Entre la curiosa seguidilla de fenómenos climáticos que están haciendo noticia en el país, casi nos olvidamos que el cerro Huequecura también ha dado que hablar en estos días, dada la natural preocupación producto de los desprendimientos de algunas rocas de menor o mayor tamaño que se han señalado y denunciado en corto tiempo, evidenciando un riesgo real sobre la única ruta posible para conectar directamente las localidades de Futrono y Llifén además de las viviendas, de residencia permanente o de temporada, que existen a la sombra de este macizo cordillerano.
Me tomo este espacio aprovechando la contingencia para traer una breve reseña histórica del cerro Huequecura, no para bajar el perfil al problema, que debe ser abordado por las autoridades competentes en la vía de entregar soluciones ante el riesgo que crea temor en especial entre los vecinos de Caunahue, Huequecura y Llifén, sino para evidenciar que tenemos un pasado, y lo que consideramos conocido en realidad tiene mucho que contar y mostrar.
Esta impresionante muralla natural fue descrita por primera vez en los hechos ocurridos hacia el año 1580 (siglo XVI), en los documentos del militar y cronista español Pedro Mariño de Lovera en su Crónica del Reino de Chile, donde describe el alzamiento indígena ocurrido en la época, en plena conquista española.
¿Por qué los Mapuche-Huilliches del Ranco se levantaron en armas? La respuesta es simple; los españoles ávidos de tierras y riqueza no dieron a la mayoría de los nativos de esta tierra un trato mejor que el de esclavos, obligándolos a servirles, a adoptar su religión y a explotar los yacimientos de oro.
Ante la amenaza de la guerra, desde la muy joven ciudad de Valdivia (fundada en 1552) salió el corregidor Pedro de Aranda a la zona del Ranco “donde estaban más de 4.000 indios de guerra”.
El relato sostiene que los españoles llegaron rápidamente a la zona, y los aborígenes al verse sorprendidos sin estar lo suficientemente preparados aún para la batalla “se fueron a gran priesa a lo alto de un cerro asperísimo, que tiene por una parte la gran laguna de Ranco, y por otra un caudaloso río, y por la subida una piedra tajada por donde no podían subir hombres sino yendo uno a uno. Era un lugar inexpugnable, y tan lleno de piedras que con tres hombres que las arrojaran impidieran la subida a un gran ejército”.
Si bien el historiador no señala el nombre del cerro, la descripción concuerda perfectamente con el Huequecura; áspero cerro cuya subida es por la piedra cortada casi verticalmente, y menciona un “caudaloso río” del que tampoco se da nombre pero que pudiera ser el Caunahue o el Calcurrupe.
Finalmente, la estrategia de los mapuche de defenderse desde el cerro da resultado y los españoles desisten de atacarlos, pero para dirigirse a arremeter a “otro gran escuadrón de dos mil indios que estaban encastillados junto a un rio por donde les entraba el mantenimiento, del valle de Maque que está de la otra banda.”
Con este nuevo dato ya no queda duda que estos hechos ocurrieron a los pies del cerro Huequecura, ya que hay consenso que el lugar que Mariño de Lovera denomina “Maque” se refiere a la zona del lago Maihue, cuyo desagüe dista a 10 kilómetros de Llifén, desde donde los guerreros mapuche estaban recibiendo apoyo y pertrechos a través de un río, el que sin duda es el Calcurrupe.
Culmina el relato afirmando que los españoles salieron victoriosos, logrando apagar la rebelión, al menos por un tiempo.
Como dato, este pequeño retazo de la historia local fue tratada el año 2006 en el libro “Fortines Hispanos en Futrono”, cuyo autor es el profesor de Historia y Geografía Patricio Fernández (Liceo San Conrado), donde también se rescata la existencia del antiguo fuerte de Llifén.
Hasta aquí esta reseña del Huequecura, demostrando que es más que un peñón rocoso en el paisaje privilegiado de Futrono, es un testigo de nuestro pasado. Ahora a quienes corresponda; a hacerse cargo del presente.
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