—¿Quién es usted para darme esa orden?. ¡Dígame su nombre!— le dijo Gaspar al hombre de civil y de bigote que le había ordenado matar a cinco hombres.
—¡Puta el maricón!— El hombre de civil pone sus manos en la cadera y mueve la cabeza, después mira a un grupo de hombres con pasamontañas y les dice:
—Se le aconcharon los meados—. Vuelve a mirar a Gaspar y le dice:
—Sabís que más. Cagaste mierda.
Gaspar sintió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento. Después despierta amarrado a un catre en una pieza oscura y completamente desnudo. Está desorientado, siente frío. Tras un rato aparecen hombres de civil, pero que hablaban golpeado y con conocimiento de códigos militares.
—¡Miren al pato malo que nos trajeron!— se reían entre ellos. —Ahora sí que te vas a cagar, huevón.
Gaspar sintió que se cuerpo se retorcía de dolor en el catre. Le habían aplicado corriente.
—¡Uuuuuhhh. ¿Te gustó maricón? Recién estamos empezando contigo, saco’ e huevas.
HOMBRES DE CIVIL
Tras vivir casi en primera fila los hechos del “Tanquetazo” del 29 de junio y del Golpe de Estado del 11 de septiembre, ambos de 1973, el dragoneante Gaspar –nombre ficticio de nuestro entrevistado para proteger su identidad, de acuerdo a lo que él requirió- egresó años después de la Escuela de Suboficiales.
Su destinación es el norte de Chile en una ciudad que no mencionaremos, también a petición de nuestra fuente que accedió a hablar de su experiencia con Grupo Diario Sur. Todo lo que se cuenta en la segunda parte de esta entrevista de esta sección #HistoriasDiarioSur está totalmente basado en el testimonio de esta fuente y de acuerdo a los documentos que mostró.
Ya con el grado de cabo, Gaspar se especializó de mecánico en su regimiento y un día le avisaron que su comandante lo necesitaba. Se sacó el overol y se presentó ante él en tenida de combate.
—Cabo, a las 3 de la tarde tiene que trasladar a unos civiles que están en la playa (…)— le dice su comandante de regimiento.
—A su orden mi coronel, cumplo la orden— respondió.
Gaspar no quiso dar el nombre de ese oficial. “Me pueden rastrear”, expresa a Grupo Diario Sur.
En su relato señala que se embarca en el jeep, pero junto a él se sienta un civil de un metro ochenta y de bigotes. Él se sorprende y le dice “señor, usted se me baja de inmediato porque este es un vehículo militar y yo no puedo llevar civiles”.
El civil hace como que no escucha y le dice “a la playa”. Al oír eso expresa “me confundí porque eso me lo había dicho mi coronel en la mañana. Yo no sabía si ese hombre era de inteligencia”. Ambos salen del regimiento, pasan por las principales calles de la ciudad y llegan a la playa y Gaspar ve una camioneta azul con líneas blancas y al bajarse ve que hay cinco cuerpos amarrados, ensangrentados y boca arriba. Enseguida aparecen seis civiles que hacen un semicírculo y que iban con pasamontañas militar.
El civil con el que viajó en el jeep se le acerca, lo mira y le dice:
—La misión suya es embarcar a los civiles, internarse al desierto y los mata.
El entrevistado le dice:
—¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu grado? ¿De dónde son ustedes? No voy a cumplir esa orden.
Se produce una conversación tensa hasta que el hombre de civil lo golpea fuerte en el pecho, Gaspar retrocede y vuelve a decirle que no va a matar a nadie y al rato sintió un golpe en su cabeza y pierde el conocimiento.
4 MESES DEL TERROR
“Después aparecí en una cama de fierro. Ahí estuve bastante tiempo. Me pusieron corriente y ahí supe lo que es la tortura”, cuenta el entrevistado. Nadie lo llamaba por su nombre, para ellos era el “conchetumadre traidor”, el “maricón”, “el perro” y una serie de garabatos e insultos para ir destruyendo su fortaleza mental.
