El documental Niña mamá, de la argentina Andrea Testa (responsable de Pibe Chorro y codirectora de La larga noche de Francisco Sanctis), obtuvo en 2020 el premio a Mejor Largometraje Juvenil Internacional en FICValdivia.
Dos años más tarde, la directora ha venido a presentarlo como parte del homenaje que el festival le rinde a todos aquellos cineastas que en la 27ª edición tuvieron que conformarse con la virtualidad impuesta por la pandemia.
Tras la proyección de Las fauces de Mauricio Maldonado (Mejor Cortometraje Latinoamericano 2020), el público que llegó hasta Cineplanet el martes pudo inmiscuirse en la intimidad que propone una película sensible y respetuosa que se instala en consultorios del conurbano bonaerense con el fin de observar testimonios de mujeres jóvenes que transitan maternidades atravesadas por la violencia y la vulnerabilidad.
Niña mamá, con su blanco y negro expresivo y la ausencia de efectismos emocionales, es una invitación a ser cómplices de los temores e inseguridades de adolescentes que deben tomar decisiones sobre el futuro en un contexto inhóspito marcado por el miedo que provocan los abortos clandestinos. Una obra cinematográfica humana y necesaria que es, a la vez, una vibrante experiencia sensorial.
El documental estuvo listo para salir al mundo justo cuando llegó la pandemia. ¿Cómo fue la toma de decisiones sobre su exhibición y recorrido en ese contexto?
El proceso de la película fue acompañado de un momento histórico importante. En Argentina se estaba debatiendo la ley por el aborto legal, seguro y gratuito. Era una ebullición de la lucha por poder decidir sobre nuestros cuerpos. Filmamos el 2018 que fue el año del debate de la ley. Finalmente se perdió en ese momento. Entonces yo quería que la película recorriera territorios, debates, salas de cine, festivales, circuitos independientes, organizaciones barriales. Quería que fuese una herramienta de transformación y sensibilización. Pero llegó la pandemia y nos cambió todos los objetivos y deseos. Puso ahí una disyuntiva sobre qué hacer. Fue el momento de decir “bueno, es lo que toca” y atravesar la experiencia de ver cómo el cine también puede llegar de otras formas. En FICValdivia tuvo el reconocimiento hermoso de haber ganado la Competencia Juvenil pero los sectores más relegados de la sociedad no tenían acceso a Internet. Entonces, esos lugares donde yo quería llegar físicamente con la película quedaron nuevamente excluidos, al igual que estas historias de quienes quedan relegadas de sus derechos. Fue difícil. Ahora estoy contentísima y agradecida de poder venir a presentarla.
Es asombrosa la forma en que somos cómplices de una intimidad en la que la cámara pareciera ser invisible. ¿Cómo se planificó esa aproximación?
La película tiene un armado pensado desde lo cinematográfico. Es un documental pero lo pensamos como la construcción de una película desde el leguaje cinematográfico y las posibilidades. Para mí fue muy importante el tiempo de desarrollo, la observación del territorio y entenderlo en toda su dimensión, no sólo visual y estéticamente sino que comprender la mirada política de ese espacio. Teníamos que estar acompañando en ese lugar, en ese encuentro de la salud, sin interponernos, sin que la película sea protagonista sino que acompañe a algo que está pasando frente a ella. También teníamos que cuidar mucho el dispositivo cinematográfico de no generar una violencia más sobre las pibas. Eso fue una marca y un límite ético muy importante. Dijimos “se va a filmar esta película siempre y cuando ellas digan que sí; no puede haber una cámara o un micrófono oculto”. Para mí, esa mística que armamos de confianza es que está la cámara ahí y está todo bien. No hay intimidación. Entender eso sensorialmente permite que la cámara y el sonido participen y no invadan. No corren un límite. Ese límite posible era el encuentro entre las trabajadoras de la salud y el equipo de la película.
¿Por qué elegiste el blanco y negro?
Es un homenaje a una fotógrafa argentina, Adriana Lestido, que amo y sigo. Me parece que su fotografía es amorosa, es una caricia a las historias de mujeres que están ahí en el anonimato pero cuando aparece una imagen bella acompañando un momento fugaz de sus vidas explota todo. Ella tiene tres ensayos fotográfico que me acompañaron mucho a la hora de pensar la película: “Mujeres presas”, “Madres adolescentes” y “Madres e hijas”.
¿De qué manera crees que una película como Niña mamá puede participar del debate público en torno a temas como el aborto y la violencia machista?
El cine es una herramienta de pensamiento. Yo no hago película para confirmar mis propias verdades sino que siempre es a partir de algo que me moviliza del mundo, algo que no puedo entender. Ahí el cine me acompaña. Me parece que es una forma de trabajar en un espacio de mucha incertidumbre y eso es lo que aflora en toda su contradicción y complejidad. Ésta no es una película que tenga un mensaje sino que multiplica un montón de sensaciones y cada cual hace su recorrido. La ausencia de los varones, por ejemplo, no fue algo premeditado sino que efectivamente estaba pasando. A eso hay un montón de respuestas: ellos son el sujeto que ejerce la violencia machista por sobre los cuerpos de las mujeres, pero también hay una institución que ejerce violencia sobre las mujeres porque no les permite estar acompañadas por sus compañeros, hay un sistema capitalista que expulsa a los varones a jornadas laborales extensísimas o los enfrenta a mucha violencia institucional como la muerte en mano de las fuerzas represivas del estado o a través de otras problemáticas sociales que también sufren las masculinidades. Hay un montón de posibles respuestas pero, más allá de todo, aquí hay algo contundente: el cuerpo lo pone la mujer y está tutelado por un montón de violencias.
Niña mamá se volverá a proyectar este jueves 13 de octubre, a las 19:00 horas, en Cineplanet.
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