Don Bernardo O’Higgins Riquelme, o “Bernardo Riquelme”, quizás simplemente “Bernardo”, al que sus más enconados adversarios y enemigos le ofendían llamándolo “Huacho Riquelme”, lo reconocemos como “Libertador de Chile”, “Padre de la Patria” y, militarmente, “valiente como ninguno”.
Cada 20 de agosto celebramos su natalicio con solemnidad y cierta pompa. Hasta la Masonería de Valdivia, en los tiempos normales –sin estallido social y sin pandemia Covid-19- se hace presente ante su busto conmemorativo. Coloca una ofrenda floral a quien señalan como uno de los suyos en la época de la emancipación chilena.
Nos cuidamos para evitar irnos por las ramas, ya que anunciamos un “desclasificado” acerca de la presencia femenina en la existencia de nuestro emancipador, y tampoco queremos que piensen en la existencia de letra chica por nuestra parte. Comenzamos.
LO INTOCABLE
Nuestros grandes historiadores del siglo XIX asentaron la idea que la vida íntima de los grandes líderes de la historia nacional no debía ser tocada. El investigador podía saberlo pero no llevarlo a la pluma. Benjamín Vicuña Mackenna la llevaba en esta premisa. Lo privado pertenecía al corazón y no a la historia, expuso. En el siglo XX este énfasis disminuyó, pero hasta hoy perdura.
Epílogo de ello: sabemos del frenesí de las batallas; sentimos como corre hasta la sangre, el ruido de los sables, el intenso olor de la pólvora en fusiles y cañones, el relincho de los caballos agitados y de todo lo que hubo en esos sucesos de la lucha por la Independencia Nacional. Aprendemos de las victorias y celebraciones, nos enteramos de los avatares políticos, leemos de auges y caídas.
En cambio, de aquello relacionado con lo “del corazón”, lo que incluye a las mujeres en torno a los protagonistas heroicos, es casi cero o poco lo que sabemos o lo que se menciona. Es al menos la percepción nuestra, los de las generaciones en alto riesgo pandémico actual.
Abramos el “libro reservado”…Aquí están ellas.
ISABEL RIQUELME: LA MADRE
Ella es la más conocida, pareciera que mucho, pero en realidad no tanto, pues siempre se la recuerda casi únicamente por haber sido la madre de Bernardo.
Su nombre completo era María Isabel Riquelme de la Barrera y Meza(1759-1839). Atractiva, sensual, precoz. Vivió el amor con don Ambrosio O’Higgins, el que en la primavera de 1777, comandaba las tropas reales como teniente coronel de Dragones de la Frontera, en Chillán.
El vínculo madre-hijo se acrecentó siempre, pese a los momentos de distanciamiento geográfico.
Cuando en el amanecer del 3 de octubre de 1814, llegó a Santiago la terrible noticia de la derrota patriota en Rancagua, Doña María Isabel, estremecida, recibió a su hijo, Bernardo, agotado por el combate, cubierto de polvo y entristecido. Se abrazaron.
Años después, en los momentos en que los cabildantes estaban cada vez con ánimos más beligerantes y acudieron a ella para que influenciara en su hijo y acudiera a la reunión en que se pedía su renuncia, ella les respondió: “Prefiero ver a mi hijo muerto que deshonrado. No diré una sola palabra sobre este asunto, él tiene suficiente juicio y edad para gobernarse a sí mismo”.
Al abdicar O’Higgins, le acompañó a su destierro y ostracismo en Perú.
ROSA “O’HIGGINS”: LA DE NEGOCIOS
Rosa Rodríguez y Riquelme (1781-1850), también conocida como Rosa O’Higgins, pues su medio hermano le brindó este apellido cuando lo tuvo. Fue hija del matrimonio de Doña María Isabel Riquelme con don Félix Rodríguez y Rojas.
Compartió cercanamente con Don Bernardo y vivió con él en el exilio peruano. Cuando él murió (24 de octubre de 1842), asumió la reserva de sus asuntos secretos familiares.
En otros aspectos conocidos de su existencia, podemos considerarla la infaltable “oveja negra” del núcleo familiar.