Gaspar ya no sabía si era de día o de noche. La pieza en la que lo tenían siempre estaba oscura. Lo mantenían amarrado y ni siquiera le daban permiso para ir al baño, trataba de aguantarse hasta que ya no podía más. Su suciedad se mezclaba con su sudor y su sangre.
“Me pusieron corriente en el pene, en el ano, en los testículos, en los codos, también me abrieron la mano. No conocía a esos hombres, pero para mí eran militares, se les notaba. Por no cumplir esa orden hasta ahí no más llegó mi carrera”, expresó Gaspar.
Algo que lo afectó fue cuando lo amenazaron con hacerle daño a su familia como una manera de tortura psicológica, pues decían que la tenían identificada en el sur y que la iban a matar.
Un día entraron a la pieza oscura y dejaron la puerta abierta. Sus ojos no soportaron tanta luz, le hacía daño y distinguió uniformes militares con camisas color gris perla y la gorra.
Lo desataron y lo metieron a un vehículo. Pensó que lo iban a matar, pero no. Lo bajaron y le dijeron:
—Ya maraco, te fuiste.
Gaspar vaciló, miraba incrédulo.
—¿No oíste que te vayas ahueonao o quieres que te pegue un tiro aquí mismo?, ganas no me faltan conchetumadre.
Entonces empezó a caminar cerca de la carretera. Pasaron unos minutos y empezó a sentir el alivio de la libertad, pero al rato volvió el mismo vehículo con los hombres, lo agarran, lo meten nuevamente al interior.
—Era una talla (se ríen a carcajadas). Como tan ahueonao este saco de huevas. La cagaste para pichón gil cul…— lo insultaron y se reían de la cara se estupor que puso.
Le hacían eso para que entendiera que ya no tenía poder, que él le pertenecía a estos sujetos, que la libertad que pensó que le daban era sólo una ilusión. Ese día Gaspar bajó otro peldaño en su lucha interior por mantenerse firme.
El joven soldado otra vez fue torturado y regresó a su rutina siniestra en el centro de detención.
El ex militar dijo que no podría identificar el lugar en el que estuvo encerrado, pero lo que sí estaba seguro es que vivió esa situación por 4 meses. “Recuerdo que un día sentí boche, ruido de cadenas y abren una puerta y veo luz. Fue terrible para mí porque llevaba mucho tiempo en la oscuridad. En mi debilidad vi que llevaban la misma tenida que usaba yo. Me encadenan las manos y me llevaron descalzo, caminando por la calle, como el peor delincuente hacia el Registro Civil para mancharme los papeles”, asegura y añade que el Ejército lo estaba dando de baja y lo acusaron de estafa para ingresarlo a Gendarmería.
DOCUMENTOS
Posteriormente Gaspar pasó a la cárcel de la ciudad nortina donde estaba destinado, de hecho, él posee el documento de Gendarmería que acredita que estuvo preso por espacio de 5 meses. “Hay tanta gente que no se sabe lo que pasó con ellos, pero yo tengo la documentación”, expresa y muestra un informe del Ejército de Chile con su fotografía y en la parte que habla de su salida se expresa textual “baja por necesidad de servicio” y en otro documento se indica que su delito fue “apropiación de especie fiscal”.
Tras estar en la cárcel la documentación de Gendarmería añade que fue dado de libertad bajo fianza, aunque el entrevistado no tiene claro quién pagó la fianza.
Asimismo, un documento del juzgado militar de la ciudad donde sirvió y fue detenido certificó en 2009 que al revisar los libros de causa del año en que ocurrieron los hechos que se nos relata y libros de ingreso de inculpados “no presentan antecedente alguno que diga relación con que don (…) como también otro antecedente con el auto procesamiento por el delito de estafa que figura en su extracto de filiación y antecedente, por otra parte la causa Rol N° … archivada en este juzgado militar fue instruida por infracción al artículo 65 de la Ley de Reclutamiento en contra del único inculpado”.
