El mar convertido en un gran monstruo que tragaba casas y vidas animales y humanas; la tierra abriéndose y tragándose todo, alaridos de terror, rostros golpeados por la tragedia: eso vieron los ojos de un niño de 8 años en Corral aquel día del 22 de mayo de 1960. La inocencia fue quebrada de cuajo para contemplar el horror de la muerte y la desolación, pero también los rayos de esperanza para una futura vida.
Rosamel Gómez (68 años) fue testigo en primera fila de los horrores del maremoto en Corral y este es su relato espontáneo, sentido y descarnado de lo que sus infantiles ojos vieron ese día. Esta es su historia:
La apacible siesta del domingo 22 de mayo de 1960 en Corral, un pequeño pueblito costero del sur de Chile, se vio de pronto sacudido por un violento terremoto de 9,5 grados en la escala de Richter. Eran las 15.15 horas y un sol radiante brillaba sobre el pueblo y la bahía del puerto de Corral. A partir de aquel momento mi vida cambiaría completamente.
Nací en marzo de 1952 en Valdivia, y toda mi niñez – hasta 1960 –transcurrió en Corral. Mis padres eran muy humildes. Mi madre, Marta, de ancestros españoles. Mi padre, Rosamel de ancestros araucanos. Éramos cuatro hermanos, dos del primer matrimonio de mamá y los dos menores del segundo matrimonio. Soy el tercero de los hermanos. Juan Ojeda, el mayor, ese día estaba embarcado en el “Santiago”, uno de los tres cargueros fondeados en Corral. Los otros eran el “Carlos Haverbeck” y el “Canelos” de la Compañía Naviera Haverbeck y Skalweit.
Mi padre trabajaba en los altos hornos de Corral y a raíz de un accidente, se fracturó la columna y perdió el control de sus piernas, transformándose en un inválido. Con su indemnización laboral, compró una casa de madera- como la mayoría en aquel entonces - de dos plantas, ubicada en el camino costero a Amargos, la playa de Corral y el puerto de los pescadores. Detrás de nuestra casa comenzaban las estribaciones de los cerros de la cordillera de la costa.
La distancia entre nuestra casa y el mar no superaba los 35 metros y la altura con respecto a su nivel sería de unos 8 metros. El puerto de Corral es una ensenada natural que brinda protección de los temporales de mar abierto del Pacífico Sur. Ya desde los tiempos de los españoles se transformó en el puerto más importante de Chile después de Valparaíso y está protegido con los imponentes fuertes de San Carlos, Corral, Mancera, y Niebla. Estas fortificaciones fuertemente armadas con cañones servían para proteger la entrada a Valdivia a través del río Valdivia.
EL TEMBLOR 9,5 EN ESCALA DE RICHTER
Habíamos terminado de almorzar y mi padre estaba lavando los platos. La casa se ubicaba en el segundo piso al que se accedía por una escalera exterior. En la planta baja se ubicaba el pequeño almacén, el que se había fundido un año antes debido a los continuos fiados. Yo me encontraba en cama. No iba a clases hacía una semana debido a una fuerte gripe. Nuestro gato, en el centro de la estancia, comía su comida. Antes del temblor, los caballos empezaron a relinchar, le siguieron las vacas mugiendo y los perros aullando. También las gallinas estaban inquietas en sus gallineros. Ellos percibían el movimiento interior de la tierra a una frecuencia, que los humanos no escuchamos.
De pronto se sintió un ruido sordo, como el que produce un tren expreso al acercarse y la tierra tembló con tal furia que me sentí sacudido en mi cama. El gato erizó sus pelos y bajó las escaleras como alma que se lleva el diablo. No lo vimos más. Le pregunto a mi papá qué era eso. “Un temblor nomás” me dice para no asustarme. Entonces recuerdo que dos días antes tuve un sueño premonitorio: Las casas se derrumbaban y todo era destrucción a mi alrededor. Cuando le conté a mi padre él no me contestó de qué se trataba.