Rosa en los momentos de mayor poder del Director Supremo O’Higgins, en Chile, se vinculó comercialmente con el gallego Antonio Arcos, un tránsfuga y hábil aprovechador mercantil, tomando parte en lo que hoy llamamos “negociados”. Se aprovechó de la vinculación e influencia del poder de su hermano de madre.
Hay antecedentes que la mencionan asociada a José Antonio Rodríguez Aldea y Antonio Arcos, logrando pingües ganancias en la proveeduría del Ejército y en negocios de contrabando.
NIEVES PUGA: A DISTANCIA
Nieves Puga y Riquelme (1790-1868), es otra media hermana del egregio O’Higgins. Fruto del idilio de Doña María Isabel, a sus 31 años, viuda de don Félix Rodríguez, con don Manuel Ignacio Puga, “hombre galante y enamorado”.
La relación de Isabel Riquelme con Manuel I. Puga no cayó bien a Don Ambrosio O’Higgins, el irlandés. Al enterarse del romance y del nacimiento de Nievecita, ordenó expresamente que su hijo Bernardo fuera separado de la madre y enviado a Lima el mismo año de 1790.
Años más tarde, Bernardo O’Higgins se preocupó de esta media hermana un tanto a distancia, cuando era gobernante de Chile. Le otorgó montepío y le permitió usar la casa de un prófugo.
En esos años, Doña María Isabel Riquelme, la que residía en el Palacio de Gobierno, le enviaba excelente comida; según algunos testigos de la información que aportó doña Nieves, a la muerte de don Manuel Ignacio Puga y Córdova Figueroa en 1825, para que se le reconociera como su hija natural y heredar parte de sus bienes.
CARLOTA (CHARLOTTE) : PRIMER AMOR
Carlota Eels (1780-1823) es la joven adolescente que inquietó a nuestro emancipador. Cuando tenía 20 años y todavía era Bernardo Riquelme, estudiante. Representa la primera expresión amorosa hombre-mujer que se conoce acerca del Padre de la Patria.
Era la bella hija, de ojos celestes, de la dueña de casa, la señora Eels, en la pensión en que residía el futuro gran patriota chileno, en Richmond, cuando realizó estudios en Inglaterra. Los Eels eran una familia burguesa mediana.
Parece que el sentimiento por Carlota (Charlotte) le generó grande preocupación a Bernardo. Temiendo situaciones más graves decidió alejarse de esa residencia. Mantuvo siempre el recuerdo de Carlota. En Perú, en la hacienda de Montalván conservaba su retrato, que le fuera enviado.
¿Qué fue de ella?
Al fallecer su padre, Carlota no pudo soportarlo. Se le “agotó su cerebro, y se le declaró en consecuencia una fiebre nerviosa”, le escribió la Sra. Eels a su ex pensionista, S.E. La joven murió en 1823 y: “Ella rechazó todo ofrecimiento de matrimonio y retuvo hasta el último, un gran cariño hacia Ud.”, expresó en la misma correspondencia.
MARIA DEL ROSARIO: GRAN PASION
María del Rosario Melchora Puga y Vidaurre (1796-1858), representa el gran amor sentimental y pasional en la vida de O’Higgins.
No se conoce con precisión –al menos lo que hemos podido auscultar- cuánto duró este romance. Fue la madre del único hijo que formalmente se conoce de él: Pedro Demetrio O’Higgins y Puga, nacido el 19 de junio de 1818, día de San Pedro y San Pablo; registrado en la parroquia de San Isidro como “Pedro, hijo de padres desconocidos”. Su padre lo llamó Demetrio.
Por la época en que María del Rosario, de 21 años, comenzó su idilio con O’Higgins, estaba separada de hecho de su esposo, al cual le iniciaría pleito por separación, maltrato y crueldad. Era una mujer de cabellos cobrizos, altanera, cautivante y sensual, a la vez inteligente y decidida, de carácter fuerte y, diríamos, audaz. Una joven discordante al estilo femenino sumiso ante lo masculino predominante en aquellos tiempos de costumbres coloniales.
En los inicios de la atracción mutua, durante una marcha y traslado, los soldados, observaban a su jefe supremo y se sonreían por las atenciones que el líder esmeraba hacia doña María del Rosario. Le llamaron “la Generala”.
AMOR Y POLITICA: ¡AY!
La colorina tuvo una relación con el prócer, pero no confluyó en unión formal.