O sea, según el juzgado militar Gaspar nunca estuvo detenido y no es reconocido en su grado y antigüedad, pero el documento de Gendarmería si acredita la detención con las fechas de ingreso y salida. Claramente es una contradicción.
A Gaspar aún le duele que lo hayan tratado de traidor, pues para él hubo otros traidores en las antiguas filas de los oficiales.
LA OTRA TORTURA
El ex cabo del Ejército al salir de la cárcel tuvo que retornar a dedo al sur y enfrentar de nuevo a sus padres. “Mi madre estaba orgullosa y mi padre igual de que siguiera sus pasos, pero cuando volví no podía encontrar pega porque por todos lados estaban los militares al mando”, indicó. Era como estar muerto en vida. Su regreso junto a su familia “fue otra tortura”, reconoció. A veces sentía que otras personas lo observaban que “siempre estaban ahí”, dijo.
Gaspar tuvo que aprender a vivir como pudo y no le quedó más remedio que olvidarse de su carrera de militar y reinventarse. Tuvo muchas caídas, pero volvía a levantarse una y otra vez. Hasta que conoció al amor, una mujer que lo rehabilitó de sus sombras y le dio a sus hijos. Tras muchos años viviendo miserias interiores, una luz de amor y esperanza lo alzó en su dignidad de hombre.
Junto a su familia se decidió a buscar justicia, pero muchas puertas se le cerraron en la cara. Añadió que tuvo acceso al ex comandante en jefe general Juan Miguel Fuente-Alba para hablar de su caso. “Le mostré toda la documentación ¿cómo se habrá reído de mí? Lo encontré en una junta de generales y yo lo esperé. Me dijeron que estaba ocupado y les dije ¡lo espero aunque sea sentado arriba del techo. Yo soy fábrica de ustedes! Me escuchó y le dije que él tenía poder de hacerme justicia”, expresó pero tal justicia no llegó.
Acudió a los políticos de algunos partidos de su ciudad, pero tampoco logró que lo escucharan.
Acudió al Instituto de Derechos Humanos y al principio le hicieron un recibimiento agradable junto a su esposa e hijos, pero que cuando vieron su foto con uniforme cambió la actitud.
“Fue emocionante cuando me recibieron, se me acercaron sonrientes, les dije que venía de (….) y me atendieron muy bien con cafecito, leche, queque, galletas. Estaba contento con mi señora y cuando saco mis papeles y ven Ejército de Chile me mandaron a Philippi (donde está la comisión Valech), como si me fumigaran. Me sentí discriminado, un número más, sólo alguien más que fue torturado. Muchos tuvieron indemnización porque eran de partidos de izquierda”, expresó y añadió que “vi que es muy difícil que se repare a un militar porque para ellos el militar representa la dictadura”.
Nuestro entrevistado dijo que ya no busca que le hagan justicia porque se desilusionó de todos los que eran responsables de ayudarlo, pero que aun así no siente odio por el Ejército, aunque no está de acuerdo con los abusos de poder de personas que integraron la institución entre 1973 y 1990.
“Creo que las personas que no estaban de acuerdo con ellos por último podrían haberlos enviado al exilio, pero no eliminar compatriotas. Eso es una cruz para el Ejército”, reflexionó.
Con los años el ex soldado recobró los sueños de esperanza en los rostros y sueños de sus propios hijos. “Chile ahora es otro. No sé si en 100 años más el político seguirá aprovechándose del pueblo con la figura de Pinochet. Ahora estamos dando un ejemplo al mundo con la confección de una nueva constitución, sin armas, sin pisotear a nadie. Ahora la Constitución la escribe el pueblo y eso es maravilloso y ya olvidémonos del 73’, que quede como referente. Chile tiene que cambiar”, finalizó.
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