No sentí temor en ese momento y más por curiosidad, me incorporé y me vestí. Me asomé por la ventana y mirando hacia abajo, vi las paredes de la casa onduladas como si fuera un acordeón. Alzo la vista y le grito a mi papá: ¡Mira papá: ‘La Luminosa se está moviendo’! Así le llamábamos a una boya con faro intermitente, anclada, que marcaba el bajo a la entrada del puerto. El mar empezaba a retirarse. Más parecía la corriente de un río que el mar. Allí mi padre me gritó: ‘¡Sálvate hijo!, ¡ándate pal’ cerro!’ En su cara vi preocupación y recordé mi sueño. Con mis 8 años recién cumplidos le contesté: ‘Nos salvamos los dos o nos morimos los dos’. Cuando mi padre se ponía nervioso empezaba a temblar y sus tullidas piernas no le respondían. En ningún momento pensamos siquiera en llevarnos cosas de la casa, ni ropa de abrigo. ¿Para qué?... Si hacía calor. La idea era salir lo más pronto posible.
Bajar la larga escalera fue un suplicio. No sé cuánto tardamos. Cuando llegamos al camino costero vimos a los vecinos alarmados. Algunas casas se mostraban deterioradas, pero no había muchas caídas ya que todas las de nuestro barrio, mayormente habitado por pescadores, eran de madera. Con la lentitud del andar de mi padre recorrimos los ciento cincuenta metros que nos separaban de la escalera que subía hacia las casas del cerro y comenzamos el ascenso. Al llegar al primer descanso, unos 50 metros de altura, vimos llegar la primera ola del maremoto. Venía con mucha rapidez y fuerza. No era muy alta tendría unos ocho metros, pero arrasó con los botes de los pescadores y las casas costeras. Desde el cerro oíamos los gritos desesperados de los que quedaron atrapados pidiendo auxilio. Pero ¿quién podría auxiliarlos en esas circunstancias? Por lo cerca que estábamos podíamos ver sus rostros asomados por las ventanas y su estupor y angustia. El llanto de los niños se mezclaba con la histeria de las mujeres y los desesperados pedidos de socorro de los hombres.
EL MAR NOS MUESTRA SU ENOJO
En ese momento había tres barcos en el puerto. Dos amarrados al muelle y uno anclado. Oímos la tensión en los cabos de amarre y el chasquido brutal al romperse por la tensión soportada. Se sentían como latigazos. El ruido del arrastre de las cadenas del ancla sobre el fondo del mar también era espeluznante. Cuando esa primera ola se retiró mar adentro, pasó frente a nuestros ojos, cincuenta metros más abajo, el “Carlos Haverbeck” de la Naviera Haberveck. Su capitán trataba en vano de calmar a sus marineros que querían tirarse por la borda. El casco producía un ruido aterrador al chocar contra las piedras del fondo del mar.
Tras la primera ola, algunos de nuestros vecinos que nos acompañaban en ese momento, bajaron hasta sus casas a buscar sus pertenencias. Muchos no volvieron, porque los alcanzó la segunda ola. Esta segunda ola se llevó nuestra casa porque escuchamos golpear la ola contra los ventanales y la oímos caerse y destruirse totalmente.
Por consejo de los más viejos, decidimos seguir subiendo el cerro, ya que el mar seguía con sus movimientos de ida y retroceso. Por segunda vez se retiró el mar y el puerto quedó otra vez vacío. Las casas- con gente adentro- mezcladas con botes pesqueros, barcos, animales y gentes flotaban a la deriva. Tanto los rostros de las personas como los de los animales reflejaban el más grande terror. El griterío de la gente se mezclaba con los aullidos, graznidos, relinchos, mujidos ,etc. de los animales. Los caballos, por lo visto eran los más sensibles, pues fueron los primeros en dar la alarma. Era eso un coro infernal que ponía los pelos de punta. Un radiante sol iluminaba impasible, la dantesca escena.
La tercera ola fue la más grande y fuerte. Los mismos barcos que anteriormente iban arrastrados hacia alta mar, ahora venían a una velocidad increíble hacia el puerto. Uno de ellos saltó el muelle de embarque de hierro, al costado del fuerte de Corral, y se elevó unos 15 o 20 metros. Era impresionante ver un barco de gran tonelaje volar literalmente por el aire por efecto de las olas. El punto más alto - hasta donde llegaron las olas -está a 31 metros sobre el nivel del mar.Esta ola arrasó todos los barrios bajos de Corral: el muelle de pasajeros y la escuela primaria a la que yo asistía. En Amargos destruyó el muelle de pescadores y el hotel Schuster de los alemanes. El edificio de Los Altos Hornos de Corral, ubicados en ‘La Aguada’ desaparecieron y con él la fuente de trabajo de muchos.
