Educación

Serie 1960: El día más triste del puerto de Corral

Por Pablo Santiesteban / 22 de mayo de 2020
Así quedó Corral Bajo después del paso de las olas. Ahí había una ciudad viva.
[A 60 AÑOS DEL TERREMOTO] Corral vivió la destrucción máxima ese 22 de mayo. Debacle, muerte y reencuentros en esta cuarta parte de la reedición del reportaje que publicó El Diario Austral en mayo de 2005. Artículo elaborado por Pablo Santiesteban.
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“Corral nunca volverá a ser lo mismo” dijo Carlos Larraín, un ex empleado de la Naviera Haverbeck y Skalweit. Larraín confesó que en 1949 navegó a bordo del “Canelos” y aseguró que en sus años mozos Corral era conocido como “Pancho chico”, algo así como un puerto de Valparaíso en miniatura. Todo estaba dado para el progreso… hasta que llegó el 22 de mayo de 1960.

Carlos Larraín junto a su esposa Raquel Duarte vivían en la parte baja de Corral, cerca del cementerio viejo. Raquel Duarte no estaba en Corral ese domingo 22 de mayo de 1960, sino que en Valdivia, en la población Beneficencia. El primer temblor fue a las 6 de la mañana, en la tarde se produjo el segundo temblor y a los pocos minutos el terremoto.

“La casa se movía como un columpio y mi hija más chica gritaba ¡Mi casita mamá! recordó Raquel Duarte. Atinaron a apagar la estufa a leña que tenían por miedo a que la casa pudiera incendiarse.

EL PUERTO

Carlos Larraín en Corral Bajo se salvó de milagro. Al mediodía había dejado su casa para ir a uno de los cerros donde vivía una hermana y desde esa altura vio el terremoto y posteriormente el maremoto.

El ex mercante señaló que desde el cerro no pudo ver muy bien la ola, pero lo que sí vio claramente fue la ola que arrastró a los vapores “Chancharro” y “Pacífico”, frente a la isla de Mancera. “Iban los dos amarrados… Le dije a mi hermana ¡Mira cómo viene la mar otra vez! Eran unas tremendas olas, pero al “Pacìfico” le dio la pura vuelta de campana y salió como vaho hacia arriba cuando se hundió”, recordó. Esa fue la tercera y última ola del desastre.

Larraín cuenta que el capitán del “Pacífico” se salvó y fue arrastrado por la ola hacia la playa de Mancera y agregó que “él no supo cómo llegó, lo encontraron encima de un madero, era de apellido Correa y le pusimos el `terremoteado´”.

Recordó que erizaba los pelos oír los pitos de los barcos pidiendo auxilio en medio de la locura del mar.

El corraleño añadió que cuando en la caleta de Amargos se dieron cuenta que el mar se recogía para avanzar sobre Corral, un hombre montó a caballo para dar la alerta. “No alcanzó a llegar a Corral, la ola se lo llevó con caballo y todo” indicó Larraín.

“ANONADADOS”

Sonia Barrientos era alumna del Liceo de Corral y relató que estaba cerca de una iglesia de calle Condell cuando sintió el temblor. “Mi tía se asustó tanto que empezó a orar y yo abrí la puerta de la calle y vi a la gente arrancando” y añade que “el agua venía como cuando alguien derrama un vaso de agua en la mesa”.

Sonia Barrientos relató que sacó a su tía del lugar y se fueron a un lugar alto. “El agua mojó todo y llegó a la altura de las colchas de la casa y después se fue”. Ella y sus primos regresaron a Corral Bajo para ver su casa y empezaron a sacar utensilios de una casa que estaba completamente mojada y embarrada. No sabían que aún faltaban dos olas más y más poderosas que la anterior.

Al rato vieron que la ola venía de nuevo. “El agua venía como una pala mecánica arrastrando y llegó a la casa de nosotros, la pescó y se la llevó, cuenta la mujer corraleña. “Esa mar estaba espesa de casas, con gente arriba, animales y todo. Nosotros arrancamos y nos fuimos donde una señora de un alto.Casi nadie lloraba, todos mirábamos como anonadados”, relató.

Al bajar se dio cuenta que Corral Bajo había sido borrado y que ya no quedaban rastros de su casa, salvo la cocina a leña que se mantuvo firme en el suelo.

“NO QUEDÓ NADA”

Al día siguiente del maremoto, Carlos Larraín fue a ver su casa, pero volvió al hogar de su hermana lleno de desilusión. “Cuando fui a ver mi casa no había quedado nada. El muelle francés se hizo pedazos. Era un muelle de antaño en Corral y se ocupaba en la usina cuando los franceses trabajaban ahí. Era un muelle firme”, recordó Larraín y manifestó que le impresionó ver las grúas del lugar totalmente chuecas.

Larraín comenta también que “lo más triste que vi fue a un tal Olavarría. Ese no se quiso embarcar en Corral, cerca de la caleta de Amargos, pero embarcó a la señora con su chico para salvarlos del terremoto. Creía que el mar no les iba a hacer nada”. ¡Cuán equivocado estaba! Larraín recuerda al hombre: “lloraba como un niño, se quedó solo”.

VOLVER A VIVIR

Tras ese domingo 22 de mayo Corral quedó aislado y en las noches las sombras y el frío atormentaban a la gente que se movían como almas en pena. “En las noches daban ganas de llorar”, reconoce Carlos Larraín. El hombre conocía los rigores del mar, pero el maremoto era algo que ni el más duro y osado pudo soportar. “Prendimos fogatas en los cerros y oía cómo los cabros gritaban llamando a sus mamás”, recordó el sobreviviente.

En medio de esa confusión las familias comenzaron a juntarse en los cerros. Varios corraleños no atinaban a hacer nada, era una total confusión. La depresión era absoluta en las almas de mujeres, niños y hombres.

En Valdivia, Raquel Duarte no sabía nada de su esposo y temía lo peor, pero un día apareció don Carlos a buscarla, al tiempo que se sorprendía de cómo la destrucción era igual de aterradora como lo que había visto en Corral y que, al igual que en su querido puerto, la gente escarbaba en los escombros de sus casas, aferrándose a la idea de recuperar algo de sus haberes.

Larraín comentó: “Corral era una lindura antes, sobre todo en las noches con las luces de los barcos. Cuando había Año Nuevo era la cosa más linda que haya visto”. En Corral Bajo el camino que va a Amargos estaba lleno de casas con palafitos, pero con el maremoto todo eso fue arrasado.

En Corral el mar subió hasta la altura del estadio El Boldo, de hecho aún está marcada la altura máxima que alcanzó la ola más grande ese 22 de mayo: más de 10 metros.

También Sonia Barrientos recuerda que antes del terremoto las familias se reunían y hacían fiestas, sin embargo después del desastre se perdió mucho de esa alegría espontánea del porteño.

Corral venía en decadencia ya para la época el terremoto y maremoto, de hecho el cierre de los Altos Hornos, en 1958, fue muy lamentado, no sólo por los corraleños, sino también por los valdivianos.

 

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