Por Pablo Santiesteban
Le tengo miedo a las alturas. Esa sensación de estar ante una gran inmensidad y no hacer pie me resulta aterrador, realmente angustiante, más aún la caída libre.
Recuerdo haber estado en juegos de altura en parques de diversiones y sentir que la experiencia no fue grata en lo absoluto. Sentía que el simple hecho de esperar para subirme a una montaña rusa se hacía tedioso, la temperatura de mi cuerpo subía, me flaqueaban las piernas, sentía temblores y ya arriba me faltaba el aire junto a la odiosa sensación de vértigo, de total desamparo.
Pero volar en parapente fue distinto. Fue una sensación de libertad y felicidad que echó por tierra mis temores a la altura.
Siempre me llamó la atención lo del parapente. Veía en videos que despegaban casi como un avión, aunque después entendí que no era así la salida.
Me preguntaba cómo sería la experiencia y la curiosidad fue el primer factor que esgrimí para atreverme a vivir la experiencia. El segundo factor fue el fantástico paisaje del lago Nahuel Huapi y las montañas de Bariloche, en Argentina, un verdadero paraíso.
¿Cómo no sobrevolar sobre esa hermosura? Por eso cuando me preguntaron si quería vivir la experiencia dije que sí, aunque con inquietudes.
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