LA TIERRA SE TRAGA TODO
Las réplicas de los temblores seguían cuando llegamos al cerro más alto unas dos horas más tarde y a unos 300 metros de altura. Nuestra vista abarcaba Corral bajo y el puerto, la isla Mancera y del Rey y el fuerte de Niebla al otro lado de la bahía.
El pueblo quedó totalmente arrasado. Ningún bote pesquero en los amarraderos. Algunos sí tirados contra los árboles del fondo o por el cerro La Marina. En esa época en Corral casi no había autos. Los bomberos tenían una vieja autobomba. El cuartel de bomberos quedó intacto porque está ubicado en el cerro frente al puerto. Lo mismo ocurrió con la oficina de correos y la iglesia católica. En ese segundo cerro nos juntamos unas 60 o 70 personas. Ancianos, hombres, mujeres, niños. Todos con el horror en el rostro. Preguntaban por sus familiares. Si alguien los había visto. La respuesta era siempre negativa. La tierra temblaba con movimientos ondulatorios y oscilatorios (de derecha a izquierda y de arriba abajo.) Este último movimiento no te deja caminar. Te tira al suelo.
En determinado momento la tierra vuelve a temblar y se abre frente a nosotros, una gran grieta. Como no podíamos tenernos de pie varios de los que estaban cerca, fueron a caer dentro de ella junto con los animales que nos rodeaban. Los gritos eran inenarrables. Las caras desencajadas. El infierno desatado. De pronto la tierra vuelve a cerrarse con gente y animales dentro.
Como niño que era, yo miraba aquello como si fuera una película. Hasta entonces nunca había ido al cine. En mi mente solo había imágenes de mi sueño. No sentía miedo. Sentí curiosidad. Sí percibía el miedo y la angustia de los mayores. Pero yo me sentía confiado. Para mis adentros me decía ‘yo ya viví esto’- pensando en mi sueño de dos días antes. Pero también me preguntaba ¿Por qué tantos mueren alrededor mío y yo sigo vivo?
¿Cuánto tiempo transcurrió desde que comenzó el primer temblor hasta que pasaron las tres olas del maremoto? No podría precisarlo. La mente- aún la de un niño – parece modificar el paso del tiempo de acuerdo a los sucesos, sobre todo en este caso totalmente extraño, ya que no había punto de comparación. Lo que sé es que todavía era de día y sol estaba aún alto cuando llegamos al cerro más elevado y pudimos apreciar la tragedia en toda su dimensión.
Mi padre con el paso de las horas se fue tranquilizando y podía caminar más seguro con sus muletas.Ya las piernas le respondían mejor.Se acercaba el atardecer y la gente se abrazaba y se consolaba. Continuaban preguntando por sus parientes y conocidos. No teníamos contacto con la gente del centro del pueblo ya que el agua había transformado en un gran pantano la parte baja y no había paso a través de los cerros. Estábamos incomunicados.
LOS VECINOS NOS DAN REFUGIO
A la noche nos refugiamos en casa de un campesino conocido de mi padre. Creo que eran parientes lejanos. Igualmente, esa primera noche, éramos unas treinta personas. Por la madrugada seguían las réplicas y casi no dormíamos. A cada nuevo temblor salíamos todos corriendo espantados de la casa. Las mujeres salían en ropas menores. Dormíamos un sueño entrecortado, en el suelo y todos mezclados.
A eso de la una de la mañana alguien nos avisa que Juan, mi hermano, que estaba embarcado en el “Santiago”, ayudó a armar balsas con tambores de aceite vacíos y con esas balsas colaboró en el rescate de los tripulantes. Él fue uno de los últimos en abandonar el barco junto con los oficiales. A Juan y a mi madre y hermanas, los veríamos recién al cuarto día cuando ya se pudo caminar entre el pantano y los escombros de la parte baja.Por rumores sabíamos que estaban vivos.Mis padres vivían separados en ese entonces.
Como en toda casa de campesinos había árboles frutales, chanchos y gallinas. Gracias a la generosidad de esa familia, vivimos esos primeros tres días. La mañana del tercer día bajé hacia Amargos para escarbar en el hotel de los alemanes (Schuster) por comida. Éramos muchas personas buscando comida. Yo sólo conseguí tres latas de conserva. Como era muy pequeño, me echaban de donde había más comida. Por suerte podíamos conseguir agua de los pozos y arroyos.
