promedio, porque hay muchos y muchas que han destacado con creces por sobre el resto de sus compatriotas.
Los restaurantes y similares, con sus mesas en la calle, a la europea, no daban abasto, pero en este caso es comprensible. Era un buen momento para el último café, como en el tango.
Son ellos los principales afectados con las cuarentenas y tienen razón sus propietarios cuando se quejan amargamente.
El otro lado de la moneda lo ponen los que aportan a la imposición del encierro forzoso, como los que insisten en los carretes masivos y clandestinos, pero atención, que no son los únicos. Viendo a toda la gente que hacía cola en reparticiones que ofrecen prácticamente todos sus servicios y trámites en línea -on line, para los que no hablan castellano- nos preguntamos, ¿por qué no utilizan en eso el celular que usan todo el día para guasapear leseras y se evitan la pérdida de tiempo y el evidente riesgo de contagio? ¿O creen que porque ya vacunaron a la abuela están todos a salvo?.
Por Víctor Pineda Riveros,
un francotirador en la ribera
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