El amorío del “cuento de hadas” se frustró. No fue el Diablo que “metió su cola”, sino que una mezcla explosiva de política de entonces, de posible atracción hacia otro y quizás un tan frecuente triángulo amoroso.
Rosario acusaba a O’Higgins de la muerte de los Carrera y de Manuel Rodríguez Erdoíza. Su imagen del “príncipe azul” se le desvaneció en las ilusiones. Sobrevino el rompimiento. Siendo la parte más débil en el conflicto de pareja, sufrió la pérdida de la custodia del hijo; su ex amado lo alejó definitivamente de ella, llevándoselo a su extrañamiento luego de abdicar.
En 1829, Rosario se casó, ¡nada menos! que con el coronel José Antonio Pérez-Cotapos, patriota chileno al servicio del general José Miguel Carrera, éste último prócer aborrecido por O’Higgins, sentimientos “bien correspondidos” por lo demás.
(Los chilenos sabemos que hasta hoy, todos los esfuerzos realizados por dar “al César lo que es del César”, en el protagonismo de O’Higgins y los Carrera en la emancipación nacional, han terminado tal como la canción “Romance de los Carrera”, de Neruda y Bianchi, que “pasan y pasan los años, la herida no se ha cerrado”).
Solo únicamente podemos imaginarnos la indignación y despecho de hombre del ilustre exiliado al saber esa noticia, añadido al dolor permanente del alejamiento obligado, la prohibición retornar a la Patria que tanto ayudó a existir, y al olvido de los chilenos.
UNA MADRE PRIVADA
“La Generala” Rosario Puga, sufrió el dolor de madre por su hijo ausente. O’Higgins, expresamente impidió contacto alguno. Luego de su deceso–sin haber logrado vivir la reivindicación en su amada tierra criolla-, su hermana Rosa continuó salvaguardando sus intimidades.
Lo que nosotros sabemos, hasta hoy, es que parece que Pedro Demetrio rompió el silencio. Escribió a su madre en diciembre de 1846. Le envió una carta y su retrato en una cajita. María del Rosario se estremeció. Toda la vida había llevado el más profundo recuerdo de su hijo. Respondió: “Soy una madre privada de una parte de su corazón”…”el destino nos colocó lejos, el uno del otro”. (…)
“Te hablo como si siempre hubieras estado a mi lado, como si no te hubieras separado de mi seno, tal vez, te amaré demasiado”.
Sus cartas son angustiosas.
Nosotros –autor de este artículo-, sentimos en este 20 de agosto de 2020, que el dolor y desgarro del corazón de Rosario, parecen no haber sido tan lejos en el tiempo. Se nos nubla la neutralidad y se nos desaparece la distancia emocional ante un personaje del pasado. Empatizamos con ese padecimiento maternal.
Ella encontró la paz solamente con la muerte, un 3 de enero de 1858. A los 63 años, pasó “a mejor vida” en su casa de la calle Santo Domingo en Santiago, acompañada de su marido Pérez-Cotapos y los dos hijos del matrimonio. Fue sepultada con su madre Isabel Vidaurre, en la sepultura correspondiente al N°2019, patio 13.
Los santiaguinos, desconocedores de la realidad de su vida, algunos haciéndose ecos de los odios hacia el ex Director Supremo, hasta después de su muerte vieron en ella únicamente a la amante de un desterrado.
Y en cuanto a la existencia de nuestro Libertador y sus relaciones de amor de alma y carne con una mujer, de lo conocido hasta hoy, tuvo en María del Rosario Melchora Puga y Vidaurre, en un corto período de su vida, la suprema pasión sentimental que conoció, pero donde, finalmente, el campo de batalla del amor se le convirtió en un desastre.
“Bernardo O'Higgins
en su caballo alazán
cruzando entre sangre y fuego
se fue a un monte a llorar”.
(De la canción El Desastre de Rancagua, Rolando Alarcón).
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Por Abel Manríquez Machuca
Periodista. Investigador histórico.
Nota. En este artículo, hemos utilizado ampliamente contenidos del libro “5 Mujeres en la vida de O’Higgins” de Manuel G. Balbontín M. y Gustavo Opazo Maturana” (Arancibia Hnos., Santiago, 1964).
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