Al cuarto día cuando cruzamos el pantano para ir a Corral bajo, el olor de los cadáveres de gente y animales era insoportable. El encuentro con mi madre y hermanos fue muy emotivo. Incluso mis padres se abrazaron y olvidaron por lo menos por un rato sus peleas. Nosotros no teníamos ningún documento. Así y todo nos vacunaron contra todo tipo de pestes.Era una aguja enorme y los enfermeros no eran suaves para aplicarlas. Imagínense una fila de quinientas o seiscientas personas. Había que vacunar y rápido. Las escenas de dolor de aquellos que habían perdido a sus seres queridos eran muy penosas. Muchos de los sobrevivientes perdieron todo. Ese fue nuestro caso. ¡¡¡Pero quedamos vivos!!!!
Los cadáveres se apilaban y los cuerpos de los animales se quemaban para evitar más enfermedades.Nadie salía a pescar por el temor. Nos comenzaban a dar raciones de comida. El gobierno envió gente a censar los daños.
VIAJE POR MAR A VALPARAISO
En ese momento el presidente de Chile era Jorge Alessandri Rodríguez y desde el gobierno central, se montó un operativo para sacar a los niños de la zona de desastre. Se envió a Corral el crucero “O’Higgins”. Un crucero de la armada chilena, que se compró a los Estados Unidos. Participó en la Segunda Guerra Mundial y era gemelo del crucero A.R.A. Gral. Belgrano de Argentina. Mis padres decidieron enviarme con el contingente y así viajé a Valparaíso en donde al llegar al puerto nos revisaban los médicos y yo fui a parar directamente al Hospital Van Buren por mi gripe que había vuelto.
Durante esa semana del terremoto yo la había olvidado. La adrenalina había hecho bien su trabajo. ¡Que cosas de la vida! El mar que había destruido todo, nos serviría para transportarnos en el crucero O’Higgins a un puerto seguro y con cuidados de voluntarias de la Asociación Cristiana Femenina de Valparaíso. En el barco, a pesar de que yo no era el más pequeño, sí era el más chico de mi edad y me gané la confianza del marinero a nuestro cargo. Yo era uno de los pocos que no me mareaba a pesar de que los dos días de navegación fueron con mar picado.Desayunaba, almorzaba y cenaba como si nada. El resto de los niños vivían mareados. Me reía de los otros. Pero…. al llegar a puerto y con mar calmo, devolví sobre cubierta todo lo que acumulé los días anteriores. Se acabó el ‘gallito’.
TERREMOTO DE VALDIVIA
Valdivia resultó afectada más que nada por el terremoto. Las pérdidas en la ciudad fueron mayores porque los edificios eran de material. Encima, el embalse del lago Riñihue, se quebró y el agua amenazaba con inundar la ciudad. Las lluvias que siguieron dificultaron la tarea de los socorristas, porque había que evitar que Valdivia fuera arrasada. Esa fue otra tarea titánica de ingenieros, técnicos y obreros. Lograron evitar el desastre mayor. Se vivieron momentos de suma angustia, pero también se mostró el temple del pueblo chileno. Las historias de gente común que arriesgó su vida para salvar a otros se repetían por doquier. Este terremoto- el más grande registrado de la época moderna, cegó la vida de más de 2.000 personas – entre la Península de Taitao, y Concepción- y las pérdidas se estimaron en 500 millones de dólares de la época. El sur de Chile tardaría mucho en reponerse, pero lo hizo. La gente lloró sus muertos, pero la vida continuó.
EN ARGENTINA
Rosamel Gómez estudió dos años en Valparaíso y después continuó sus estudios en el Iquique English College de Iquique entre 1963 y 1969 como alumno interno, donde terminó la escuela secundaria. De ahí se radicó en Buenos Ares donde trabajó 13 años como bancario y posteriormente se mudó a Misiones en 1987 para trabajar como instructor de vuelo.
Su profesión es piloto Comercial de avión de primera clase, de la cual jubiló, y ahora se dedica a la publicidad. Gómez tiene una agencia de publicidad y trabaja diarios, radio y televisión.
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